Luis Tosar: «Tengo una pinta sospechosa; me paran en los aeropuertos»

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Una vez más, Tosar lidera la resistencia. Lo hace en «1898. Los últimos de Filipinas», que se estrena hoy para contar la historia de aquel ejército abandonado a su suerte en la antigua colonia española. Y, cómo no, dirigido por él

03 dic 2016 . Actualizado a las 05:15 h.

Cuando le preguntas si él sería de los que quieren medallas o de los que quieren volver, Tosar no lo duda: «Yo preferiría volver. Joder, soy de Lugo. Si en el Lugo de 1898 me mandan a Filipinas con el ejército, estaría cagado». Lo dice el tipo duro por excelencia del cine español, que estrena Plan de fuga en febrero y empieza otro rodaje en marzo. Pero en casa es padre de León, esa persona que cambia su vida «a cada segundo».

-Hace justo un año de la última vez que hablé contigo. Entonces estrenabas El Desconocido y estabas a punto de ser padre. ¿Cómo te ha cambiado la vida desde entonces?

-Esta es una experiencia maravillosa, no puede ser de otra manera. Está siendo una pasada. La vida cambia pero no tanto. Digamos que ya vienes un poco... llámale acostumbrado a que todo sea cambiante permanentemente. Y ahora llega una persona nueva a tu vida que no la deja de cambiar cada segundo.

-Y habrán cambiado también tus prioridades.

-Sí, desde luego, uno se piensa las cosas de otra manera, evidentemente. Ahora me pienso los proyectos y la disponibilidad para ellos, dónde son.... y ese tipo de cosas.

-Hablando de proyectos, estrenas uno nuevo, y otra vez con Javier Gutiérrez. Lo vuestro empieza ya a ser sospechoso...

-Ja, ja, ja. Sí, es una auténtica historia de amor. Además en febrero estrenamos otra película, pero no estuvimos juntos nunca durante el rodaje. Pero en esta sí, en 1898 sí que tuvimos bastante chicha juntos, que ya tocaba.

-En 1898 Los últimos de Filipinas haces de militar pero no podías ser uno raso.

-Sí, hago del teniente Martín Cerezo, que en un momento dado le tocó quedarse a cargo de la tropa y defender el sitio de Baler durante 337 días de asedio con un ejército tarado en una situación absurda que mucha gente ya conocerá por el hecho histórico. Hay un momento en el que esas colonias, tanto Cuba como Puerto Rico y Filipinas, ya no pertenecieron a España. Pero ahí se quedaron encerrados en la iglesia defendiendo algo que en realidad ya no existía. Y Martín Cerezo es un hombre de carrera militar pura y dura, un hombre cuya motivación en la vida es el honor y la defensa de la patria con un código, digamos, de principios éticos y morales muy férreos. A lo largo de la historia vamos viendo que esos pilares se van desmoronando poco a poco porque se tiene que enfrentar a la realidad, que es que hay gente muriéndose por defender algo que cada vez se antoja más difuso.

-Defender algo que ya no existía. Este asunto tiene una vertiente un poco quijotesca, ¿no?

-Sí, es una historia con un punto muy absurdo, navega entre la gesta militar y lo absurdo permanentemente, pero es que tiene mucho que ver con la historia de España a lo largo de toda la creación y decadencia del grandísimo imperio que se llegó a crear y de la profunda desconexión que también se creaba por lógica entre el Estado, la Administración, la Soberanía y el pueblo, que en este caso eran los soldados defendiendo una iglesia en el confín del mundo. En realidad sigue ocurriendo esta desconexión entre Estado y ciudadanos. Cada vez parece que es mayor, no estamos hablando de algo que sea muy ajeno a la realidad diaria de los españoles.

-Como en Celda, vuelves a ser un símbolo de la resistencia a tu entorno.

-Sí, lo que pasa es que aquí cambia la cosa. Por ejemplo, Malamadre era un tipo que podía caer simpático y Martín Cerezo no es un hombre que despierte simpatía. Yo intenté defenderlo lo máximo posible dentro de que eres el actor que tiene que interpretarlo y tienes esa responsabilidad, y hay algo que incluso se vislumbra en las memorias del propio Martín Cerezo en las que, bueno, incluso llegas a entender por qué hizo las cosas que hizo. Pero es un hombre que pierde totalmente la perspectiva de la realidad. Claro que después de 337 días de encierro era difícil mantener la cordura, eso es verdad, y eso es también lo que se intenta contar en la película.

-Por una vez no haces de delincuente. Comentaste alguna vez que te ven la pinta por los aeropuertos.

-Sí, claro, si la gente no me conoce ni me reconoce pues ya tengo una pinta sospechosa en general.

-E intimidante.

-Sí, no lo sé ja, ja. No sé si es intimidante, pero tienden a ir hacia mí, es un problema.

-Pero a pesar de ese aspecto duro, tú no eres tan firme ni tan rígido, ¿no?

-No, en general no. Soy un tipo bastante... no veleta, pero sí cambiante. No me gusta mucho la rigidez, me gusta que la gente además cambie de idea, me parece que es lógico evolucionar. No me gusta tampoco en principio mucho la gente que se mantiene siempre en el mismo lugar, me parece que no es muy sano. Evidentemente no me gustan los que cambian tanto como decía Groucho Marx con lo de «tengo estos principios, si no te gustan los cambio por otros». Eso tampoco, pero creo que hay siempre que intentar colocarse en el lugar del otro.

