«El mundo antiguo nos ayuda a ver mejor el nuestro pero no da respuestas directas a los problemas»

Raúl Álvarez OVIEDO

CULTURA

Mary Beard
Javier Lizón

La académica inglesa asegura que aún queda mucho para conseguir que se escuchen las voces de las mujeres

18 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A Mary Beard (Much Wenlock, 1955) nadie va a encontrarla en una torre de marfil y absorta en su conversación con el pasado. Beard es catedrática de Estudios Clásicos en Cambridge y una autoridad intelectual en toda Europa, pero también una presencia televisiva conocida para millones de espectadores por sus documentales sobre el mundo romano, una presencia activa en el periodismo cultural y una usuaria frecuente de las redes sociales. Es cordial e ingeniosa, capaz de dedicar todo un ensayo a las bromas y el sentido del humor de los romanos, pero nunca superficial. Los trolls de internet no pudieron con ella, que se considera educada para discutirlo todo en estas respuestas enviadas por correo electrónico.

-¿Es muy consciente del pasado cuando se dedica a su vida cotidiana o piensa siempre como una clasicista?

-¡Espero ser mas consciente del presente que del pasado! Pero sí es cierto que a menudo veo conexiones entre el pasado y el presente. Algunas veces son obvias: pasas por delante de la estatua de la rebelde antirromana Boadicea, en la orilla del río -Támesis-, delante del Parlamento, y claro que está ahí con la intención de hacerte retroceder y recordar los conflictos del pasado. Pero en otras ocasiones son más sutiles. Por ejemplo, entras en un museo y estás entrando en una institución cuyas raíces están en la antigüedad. Oyes a los políticos debatir algunos asuntos, como los derechos de ciudadanía, que los antiguos y griegos y romanos también debatieron, y lo hacen casi en los mismos términos.

-¿Y los países europeos? ¿Tienen en cuenta su patrimonio romano o lo han olvidado?

-Desde fuera, sí que parece que lo tienen en cuenta. Hace poco, estuve en Itálica y vi a cientos de niños de los alrededores que se lo estaban pasando muy bien mientras empezaban a conocer a los romanos. Por supuesto, hablar del patrimonio y de cuánta prioridad debemos concederle siempre es una cuestión política. Una cosa es disfrutar de los yacimientos romanos de cada lugar y otra muy diferente mantener el latín en el currículum escolar, que también es muy importante. Quisiera que la próxima generación tuviera las mismas oportunidades que yo de leer a Virgilio o a Tácito en su idioma original.

-Me llamó la atención en su libro sobre Pompeya cómo se centra en las vidas y las actividades cotidianas más que en los grandes acontecimientos. ¿Considera que ese enfoque da más frutos para a la hora de aprender del pasado?

-Creo que las dos cosas son importantes. Pero, con frecuencia, se ha dado por sentado que la historia de Roma solo consiste en grandes sucesos y grandes hombres. La gente no se da cuenta de lo mucho que sabemos sobre la vida de las personas corrientes. Y son esas vidas, junto con la gran historia, las que te dan una imagen mucho más redonda del mundo antiguo. También suscitan todo tipo de cuestiones muy importantes. Por ejemplo, ¿qué hacían las mujeres cuando los hombres se iban a combatir?

-También se ve que usted desconfía del uso de las fuentes como última palabra en cualquier debate. ¿Se necesita una reflexión previa sobre la objetividad y la verdad para escribir historia? ¿Son inmerecidas algunas de las malas reputaciones del mundo romano?

-¡Creo que es muy importante subrayar el hecho de que algunas cosas no son ciertas únicamente porque se escribieran hace dos mil años! Tenemos que ser lectores cautelosos y escépticos. Y tenemos que comprender que algunos de los peores excesos de la cultura romana, los que con frecuencia vemos recreados en el cine, fueron fantasías de los propios romanos. Cuando los romanos pensaban en la vida de su emperador, se lo imaginaban llevando una vida de lujo y excesos y contaban historias extravagantes. No es del todo distinto de la forma en la que los británicos se imaginan a los perros de la reina comiendo en platillos de oro. Apuesto a que no lo hacen así.

-¿Le interesa más algún periodo concreto de la historia de Roma que todos los demás?

-Bueno, por lo general diría que me gustan los periodos en los que hay muchísimos escritos contemporáneos, como los dos primeros siglos antes y después de Cristo, por ejemplo. Eso te permite acercarte de verdad al periodo. Pero, mientras escribía SPQR, llegué a interesarme mucho por el siglo cuarto antes de Cristo. De él no tenemos literatura contemporánea, sino solo arqueología y muy pocas inscripciones, pero está claro que es el momento en el que Roma se convirtió en la Roma que nosotros conocemos, con sus instituciones características y su afán expansionista. Cómo y por qué ocurrió todo eso es un rompecabezas muy intrigante.

-¿Cómo son su lecturas? ¿Solo clásicos e historia o hay otros libros en su mesilla de noche? ¿Aprecia las ficciones populares sobre Roma de Robert Harris o Lindsay Davis?

-¡Lo que estoy leyendo ahora mismo en la cama es un curso de español! Pero sí, me encanta la ficción popular sobre Roma. Pompeya, de Harris, me pareció muy buena y las novelas de misterio protagonizadas por Falco están entre mis preferidas. Harris y Davis se esfuerzan mucho para estimular el interés por la antigua Roma, y lo hacen muy bien.

