Retrato de un ministro con retrato (por un ministro sin retrato)

Juan Carlos Gea

CULTURA

César Antonio Molina, ante un grabado de Jovellanos
César Antonio Molina, ante un grabado de Jovellanos

El escritor y extitular de Cultura con el PSOE César Antonio Molina afirma que el PSOE «deberia estar en la tradición de Jovellanos» en su conferencia sobre el ilustrado gijonés

28 sep 2016 . Actualizado a las 07:04 h.

Como lo fue Gaspar Melchor de Jovellanos, César Antonio Molina es hombre de letras y fue ministro de forma un tanto inopinada. Pero el gijonés tuvo retrato ministerial (¡y de Goya!) y el coruñés se quedó sin él. Lo que podía permitirse un ministro de Gracia y Justicia con Carlos IV no se lo pudo permitir un ministro de Cultura con Juan Carlos I. «Es el ministerio único que no tiene retratos de sus ministros: es tan pobre, tan pobre que nadie se atreve a encargarlo».

Lo contó el propio interesado ayer en el Edificio Antiguo de la Universidad de Oviedo, adonde acudió para cumplir con el Foro Jovellanos la deuda de una conferencia suspendida por enfermedad; una charla sobre el ilustrado gijonés que tuvo su parte más sustanciosa las complicidades que, a través de dos siglos largos, buscó el escritor gallego y exresponsable de Cultura el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Que, aunque duró un poco más que Jovellanos en el cargo, tampoco duró demasiado. ¿Cuestión de ser fiel a un ejemplo hasta el final?: «Yo no soy especialista en Jovellanos. Me lo he leído de arriba abajo y lo he tenido presente en mi acción política, lo he citado y he procurado no decepcionarle», confesó, en el arranque de su conferencia, Molina, que sin embargo encontró algo mejor en Jovino que una materia de estudio académico: un ejemplo vital y político: «Por eso actué como actué. Cuando se actúa con razón y verdad, se paga. Aunque yo pagué poco al lado de lo que le hicieron pagar a Jovellanos».

Ese hermanamiento entre dos ministros que llegaron a la cartera sin haber hecho de la política su carrera, y que de un modo otro fueron rápidamente expulsados, como cuerpos extraños, por la maquinaria, puso una clave de bóveda afectiva al retrato del polígrafo gijonés que Molina ofreció al pie de un retrato de Feijoo. Fue un perfil impresionista, fragmentario, de trazo largo basado sobre todo en citas del propio Jovellanos más recitadas que leídas, y en las de otras fuentes, sobre todo de uno de sus mayores y más tempranos valedores, Blanco White.

Molina no se resistió a unir la línea de puntos que parte precisamente de Jovino y de la primera generación de grandes liberales españoles para reclamarse de su «partido de ideas»: un partido -proclamó ya aludiendo al PSOE, por el que fue diputado independiente- «al que sigo siendo fiel, aunque a veces muy crítico». «Creo que estábamos, estamos o deberíamos estar en esa tradición de los heterodoxos, los liberales, los ilustrados, los republicanos?» Y citó a Azaña, Larra, Unamuno, María Zambrano. Modelos para ser político, según el autor de La caza de los intelectuales.

 «Un político debe ser una persona ilustrada, que ha estudiado, que tiene conocimientos, ideas liberales y progresistas, que desea la mejora social», añadió el poeta, ensayista, memorialista, traductor y exdirector del Instituto Cervantes, quien -pensando en esa tradición- aseguró que “queda mucho del ejemplo por llevar a cabo, sobre todo en la clase política». Para Molina, «falta gente como Jovellanos o Azaña». O Felipe González, político que señaló como de su «predilección»: «Gente preparada que nunca pone por encima su decisión por encima de su país, ni siquiera de su partido; por encima de su estado, partido, nación, patria...» Palabras, para César Antonio Molina, «que hoy parecen antropológicamente desechables». Y no deberían serlo: «Muchos de los males que tenemos es por no haber educado a nuestros jóvenes en este espíritu», se lamentó.

Sobre ese trasfondo, no tan «crepuscular» como el del arenal de San Lorenzo en el retrato goyesco de Jovellanos que considera su predilecto, Molina retrató un Jovellanos «honrado, desinteresado, repleto de ideas, pero que fracasó». «Ante todo fue un intelectual, independiente, progresista incapaz de traicionar sus principio éticos y morales en mitad de un ambiente de desatino y una monarquia a la deriva en manos de un rufián titulado Príncipe de la Paz. A España le han sobrado siempre príncipes de la paz, gobernates incultos, soberbios, insensibles a todo lo que no sea mantenerse en el poder a toda costa», aseguró el conferenciante.

La parte más personal y más literaria de su semblanza de Jovino llegó al final, cuando el escritor lo evocó en varias de las situaciones que el gijonés vivió en los últimos tiempos, insospechadamente felices, de su cautiverio en el castillo mallorquín de Bellver. Ahí, César AntonIo Molina se permitió incluso ponerse lírico: Jovellanos nadando; paseando por la galería entre la soldadesca; leyendo a Raimon Llull, «tan eremita como él»; escodiéndose a veces en una cercana cueva; afeitándose y tomando chocolate; leyendo a Cicerón, como «deberían leerlo nuestros políticos para aprender lo que es ser austero», remató el exministro que ha escrito que Zapatero lo cesó, entre otros motivos, por su excesiva austeridad.