-En la guerra hay hombres que quieren medallas y hombres que quieren volver. ¿Qué querrías tú?

-Yo preferiría volver. De entrada ya estaría cagado de miedo con estos señores. Joder, yo soy de Lugo, si en el Lugo de 1898 me mandan a la isla del Luzón en Filipinas y me meten en una iglesia a defender la colonia española, estaría cagado.

-¿La moraleja de la peli es que en la guerra pierden todas las partes?

-Sí, todo el mundo pierde salvo esos cuatro que no tienen ningún contacto con ella, más que tomar una decisión que siempre va a ser mala. Cualquier conflicto bélico siempre es una mala decisión y precisamente por eso, porque todo el mundo acaba perdiendo de manera directa o indirecta. Y normalmente los que menos culpa tenían perdían más.

-¿En qué notáis los actores ese presupuesto de seis millones de euros con el que contó este rodaje?

-Se nota en todos los aspectos. Una película histórica siempre, casi por definición, es cara. Es difícil hacerlas con poco dinero. Tiene que ser en todo caso una película histórica que se desarrollase en localizaciones muy simples. En este caso la película tenía que abrir, tenían que verse los desastres de la guerra y tenía que verse también el decorado que se construyó expresamente para ella, que es esa iglesia de Baler que está reproducida casi exactamente como lo que fue y que es donde esos chicos estuvieron trescientos y pico días encerrados. A parte de todo el vestuario... Y aún me parece poco, porque una película de este corte si la traspasas al cine americano probablemente contaría con diez veces más presupuesto que con el que contamos nosotros.

-En febrero vas a estrenar también Plan de fuga. Os juntáis tres gallegos: Javier Gutiérrez, Alba Galocha y tú.

-Pues sí, es verdad. Será para febrero, y después empezaré a rodar otra vez en marzo con Daniel Monzón. Ese es el proyecto más claro e inmediato que tengo.

-Y sigues encadenando películas.

-Sí, pero van bastante espaciadas en el tiempo. Este año ha sido un poco más relajado. El 2017 probablemente sea más apretado.

-Una vez dijiste: «A veces puedo elegir las películas, pero no siempre». ¿Y eso?

-En general tengo suerte, soy muy afortunado. Hay demasiados proyectos sobre la mesa para elegir, pero lo que no puedo elegir a veces es el momento en el que se hacen. A uno a veces le gustaría que fuesen más espaciados, tener más tiempo de preparación entre una cosa y la otra, pero no es el caso. Supongo que también en el caso de El Desconocido, cuando la estamos creando y era el final de un proceso que había durado un año y poco en el que había hecho cuatro películas seguidas. Y claro, no había tenido el poder de elección del momento en el que se rodaban, son cosas en las que la industria manda. Ahí cuando ya te has comprometido con los proyectos no está bien echarse atrás. Uno no puede estar todo el rato imponiendo sus tiempos, porque la producción es muy complicada y hay que adaptarse a un equipo de gente que hace un gran esfuerzo.

-En cualquier caso, cuando hay que decidir decides. Fuiste capaz de decir que no a Juego de Tronos y a Prison Break. ¿No te arrepentiste en ningún momento?

-No, la verdad es que no. Es prácticamente imposible imaginarte qué hubiera ocurrido si lo hubiera hecho. Y yo jamás hago ese ejercicio. Además, no me interesa.

-¿Y algún día te veremos hacer un papel entrañable o vulnerable en una película? Últimamente vas de duro total.

-Sí, sí, ya las he hecho. Lo que pasa es que a la gente no le interesa, no las ve. Por ejemplo, Operación E. No he visto yo a un tipo más vulnerable en mi puta vida.

-¿Qué diagnóstico le das tú hoy al cine español?

-A ver, ahora mismo yo creo que estamos en una buena etapa, porque después de una crisis que fue muy dura y que provocó una criba importante dentro de la industria creo que ahora mismo se están reactivando muchas de las cosas. Tenemos el peligro de que se polarice demasiado el tipo de producción. Estamos en un momento peligroso en el sentido de que parece que las pelis o son muy caras o son muy pequeñas, como de guerrilla absolutamente independiente, y las producciones medias están corriendo más peligro tal como se está conformando la industria ahora mismo. Bueno, creo que ahí hay que estar más atentos. Sí hay un respaldo del público con pelis en este país extraordinarias que además están funcionando bien aquí y fuera. Hay que ser mínimamente optimistas.

-¿Mejor aquí que en otro sitio entonces? ¿Sigues sin ganas de volar a Hollywood?

-No, yo siempre he pensado que si surge algo que interese se puede hacer, pero tampoco tengo un especial empeño. Además tengo mucho compromiso con el cine español, también produzco, y es una apuesta personal. Tampoco me llama poderosamente la atención lo que se hace por ahí fuera. Hay proyectos interesantes y muy atractivos que por fortuna me ofrecen aquí, así que lo prefiero, la verdad. Porque si solamente hiciera películas que no me interesan nada o fuese una cuestión de pura supervivencia, pensaría: «Como aquí no me ofrecen nada interesante, voy a probar en otro lado». Pero no es el caso para nada. Yo soy de los actores más afortunados de este país en ese sentido. Me gustan las cosas que hay, ofrecen retos interpretativos y creativos y me lo paso bien rodando aquí. De hecho creo que sería un poco indecente pensar que uno es injustamente tratado.