El ensayo que John Berger regaló a La Voz de Asturias

John Berger

CULTURA

El periódico publicó un inédito del escritor fallecido, «Un mensaje lleva a otro», en un extra de su semanal «El Cuaderno» el 20 de noviembre de 2011. jornada de elecciones generales

04 ene 2017 . Actualizado a las 08:29 h.

El día 20 de noviembre de 2011, el entonces suplemento semanal de cultura de La Voz de Asturias, El Cuaderno, publicaba un especial para su número 6: un texto inédito en España del escritor, poeta, crítico de arte y artista británico John Berger, que acaba de fallecer. Traducido por Jaime Priede, el texto, escrito un par de años antes, se publicó acompañado de una serie de aportaciones de varios artistas asturianos tras leer el ensayo, con obras inéditas en la mayor parte de los casos. Con un retrato de Berger a cargo de Adolfo P. Suárez encabezando el número, participaron además en él Jorge Nava, Santi Lara, Vicente Pastor, Ricardo Mojardín, Pablo Iglesias, Avelino Sala, Adolfo Manzano, Alfono Fernández, Javier Soto, los colectivos Fiumfoto y PSJM y el fotógrafo Armando Álvarez, autor de la imagen de portada. 

Este es el texto íntegro de Un mensaje lleva a otro:

Un mensaje lleva a otro.

Adrianne Rich, la maravillosa poeta americana, comentaba hace poco en una lectura pública: «Este año, un informe de la oficina de estadísticas judiciales revela que uno de cada 136 residentes norteamericanos está entre rejas, muchos de ellos sin que se les haya dictado condena».

Durante la misma lectura citó al poeta griego Yannis Ritsos:

«En los campos la última golondrina dilata su partida,/ se mece en el aire como listón negro en la manga del otoño./ No queda nadie más. Solo las casas calcinadas ardiendo quietas».

 * Sonó el teléfono y al instante supe que eras tú llamándome desde tu apartamento en la Vía Paolo Sarpi (dos días después de que los resultados electorales anunciaran la vuelta de Berlusconi). La velocidad con que reconocemos una voz familiar que llega de la nada nos reconforta, pero también tiene algo de misterioso. Porque las medidas, las unidades utilizadas para calcular la clara diferencia entre una voz y otra son innombrables, no se pueden formular. No hay un código. En estos días todo está cada vez más codificado.

Es por eso que me pregunto si no habrá alguna forma de medir, también sin código y a la vez de forma precisa, para calcular otros supuestos.

Por ejemplo, el monto de libertad que se da en una circunstancia concreta, su grado y sus límites estrictos. Los prisioneros se vuelven expertos en ello. Desarrollan una sensibilidad particular hacia la libertad, no en tanto concepto, sino como sustancia granular. Detectan casi de inmediato los fragmentos de libertad cuando sucede.

 * En un día cualquiera, cuando nada sucede, cuando la crisis que se anuncia hora tras hora ya es una vieja conocida, cuando los políticos se presentan a sí mismos como la única alternativa a la catástrofe, las personas intercambian miradas al cruzarse unas con otras para cotejar si los demás entienden lo mismo cuando murmuran: así es la vida.

A menudo sí entienden lo mismo y en ese instante que comparten se da cierto tipo de solidaridad que va más allá de lo dicho o discutido.

Busco palabras para describir el periodo de la historia que estamos viviendo. Decir que no tiene precedentes es muy poco, porque ningún periodo tuvo precedentes desde que se descubrió lo que llamamos Historia.

No busco una definición compleja para la época que atravesamos. Hay unos cuantos pensadores, entre ellos Zygmunt Bauman, que han asumido esa importante tarea. Solo busco una imagen que sirva como mojón, como coordenada. Un mojón no adquiere sentido completo por sí mismo, pero ofrece un punto de referencia que puede ser compartido. Se parecen en eso a los tácitos supuestos que laten implícitos en los proverbios populares. Sin referentes, los humanos corremos el riesgo de dar vueltas y vueltas.

* El referente que he encontrado es el de la cárcel. Nada menos. En todo el contorno del planeta vivimos en una cárcel.

La palabra nosotros, cuando se pronuncia o imprime en las pantallas, resulta sospechosa, porque la usan continuamente aquellos que ostentan el poder. Mediante la demagogia dicen hablar por aquellos a los que niegan ese poder. Hablemos de nosotros como ellos. Ellos viven en una cárcel.

Qué clase de cárcel. Cómo se construyó. Dónde está situada. ¿O acaso estoy utilizando la palabra como figura del lenguaje?

