«Lady Nuria» cautiva «uno a uno» a los 700 espectadores del Jovellanos

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Nuria Espert, junto a varios actores, en el vestíbulo del Jovellanos
Nuria Espert, junto a varios actores, en el vestíbulo del Jovellanos J.C.G.

La actriz conversó con el crítico Marcos Ordóñez y el público en un encuentro cálido, emotivo y muy cercano en el que aseguró que su premio lo es a «todo el oficio» de la escena

21 oct 2016 . Actualizado a las 08:29 h.

El escritor crítico teatral Marcos Ordóñez la presentó como «Lady Nuria Espert»: mujer de teatro, actriz, directora y empresaria «hecha de un material que ya no se fabrica»; también como un ser en permanente reinvención, con algo de «esas critaturas míticas que necesitan mudar de piel, cambiar de forma, reencarnarse en vida para poder seguir siendo ellas mismas». Y acto seguido, durante una hora bien aprovechada y mientras en una gran pantalla desfilaban algunas de las encarnaciones de esa mutante mujer de teatro, Nuria Espert compareció en el escenario del teatro Jovellanos en su modo menos mítico y menos trágico: como una mujer menuda, de voz clara y cristalina, dispuesta a la confidencia y a una franqueza que a menudo resultó emotiva (y emocionada). Todo ello para defender la «modestia», el esfuerzo personal, la necesidad de los retos y, por encima o por debajo de todo, una vez más, los méritos de un oficio al que dedicó varias veces el Premio Princesa de Asturias de las Artes que la reunió en un “breve encuentro” -como lo llamó Ordóñez- con unas 700 personas en el teatro gijonés.

El premio es «para toda la profesión», insistió Espert, que aseguró haber recibido «no solo de la gente cercana, sino del mundo del teatro y de la interpretación una alegría tan grande, que es la prueba exacta de que este galardón se reparte entre una profesión llena de sacrificio y de dureza». De hecho, unos cuantos de sus colegas la esperaban ya en el vestíbulo del Jovellanos para obsequiarla con el primer «bravo» y fotografiarse junto a ella en la primera de las muchas muestras de reconocimiento que obtendría en la hora siguiente.

Su bien llevada charla con el escritor y crítico teatral, y la media docena de preguntas que le dirigieron algunos de los espectadores, abundó en esas dos nociones inseparables: las muchas alegrías que le ha dado su profesión y el permanente desafío que ha supuesto para la actriz catalana desde el mismísimo inicio; cuando, con el inesperado éxito que le proporcionó la primera de sus diez Medeas, en 1954 y sustituyendo a Elvira Noriega, aprendió también su primera lección: «Todo cuesta muchísimo»; en teatro «la lucha es dura y fuerte y no te regalan nada».

Una ambición frustrada

«El primer aprendizaje fue la modestia, que aprendí de un modo duro. Cuando pasó aquello, pensé que ya estaba, como los rockeros. Naturalmente, eso no pasó, ni pasa», recordó Espert, que revivió los años en los que, junto a su entonces esposo Armando Moreno, decidió formar compañía y lanzarse a tumba abierta por caminos que la sacaran del camino sin salida de «una ambición frustrada» que chocaba con un repertorio de «pequeñas cosas mal hechas, de las que comíamos, pero no llenaban más que eso».

«Me estaba volviendo una persona amarga», confesó la actriz. Así que hubo que aplicar lo aprendido, blindarse en humildad y emprender el camino para convertirse en «una buena actriz y saber que todo te lo tienes que ganar cada día, que cada función es diferente, quien te mira es diferente». Y además, interiorizar el que quizá sea el misterio fundamental de su oficio: «El teatro habla de uno en uno al público, y cada espectador te envía lo que está recibiendo: aburrimiento, emoción, pasión, risa, cinismo...»

Un como una casa

Así, como si hablase de uno en uno a sus setecientos contertulios -como antes, desde una vida de escenarios, a «las miles de personas que conoces aunque no te las hayan presentado»- Nuria Espert revivió con sentimiento y sin autobombo una carrera a la que volvería a «decir un como una casa», aunque con una condición de la que es muy consciente: «Lo que no sé es si en esa segunda vida volvería a tener los astros tan de cara», empezando por unos padres «aficionados al teatro que me enseñaban versos y me llevaban a recitar a los nidos de arte, las tardes del domingo, aunque yo lo detestaba». Así, hasta que salió el primer papelito en el teatro Romea.

«¿Tendría esa oportunidad o nacería en una familia burguesa donde pensarían que la gente de teatro era gente de mal vivir? ¿Estarían las mismas personas?», se preguntó: «Tantas cosas han tenido que pasar para que esté hoy con vosotros, que no me puedo imaginar que todo fuera igual, salvo yo. No sé me ocurre qué otra cosa podría ser en la vida». Sus otras dos pasiones, la literatura y los paseos, las considera vedadas. Para la primera, dice no tener talento. «Y por pasear no te pagan».

