Premios Princesa: un «dream team» superheróico

Juan Carlos Gea GIJÓN

CULTURA

El Rey Felipe VI pronuncia su discuro durante la ceremonia de entrega de los premios Princesa 2016 en el Campoamor.El Rey Felipe VI pronuncia su discuro durante la ceremonia de entrega de los premios Princesa 2016 en el Campoamor
El Rey Felipe VI pronuncia su discuro durante la ceremonia de entrega de los premios Princesa 2016 en el Campoamor

Hugh Herr, Gómez Noya, Mary Beard, Nùria Espert, James Natchwey, Richard Ford compusieron uno de esos panteones de premiados que no se olvidan

27 dic 2016 . Actualizado a las 11:16 h.

Nadie duda de que son tan humanos como cualquiera de los que les jalean, les admiran, les envidian, les conceden premios o simplemente les ven pasar de lejos un momento en la televisión o en su ruta del Hotel de la Reconquista al Campoamor, por teatros, bibliotecas o aulas universitarias asturianas. Pero unos años más que otros, la visión del elenco de los premiados con el Princesa de Asturias produce la impresión de una especie de panteón o dream team de superhéroes y superheroínas. Hombres y mujeres admirables que, en virtud del empeño, el esfuerzo, el genio y el ingenio, han alcanzado límites físicos y mentales donde no demasiados mortales seríamos capaces de seguirles. El que acaba ha sido uno de esos años.

Pocas veces, de hecho, ese efecto se ha dado con tanta fuerza como ante Hugh Herr. Su paso por Oviedo -ese paso extrañamente elegante sustentado sobre unas piernas diseñadas por él mismo- es de los que no se olvidan. Para muchos, todo que los Princesa comprenden de épica (y espectáculo) de la excelencia y la ejemplaridad ha quedado acuñado con la efigie este Dédalo biónico exhibiendo a pernera descubierta no tanto la maravilla tecnológica de sus prótesis como su identidad de ser humano de una pieza. Un ser humano expandido que ya no ve en la tecnología algo distinto de su propio cuerpo.  De algún modo, ese poderos mensaje tuvo su complemento en el del triatleta gallego Javier Gómez Noya, que llegó a Asturias herido. Se le aplaudió no solo por su mérito al mostrar hasta dónde puede llegar un organismo humano por sus propios medios cuando es pilotado por una voluntad tan robusta y precisa como las piernas de Herr; también por su grandeza en la aceptación de que el cuerpo puede sublevarse a las puertas de unas Olimpiadas y excluirte de su gloria. Su premio Princesa tuvo ese inesperado cariz de amargura y consolación.

Escuchar voces ajenas

Las dos mujeres de este año tienen algo en común. Ambas poseen el don de escuchar voces ajenas -voces, a menudo, de muertos- y de hacérnoslas llegar, a su vez, altas y claras con su propia voz. Mary Beard es la médium de los romanos que fueron, pero también la de los romanos que somos; y también una mujer -con subrayado en «mujer»- perfectamente capaz de poner en su sitio lo que aquellos latinos tuvieron de bárbaros y a los bárbaros de este tiempo con artillería humanística, elocuencia mediática, inteligencia y mucho humor. Los que visitaron junto a ella la villa romana de Veranes, comprobaron cómo Beard tiene el poder de poblar con su palabra los espacios vacíos de la historia. Respecto a Nùria Espert, su invocación de dos de los muertos más vivos y más hermosos de  la literatura mundial -Lorca y Shakespeare sobre el Campoamor, impuso en el teatro y más allá una campana de silencio y de sobrecogimiento, incluso sin necesidad de comprender a un Ricardo III que se expresó en catalán.

También hay algo afin en los dos norteamericanos de pura cepa que este año vinieron a Asturias para recoger su Princesa este año. James Natchwey y Richard Ford comparten la pasión de los narradores puros. El fotorreportero de guerra, por mediación de un ojo que guarda silencio pero que lo cuenta todo con la máxima honestidad posible y que se mueve sin cesar por el mundo para ser la mirada de otros allí donde las cosas quisieran no ser miradas; el novelista, creando bajo un código de honestidad análogo al de Natchwey, pero al otro lado de la raya de la ficción, personajes y mundos que, por mucho que no existan también amplían el campo de visión de quien los conoce a través de sus textos. Pero el primero es cronista y el segundo, por mucho que se le endose esa etiqueta, no tiene por qué serlo. Que los Estados Unidos que tan bien ha narrado no son los Estados Unidos extraliterarios lo prueba su pronóstico fallido en Oviedo, donde Ford predijo que Donald Trump jamás ganaría unas elecciones. En la Norteamérica de Frank Bascombe seguro que fue derrotado.

Quedan los otros premiados, esos cuyos superpoderes son más bien los de ejercer una influencia benéfica para que otros podamos ejercerlos: Siddhartha Kaul, en nombre de Aldeas Infantiles SOS y los representantes de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático y el Acuerdo de París, cuyos impulsores y artífices seguramente tampoco apostaban por Trump. Y otros premiados aunque anónimos: los vecinos y vecinas de Santa Eulalia, San Martín y Villanueva de Oscos, que recibieron el premio al Pueblo Ejemplar de este año porque vivir el día a día en ciertos paraísos perdidos, por muy hermosos que sean, también puede llegar a tener mucho de superheroico.

Tampoco faltaron las protestas, convertidas ya también en una especie de protocolo simétrico, aunque este año la oposición a los premios dio un paso más allá desde las instituciones, con la polémica decisión del tripartito ovetense de retirar 50.000 euros de la aportación municipal. Aunque siempre haciendo constar que no es por los héroes y sus virtudes, que no se discuten, sino por los reyes y sus cortesanos.