No, no se trata de una metáfora. El encarcelamiento es real, pero para poder describirlo hay que pensar históricamente.

¿Qué clase de prisión?

Michel Foucault ha mostrado de manera gráfica que la penitenciaría es una invención de finales del siglo dieciocho, o principios del siglo diecinueve, vinculada muy de cerca a la producción industrial y su utilitarismo. Antes, hubo cárceles que eran una mera extensión de las jaulas y de los calabozos. Lo que distingue a la penitenciaría es el número de presos que puede empacar y el hecho de que todos ellos se encuentren bajo continua vigilancia, gracias al modelo del panóptico tal como lo concibiera Jeremy Bentham, que introdujo el principio de la contabilidad en la ética.

La contabilidad exige que toda transacción se registre. De ahí las paredes circulares de las penitenciarías, las celdas dispuestas en círculos y la torre de vigilancia como tornillo en el centro. Bentham, que fue tutor de John Stuart Mill a principios del siglo diecinueve, fue el filósofo utilitarista que con mayor ahínco justificó el capitalismo industrial.

Actualmente, en la era de la globalización, el mundo está dominado por el capital financiero, no por el capital industrial, y los dogmas que definen la criminalidad y la lógica del encarcelamiento han cambiado radicalmente. Las cárceles existen aun y se construyen cada vez más. Pero los muros de la prisión sirven ahora para un propósito diferente. Lo que constituye un área carcelaria se ha transformado.

* Hace veinticinco años, Nella Bielski y yo escribimos A Question of Geography, una pieza teatral acerca del gulag. En el acto segundo, un zek, un prisionero político, habla con un niño recién llegado sobre las opciones que tienes en un campo de trabajo.

Cuando te arrastras de vuelta del trabajo, después de todo un día en la taiga, cuando te hacen formar y marchar de regreso, muerto de hambre y de fatiga, te dan una ración de sopa y pan. En cuanto a la sopa, no hay opción: tienes que comerla mientras esté caliente, o al menos tibia. En cuanto a los 400 gramos de pan, tienes opciones. Por ejemplo, puedes cortarlo en tres pedazos: uno para comerlo con la sopa, otro para chuparlo en tu camastro antes de dormirte y el tercero para guardarlo hasta la mañana siguiente a las diez, cuando estés trabajando en la taiga y sientas piedras en el estómago.

Te obligan a vaciar una carretilla llena de roca. En cuanto a empujar la carretilla no hay opción alguna. Pero cuando la vacías tienes una opción. Puedes llevarla de regreso como la trajiste o, si eres listo y la supervivencia te aviva el ingenio, puedes empujarla casi parada. Si eliges el segundo modo, le das descanso a tus hombros.

Si eres un zek y te convierten en jefe de grupo, tienes la opción de jugar a ser un cabrón, o no olvidar nunca que eres un zek.

El gulag ya no existe. Sin embargo, hay millones de personas que trabajan actualmente en condiciones similares. Lo que ha cambiado es la lógica policiaca aplicada a los obreros y a los criminales.

En el gulag, los prisioneros políticos, categorizados como criminales, acabaron reducidos a trabajadores esclavos. Hoy, millones de obreros explotados brutalmente son reducidos al estatus de criminales.

La ecuación del gulag, que igualó al criminal con el trabajador esclavo, la redactó el neoliberalismo de nuevo identificando al trabajador como criminal oculto. Todo el drama de la migración global está expresada en esta nueva fórmula: aquellos que trabajan manualmente son criminales en potencia. Cuando los acusan, son hallados culpables de intentar sobrevivir a toda costa.

Quince millones de mujeres y hombres mexicanos trabajan en Estados Unidos sin papeles y, en consecuencia, son ilegales. Entre la frontera de ambos países se está construyendo un muro real de mil doscientos kilómetros y un muro virtual  de mil ochocientas torres de vigilancia. Pero por supuesto se hallarán caminos, todos ellos peligrosos, para evitarlos.

Entre el capitalismo industrial, dependiente de la manufactura y de las fábricas, y el capitalismo financiero, dependiente de la especulación del libre mercado y los agentes de bolsa (las transacciones financieras de carácter especulativo suman a diario un billón trescientos mil dólares, cincuenta veces la suma de los intercambios comerciales), el área carcelaria se modificó.

La cárcel es ahora tan enorme como el planeta y sus zonas asignadas cambian de nombre. A veces se llaman lugar de trabajo, o campo de refugiados, centro comercial, periferia, gueto, bloque de oficinas, favelas, suburbio… Lo esencial es que en esas zonas todos están encarcelados, son compañeros de prisión.