-Dedica tiempo a trabajar en series documentales para la televisión, que es algo que no creo que hagan la mayoría de los catedráticos españoles. ¿Cómo ve esa parte de su carrera?

-Solo es una de las maneras con las que podemos hacer que grandes cantidades de personas se interesen por el mundo antiguo. Me encanta enseñar a mis estudiantes universitarios y esa es mi principal labor, pero también es importante compartirlo, al menos en parte, con una audiencia más amplia. La verdad es que no bajo el nivel para la televisión. Expongo a los espectadores las mismas ideas que a los estudiantes. Lo único que no doy por sentado es que tengan los mismos conocimientos técnicos cuando nos ponemos en marcha. ¡Pero el público general es inteligente!

-En España hay muchos lamentos por el olvido de las humanidades en los colegios y en la universidad. ¿Cree que ocurre lo mismo en otros lugares? ¿Tiene algún consejo para dar la vuelta a esa situación?

-Hay muchos lamentos por toda Europa. Y también hay buenas razones para algunos de ellos. Como no podemos enseñar a los niños todo lo que queremos que sepan, es fácil que las humanidad acaben excluidas en favor de materias de apariencia más útil, como la Física o la Tecnología de la Información. Creo que nuestra tarea es explicar que las artes y las humanidades son igual de importantes para la sociedad. No son añadidos opcionales. La verdad es que nadie quiere vivir en un mundo donde haya avances científicos extraordinarios pero no arte, literatura o filosofía. Y si queremos esas cosas, tenemos que asignarles recursos. Los políticos sí lo entienden y en el Reino Unido hay un apoyo cada vez mayor al aprendizaje sobre el mundo antiguo. Pero también hay que darse cuenta de que tenemos cierta inclinación a la nostalgia. Recuerdo haber leído ensayos de profesores universitarios de principios del siglo XX sobre la supervivencia del latín y el griego. Y ahora nosotros pensamos en esa época como una edad de oro de los estudios clásicos. Para mí fue una sacudida descubrir que ellos se retorcían las manos por la muerte del aprendizaje del latín y el griego. ¡Según mis cálculos, los lamentos por el declive del aprendizaje de los clásicos empezaron hacia el año 200!

-Hace unos años, su análisis de los ataques del 11-S causó polémica. ¿Pueden trazarse paralelismos entre el imperio romano y el liderazgo estadounidense en el mundo actual?

-Esta es una pregunta delicada. Es fácil hallar similitudes entre el mundo político moderno y el antiguo. Y creo que dedicar más reflexiones al mundo antiguo puede ayudarnos a ver el nuestro con más claridad e inteligencia. Pero no creo que el mundo antiguo ofrezca respuestas directas a nuestros problemas. No es tan sencillo.

-Se ha convertido en un modelo de feminismo para las jóvenes. ¿Ha sido deliberado o la reacción a las actitudes que se ha encontrado en el mundo académico y en los medios de comunicación?

-Para ser sincera, ha sido casi por casualidad. Me dicen que he sido muy valiente al hacer frente a los trolls y a diversos tipos de insultos. Pero a mí no me da esa impresión. Soy una profesora bastante resistente, muy anciana y las críticas no me hacen mella, una profesora a la que educaron para discutir con las personas con las que no está de acuerdo. En cierto sentido, ese es mi trabajo. Solo actué de una forma que me parecía natural. Pero me alegra que eso anime a las jóvenes y muestre que, sencillamente, una no tiene que soportar toda esa basura. Eso sí merece la pena. A ellas también les digo que aún tenemos mucho que hacer por los derechos de las mujeres, pero la verdad es que las cosas han mejorado desde que empecé mi carrera. Mi madre, que murió hace más de 20 años, estaría muy contenta de ver ese avance. Recuerdo, por ejemplo, que cuando yo iba a la universidad solo el 12% de los alumnos eran mujeres. Ahora rondan el 50%. Por supuesto, no debemos caer en la complacencia. El progreso ha sido más marcado para las mujeres relativamente privilegiadas de Occidente, y sí que quiero decir relativamente privilegiadas: merece la pena reflexionar sobre los efectos de la austeridad, que han parecido mucho más duros a aquellos menos privilegiados entre quienes vivimos aquí. Queda mucho por hacer para conseguir que se escuchen las voces de las mujeres. Estoy deseando que llegue el día en el que la palabra ambición, cuando se aplique a una mujer, sea un cumplido y no una crítica.

-¿Cree que Twitter y otras redes sociales necesitan nuevas normas para hacer frente a los trolls?

-Aún es pronto y todavía estamos encontrando la forma de definir qué esperamos de Twitter y otras redes, cómo las usaremos con cortesía. No creo que necesitemos reglas formales y, en casi todos los casos, no creo que condenar a los trolls desagradables a ir a cárcel sea la mejor manera de avanzar. Mi postura es pensar en Twitter como un lugar donde hablar con las personas como lo haría cara a cara. A veces, sería sincera, incluso grosera, aunque con toda certeza no incurriría en la misoginia ni en algunas de esas amenazas de violencia que ya hemos visto. Pero creo que es importante recordar que, probablemente, no querríamos un mundo en el que nadie sea grosero jamás.