No sin humor, y no sin ocasionales destellos de pura seducción actoral engarzados en una conversación como entre amigos, Espert desgranó éxitos y fracasos -como aquel estrepitoso de su Hamlet femenino, que hizo que «las losas se tambalearan» con los abucheos en el estreno- y desanduvo el camino hasta sus legendarias colaboraciones con Víctor García, Lluís Pasqual, Manolo Gas o Miguel del Arco, siempre en busca de directores retadores y muy diferentes entre sí. Era el aventurado camino que había escogido junto a Armando Moreno, como «dos cómplices empecinados y obsesionados», leales a una elección que no fue precisamente «vivir del teatro tranquilamente, seguro, con público fiel y personajes fieles». Incluso -ironizó Espert- cuando eso «no te permita tener dinero en Panamá».

Marcos Ordóñez echó mano de varias descripciones de Nuria Espert debidas a algunos grandes dramaturgos. El «vaso de agua que se congela y de pronto rompe a hervir» que vio en ella Peter Brook. La mujer que, para Miguel del Arco, no tenía «miedo a nada» y que, ante la duda, «dice “vamos a probarlo” y se lanza de cabeza». La actriz que, cuando ve a Lluís Pasqual flaquear ante la «montaña inabordable» de un Rey Lear se descuelga con un animoso «a lo mejor no es tan difícil».

También desveló el crítico algunos de los secretos de taller de la actriz. Por ejemplo, su costumbre de copiar varias veces el texto sobre el que va a trabajar para hacerlo suyo. «Sí», admitió Espert, «lo copio montones de veces, cientos de páginas, porque es la memoria visual la que hace que esto se grabe en el disco duro y permanezca intocado». Precisamente, así fijó en su mente «hace exactamente cuarenta años» el texto con que mañana intervendrá en el acto de entrega de premios en el Campoamor, diciendo, no leyendo, su intervención, cuyo contenido, naturalmente, no quiso Espert destripar.

El reto de Incendios

Sí habló, y muy expresivamente, de la obra que se ha convertido en su último reto por el momento, aunque ella misma no esperaba que lo fuese tanto: Incendios, la espléndida pieza de Wajdi Mouawad que, bajo dirección de Mario Gas, interpreta en el Teatro de la Abadía de Madrid y que próximamente llegará al Campoamor, en Oviedo, y al Jovellanos: «Voy a tirarme al río. Ceo que es el mejor texto de la segunda mitad del siglo XX. Lo digo con temor, lo digo bajito, por no decir que es el texto que me ha gustado más en la vida», contó la actriz, que dice salir en cada función «muerta de miedo» para transformarse, en el monólogo que corona la obra, en una mujer que «se ha convertido a través del dolor, en otra cosa». «Es tan difícil hacer eso bien, que a veces sí y a veces no», se resignó Espert. Pero ay, cuando sale. Es capaz de hacer que se ponga «a bailar un rock and roll» entre bambalinas. Por cierto, que la obra, editada por la asturiana KRK, tenía a su traductor al español, Eladio de Pablo, entre el público.

Pero entre tanta alegría no quiso dejar Nuria Espert de encontrar un hueco para unos dardos contra aquello que le repugna. La violencia que asocia con la condición masculina, por ejemplo. Aunque lo hizo con la elegancia de quien lanza un elogio: el «respeto y agradecimiento» a los hombres «que han conseguido vencer esa letrita del ADN de la violencia que el hombre lleva en sí mismo y que no lleva, o lleva mucho menos, la mujer». «Amo, respeto y venero al hombre que no permite que eso aparezca», proclamó la actriz ante el aplauso cerrado del público. Que también aplaudió cuando en el punto de mira aparecieron las miserias políticas del momento en España. Fue a raíz de una de las preguntas del público, sobre la situación del teatro en el país.

«Hubiera preferido que me preguntase “¿cómo cree que se encuentra España?” No se puede vivir dentro de la sociedad en la que se desarrolla al teatro si alrededor hay caos, confusión, intereses espurios, ruina porque entre dos mil se han llevado el dinero que tendría que ser para otra cosa... Eso que le va a pasar a España, bueno o malo, será lo que le pase al teatro, ballet, música, pintura, poesía, novela... Lo que nos pase a todos los que creemos que vamos a salir de esta también», argumentó la actriz, que concluyó con un sincero: «No sé contestarte, es evidente».

Nuria Espert también disfrutó, y mucho, en el ecuador del encuentro, del vídeo realizado por la Fundación Princesa de Asturias sobre los preparativos y las actuaciones celebradas en el teatro Arango y en el Archivo de Asturias con motivo de su galardón. Y entonó poco después una nueva y vibrante defensa del teatro. «Cambiaría lo que tengo que hacer esta noche por ver una a representación. Amo el teatro muchísimo. Amo su lucha por mejorar, su necesidad de conectarse, de explicar lo que somos. Comenzó tratando de explicarle a la gente quiénes eran y de lo que eran capaces: los mayores horrores y sacrificios, la bondad y la fealdad, en unos textos de dos mil y pico de años y que nos siguen emocionando. No pueden morir a no ser que esa cosa de la que he hablado antes», dijo, aludiendo de nuevo a la violencia que asocia a los cromosomas XY, «acabe con todos nosotros».

Y después, entre aplausos y mientras hacía mutis hasta mañana, hizo bocina con las manos y gritó al público gijonés: «Volveré pronto». Será para conquistar de nuevo, uno a uno, al patio de butacas con Incendios.