* Estamos a principios de mayo y en las laderas pobladas de colinas y montañas, a lo largo de las avenidas que circundan las rejas, en el hemisferio norte, se renuevan las hojas de la mayoría de los árboles. No solo nos parecen distintas todas sus variedades de verde, también nos parece que cada una de las hojas es distinta si la comparamos no con billones (la palabra se ha corrompido con el dólar), no con billones, si la comparamos con una multitud infinita de hojas nuevas.

Para los prisioneros, esos pequeños indicios de la continuidad en la naturaleza han sido, y siguen siendo, un acicate encubierto para la confianza.

* En estos tiempos, la finalidad de casi todos los muros de la prisión (los reales, los electrónicos, el patrullaje, los interrogatorios) no es mantener a los prisioneros dentro para regenerarlos, sino mantenerlos fuera para excluirlos.

Casi todos los excluidos son anónimos, de ahí la obsesión de las fuerzas de seguridad con el asunto de la identificación. Pero también son incontables. Por dos razones. Primero, porque la cantidad fluctúa: cada hambruna, cada desastre natural o intervención militar (hoy llamadas acciones policiales) disminuye o incrementa la multitud de excluidos. Segundo, porque evaluar esa cantidad sería enfrentarse a la realidad de que ellos son mayoría sobre la tierra, y asumir eso por parte del poder significaría hundirse en el absurdo absoluto.

 * ¿Te has dado cuenta de que cada vez es más difícil sacar las mercancías pequeñas de su embalaje? Algo parecido ocurre con las vidas de quienes tienen un empleo que les brinda ganancia. Quienes tienen un empleo legal y no son pobres viven en un espacio muy reducido que cada vez les permite menos opciones, excepto la opción binaria obediencia/desobediencia. Sus horas laborales, su lugar de residencia, sus talentos abandonados, su experiencia, su salud, el futuro de sus hijos, es decir, todo lo que queda fuera de su función como empleados, ha tenido que asumir un segundo plano ante las imprevisibles y vastas exigencias de la ganancia en efectivo. Es más, la rigidez de esta norma de la casa se conoce como flexibilidad. En prisión, las palabras se dan la vuelta como una manga.

La alarmante presión de las condiciones del trabajo cualificado obligaron recientemente al gobierno japonés a reconocer y definir una nueva categoría propuesta por los médicos forenses: “fallecimiento por trabajo excesivo”.

Ningún otro sistema es posible, les dicen a los empleados bien remunerados. No hay alternativa. Cojan el ascensor. El ascensor es tan diminutivo como una celda.

* «Los pueblos solo alcanzan el grado  de libertad que su audacia le conquista al miedo» (Stendhal)

Estoy mirando a una niña de cinco años que toma su clase de natación en la piscina municipal cubierta. Lleva un traje de baño azul oscuro. Podría nadar, pero le falta la confianza en sí misma para hacerlo sin ayuda alguna. La monitora la sitúa al borde de la zona donde más cubre. La niña está a punto de saltar, pero mientras se decide, se agarra a la barra larga que le tiende la monitora. Es una manera de que le pierda el miedo al agua. Lo mismo hicieron ayer.

Hoy la monitora quiere que la niña se tire al agua sin cogerse de la barra. ¡Uno, dos, tres! La niña salta pero en el último instante se coge a la barra. No se dicen nada. Se cruzan una leve sonrisa. La niña se entristece, la mujer es paciente.

La niña sale del agua por la escalera y se vuelve a colocar en el borde. Voy a tirarme otra vez, le dice. La mujer asiente. La niña toma aire, expira y salta, con las manos a los lados, sin sujetarse a la barra. Cuando sale a la superficie, tiene el extremo de la barra frente a la nariz. Pero de dos brazadas llega a la escalera sin tocar la barra. ¡Bravo!

En el momento en que la niña saltó sin sujetarse a la barra, ninguna de las dos mujeres estaba en prisión.

* Miremos la estructura del poder sin precedentes que nos rodea y cómo funciona su autoridad. Toda tiranía improvisa su propia serie de controles. Por eso al principio uno no los identifica como los crueles controles que son.

Las fuerzas de mercado que dominan el mundo aseguran que son inevitablemente más fuertes que cualquier Estado. Esta aseveración se confirma minuto a minuto mediante los actos que van desde la llamada no solicitada que te intenta convencer de que compres una nueva póliza de seguro médico o un fondo de pensión, al más reciente ultimátum de la Organización Mundial de Comercio.

