Lady Gaga saborea el rock

CULTURA

Hay ganas de cambio en Lady Gaga, pero también de no soltarse del todo de aquel sonido inicial. La madurez de una artista que un día fue comparada con Madonna y ahora, igual que ella, busca como sobrevivir en la cuerda floja del pop

28 oct 2016 . Actualizado a las 19:13 h.

Camaleónica. Ya está. Dicho. Provocadora. También. La particular nube de tags (representación gráfica de los términos claves de un texto) de lo escrito sobre Lady Gaga muestra esas dos palabras con caracteres gruesos y afán de protagonismo. Seguramente, un poquito más pequeña pero sobresaliendo en la infinidad de vocablos, se puede ver otro: pop-star. Sí, Lady Gaga fue la gran estrella blanca del pop entre 2008 y 2012. Apartada Kylie Minogue del foco principal, con Kate Perry haciendo buenos singles pero sin llegar a reventar del todo y Taylor Swift ocupando el puesto amable, Stefani Joanne Angelina Germanotta (así figura en su pasaporte) pudo encarnar en ese periodo lo más parecido a lo que fue Madonna en los años ochenta y noventa: canciones universales, controversia, titulares y sensación de ser omnipresente.

Lo logró, en lo musical, tirando de pop electrónico, estribillos adhesivos y ritmos machacones. Piezas como Poker Face, Just Dance, Bad Romance o Applause conforman parte de la banda sonora del cambio de la década sin nombre a los, llamémosles así, años diez. Carecen de la entidad aquellos Into The Groove, Material Girl o Like a Virgin, pero calaron. Los vestidos de carne cruda, sus enfrentamientos con organizaciones religiosas o esa colonia que se lanzó aludiendo a que olería «a sangre y semen» se encargaron de poner el resto. Experta en la mercadotecnia de la música popular y el manejo del personaje más allá del artista, lo quiso sublimar todo con su tercer disco. Lo tituló, con toda la intención del mundo, Artpop (2013). Pero no salió del todo bien comercialmente. Y, además, ya había aparecido por ahí Miley Cirus dando muestras de su habilidad para manejar la escandalera mediática.

Tocaba cambiar. Hasta entonces, sus mutaciones resultaban relativas. La diva un día se teñía el pelo de rubio y otro de verde, ofreciendo un sorprendente cromatismo en todas sus apariciones públicas. Pero, a nivel sonoro, no protagonizaba grandes giros en sus discos como para esos (exagerados siempre) paralelismos que algunos proponían con David Bowie o transformistas musicales similares.

El relativo fracaso de Artpop la llevó a rescatar aquella insólita alianza que trenzó en 2013 con el clásico cantante crooner Tony Bennett para un dueto. Y terminaron lanzando un disco, Cheek To Cheek (2014), del que ambos sacaron jugosos réditos. Clásico de los pies a la cabeza, en él la voz de Lady Gaga dialoga radiante con la de Bennett, el último representante vivo de la era dorada de los crooners. El colchón lo dan un puñado de standars de ayer, hoy y siempre: desde el celebérrimo Anything Goes de Cole Porter al propio Cheek To Cheek de Irving Berlin, pasando por el Sophisticated Lady de Duke Ellington.En la portada Gaga se presenta con una voluminosa permanente a lo Cher. Dentro, ofrece exactamente lo que anuncia: música de big band, canciones de esmoking y lentejuelas y melodías de esas que aparecen en los cuellos de la camisa como manchas de carmín. Con él la pareja ganó un Grammy en el 2005 y su actuación en la gala fue la más destacada de la noche.

¿Y ahora qué?

Eso es lo que se debió preguntar Lady Gaga respecto a su carrera tras el paréntesis de su aventura oldie. Había dos caminos: intentar reverdecer viejos laureles en los flashes discotequeros o abrir un nuevo camino. En Joanne (2016), el disco que acaba de ver la luz, parece inclinarse por la segunda opción, aunque sin soltar de todo la cuerda de su sonido más familiar.

Expliquémonos. Si Perfect Illusion, el single lanzado en septiembre usaba el lenguaje reconocible de la artista, A-YO, el segundo adelanto apelaba a otras cosas: riffs marcados, voz desgarrada intermitente y ganas de abofetear al oyente con guitarras. Los videos de las actuaciones que se pusieron en circulación en Youtube, con ambiente de club, lo terminaban de redondear». Empujaban a escribir «El disco rock de Lady Gaga» en el titular. Y enjabonaban la idea de la reinvención constante de la artista que tan bien vende.

No resulta tan radical como pudiera parecer en un principio. Pero la nómina de colaboradores habla por sí sola: Josh Homme de Queen of the Stone Age, Beck, Florence Welch y Jeff Bhasker. Todo ello con Mark Ronson, coautor de los temas con Gaga y director de orquesta. El resultado es un paso en lo que se podría llamar la vía auténtica. La artista presume de la ausencia de autotune en su voz y se abraza a la idea de un disco real, sin grandes mascaradas de estudio.

Entre dos mundos

Hay devaneos roqueros. Al margen de la citada A-YO, John Wayne tira de elásticas guitarras blues-rock. También existe un cálido acercamiento al country, en la titular Joanne, homenaje a su tía fallecida a los 19 años y de lo mejor del disco. Igualmente, se debe mencionar la estupenda Come To Mama y Sinner’s Prayer, comandadas ambas al piano y rezumando aroma a pasado. Pero, en cuanto avanza el disco, esa apariencia orgánica y deriva en algo más sintético. Ahí se encuentra Dancin’ In Circles, que bien podría haber encajado en el repertorio de Madonna décadas atrás; Hey Girl, medio tiempo de pop diamantino; o los baladones Million Reasons y Angel Down, donde Gaga luce poderío vocal y se presentan como caramelos para el lucimiento en directo.

Así las cosas, el mundo Lady Gaga continúa girando ya con su quinto trabajo. Sin grandes singles y lejos aún de una ruptura total respecto sus orígenes, augura un suma y sigue muy lejano al cataclismo que provocó con su irrupción. No se buscaba eso. Tampoco se ha encontrado. La madurez de Lady Gaga ya es un hecho.