Como consecuencia, la mayoría de los gobiernos ya no gobiernan. Un gobierno ya no tiene capacidad de maniobra para avanzar en la dirección escogida. El término «horizonte», con su promesa de esperanza proyectada hacia el futuro, se desvaneció como discurso político, en la derecha y en la izquierda. Lo que queda es un debate sobre cómo evaluar los restos. Las encuestas de opinión deciden el rumbo y reorientan el deseo.

La mayoría de los gobiernos pastorean en vez de proponer un rumbo. En la jerga carcelaria estadounidense, pastor es uno de los apodos para nombrar a los carceleros.

En el siglo dieciocho, a las condenas de muchos años se las definía, con gran aprobación popular, como «muerte civil». Tres siglos más tarde, los gobiernos imponen, por ley, por fuerza y mediante el ajetreo de las amenazas económicas, regímenes masivos de «muerte civil».

* ¿No era acaso una forma de prisión la vida bajo cualquiera de las tiranías del pasado? Sí, pero no en el modo que describo. Lo que se vive hoy es nuevo por su relación con el espacio.

Es aquí donde el pensamiento de Zygmunt Bauman resulta iluminador. Apunta que las fuerzas corporativas de mercado que ahora gobiernan el mundo son extraterritoriales, es decir, «sin restricciones territoriales, sin restricciones localizadas». Son perpetuamente remotas, anónimas y totalmente ajenas a las consecuencias físicas o territoriales de sus acciones. Cita a Hans Tietmeyer, presidente del Banco Federal de Alemania: «El reto de hoy es crear condiciones favorables para generar la confianza de los inversores». La prioridad suprema y única.

En consecuencia, la tarea que se les asigna a los obedientes gobiernos nacionales es controlar las poblaciones mundiales de productores, consumidores y pobres marginados.

El planeta es una prisión y los gobiernos obedientes, sean de derechas o de izquierdas, son los pastores, los guardias.

* El sistema-prisión opera gracias al ciberespacio. Este ofrece al mercado una velocidad de intercambio que lo vuelve casi instantáneo. Utiliza esa velocidad día y noche para negociar por todo el mundo. Gracias a ella, la tiranía del mercado obtiene su licencia extraterritorial. Dicha velocidad, sin embargo, genera un efecto patológico en quienes se sirven de ella: les anestesia. Pase lo que pase, «los negocios como siempre».

No hay lugar para el dolor en tal velocidad. Quizá anuncios de la existencia del dolor, pero no el dolor en sí. En consecuencia, la condición humana se desvanece, resulta excluida de la operatividad del sistema. Los operadores, los estafadores, están solos porque son ruines en extremo.

En otras épocas, los tiranos eran despiadados, inaccesibles, pero eran vecinos, gente sujeta al dolor. Esta ya no es el caso, y a largo plazo será el error fatal del sistema.

* «Las altas puertas se vuelven a cerrar/ Estamos en el patio de la cárcel/ En una nueva estación» (Tomas Transtömer).

Ellos (nosotros) son (somos) compañeros de celda. Reconocer eso, en cualquier tono de voz que se declare, contiene una negativa. En ningún lugar como en la cárcel se calcula y se espera el futuro como algo tan rotundamente opuesto al presente. Los presidiarios nunca aceptan el presente como algo definitivo.

Sí, pero cómo vivir ese presente. Qué conclusiones sacar. Qué decisiones tomar. Cómo actuar. Tengo algunas sugerencias, ahora que la referencia del mojón ha quedado establecida.

De este lado del muro, se escuchan todas las experiencias, no hay ninguna que se considere obsoleta. Aquí se respeta la supervivencia y es lugar común que la supervivencia dependa, con frecuencia, de la solidaridad entre los compañeros presos. Las autoridades lo saben, por eso recurren al confinamiento en soledad, sea por medio del aislamiento físico o mediante un lavado manipulador de cerebro. Así, los individuos quedan aislados de la historia, con sus legados, de la tierra y, por encima de todo, de un futuro en común.

Ignora el parloteo de los carceleros. Por supuesto que hay carceleros malos y menos malos. En ciertas condiciones es útil percatarse de la diferencia. Pero lo que dicen, aun los menos malvados, es pura mierda. Sus himnos, sus consignas, sus fórmulas para seducir con asuntos como la seguridad, la democracia, la identidad, la civilización, la flexibilidad, la productividad, loas derechos humanos, la integración, el terrorismo, la libertad, se repiten y repiten con el fin de confundir, dividir, distraer y sedar a los compañeros presos. De este lado del muro, las palabras que profieren los carceleros carecen de sentido y ya no son útiles para pensar. Son humo. Debemos rechazarlas aun cuando se piensan en silencio.

Por el contrario, del otro lado del muro tienen su propio vocabulario y piensan con él. Muchas palabras se mantienen en secreto y otras muchas son de carácter local, con numerosas variaciones. Expresiones y palabras diminutas que contienen un mundo: «te enseñaré cómo lo hago», «a veces me pregunto», «pajarillo», «algo pasa en el ala B», «desnudado», «toma este pequeño aro», «murió por nosotros», «vamos a por ello», etc.

* Entre los compañeros presos hay conflictos, algunas veces violentos. A todos los prisioneros se les priva de, aunque hay diversos grados de privación, y esas diferencias de grado provocan envidias. De ese lado del muro la vida vale muy poco. El hecho de que la tiranía global no tenga rostro alienta cacerías para hallar chivos expiatorios, para hallar enemigos tangibles entre los otros prisioneros. Las celdas, tan asfixiantes, se tornan entonces en una casa de locos. Los pobres atacan a los pobres, los invadidos saquean a los invadidos. No hay que idealizar a los compañeros presos.

Sin idealizarlos, tomemos nota de lo que tienen en común: su sufrimiento, su entereza, su astucia. Todo ello es más significativo, más revelador, que todo lo que les separa. De ahí nacen nuevas formas de solidaridad. Esa nueva solidaridad comienza con el reconocimiento mutuo de las diferencias y del pluralismo. Así es la vida de ese lado del muro. No se trata de una solidaridad de masas sino de interconexión, algo mucho más apropiado para las condiciones de vida que se dan en prisión.

* Las autoridades sistematizan en lo posible sus acciones para mantener mal informados a los compañeros presos de lo que ocurre en otras partes de la prisión mundial. En el sentido más agresivo del término, no adoctrinan. El adoctrinamiento se reserva para entrenar a la pequeña élite de mercaderes y de expertos en marketing. No hay intención alguna de activar a la enorme población de presos, sino de mantenerlos en incertidumbre pasiva, recordarles sin cesar que todo en la vida es riesgo y que la tierra es un lugar inseguro.

Esto se logra con una información cuidadosamente seleccionada, o con desinformación, a través de determinados comentarios, rumores y ficciones. Al funcionar, esta operación propone y mantiene una paradoja alucinante, porque engaña a la población de la cárcel haciéndola creer que la prioridad de cada uno es hacer pequeños arreglos para conseguir protección personal y adquirir, de algún modo, aun estando en la cárcel, su propia exención particular del destino común.

La imagen de la humanidad que transmite esta visión del mundo no tiene precedentes. La humanidad aparece como cobarde. Solo los ganadores son valientes. Además, no hay dones, solo hay premios.

Los prisioneros siempre han encontrado la forma de comunicarse unos con otros. En la prisión global de hoy, el ciberespacio se puede utilizar también contra el interés de quienes lo instalaron. Así, los prisioneros se informan entre ellos acerca de lo que pasa en el mundo día tras día, y rastrean las historias suprimidas del pasado con tal de erguirse, hombro con hombro, con sus propios muertos.

Al hacerlo así, recuperan ciertos dones, ejemplos de valentía, una rosa en una cocina donde no hay mucho para comer, penas indelebles, la capacidad de resistencia de las madres, la risa, la ayuda mutua, el silencio, la resistencia cada vez más grande, el sacrificio voluntario, más risa.

Los mensajes son breves pero se propagan por la soledad de sus (nuestras) noches.

 * La última sugerencia no es táctica, sino estratégica.

El hecho de que los tiranos del mundo sean extraterritoriales explica la extensión de su poder de vigilancia, pero también anuncia una debilidad. Operan en el ciberespacio y se alojan en condominios resguardados. No tienen conocimiento alguno de la tierra que les circunda. Aun más, desprecian ese conocimiento por considerarlo superficial, sin profundidad. Únicamente cuentan los recursos extraídos. No pueden escuchar a la tierra. Sobre el terreno son ciegos. En el ámbito de lo local están perdidos.

Para los compañeros presos es todo lo contrario. Las celdas tienen muros que, tocándose, cruzan el mundo entero. Los actos efectivos de resistencia sostenida se incrustan en lo local, cerca y lejos. La resistencia más remota es escuchar a la tierra.

Poco a poco, la libertad no se encuentra fuera sino en las profundidades de la prisión.

* No solo reconocí tu voz que me hablaba desde tu apartamento en la Vía Paolo Sarpi. Pude también adivinar, gracias a tu voz, lo que sentías en ese momento. Percibí la exasperación o, más bien, la exasperada entereza que se mezclaba ? y eso es tan típico de ti ? con unos pasos rápidos encaminados hacia la esperanza siguiente.