«En el arte se ha pasado de un academicismo castrador a una libertad que desconcierta»

Pablo Batalla Cueto

CULTURA

Melquiades Álvarez
Melquiades Álvarez

Entrevista al pintor gijonés Melquiades Álvarez, que acaba de inaugurar una exposición de esculturas, dibujos y pinturas en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo.

09 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Es la lección del bosque ya rota su coraza/ que ejerce su llamada y su reserva», rezan dos versos del poema de Melquiades Álvarez incluido en el folleto de la exposición de esculturas y pinturas que el propio Álvarez acaba de inaugurar en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo. En ella, cuatro esculturas tituladas El frío, La sombra, El renacer y La transparencia, una por cada estación del año, nuclean un conjunto de dibujos y delicadas pinturas sobre madera tallada y horadada que tienen en común el que en realidad es el gran leitmotiv de la obra del artista gijonés: la belleza sutil de la naturaleza; esa «lección del bosque» que él imparte en cada uno de sus cuadros, en todos los cuales se escucha palpitar la pasión del romanticismo, la sencillez de lo oriental y aquello que Victor Hugo dijo que era la melancolía: «el placer de estar triste».

-Hábleme de esta exposición. ¿Qué obras incluye, qué las unifica?

-Gira en torno a las estaciones. Las piezas que la vertebran son cuatro esculturas correspondientes a las cuatro estaciones, y el resto de piezas giran en torno a ellas, con una temática que por otra parte es habitual en mi trabajo, que es la naturaleza, sus ciclos y el tiempo en todos los sentidos. El tiempo es uno de mis temas preferidos. Las piezas que la exposición recoge son obras de los últimos cinco años; obras guardadas que estaban esperando un momento propicio en el que estar juntas tuviera un sentido temático.

-Efectivamente, la naturaleza es su tema predilecto, pero hay una figura concreta, casi totémica, que se repite constantemente en su obra: el árbol.

-Hay otras: los pájaros, los caballos, las figuras humanas cuando tienen un sentido... Pero sí, el árbol es importante. El árbol, para mí, no es un elemento ornamental, sino que lo veo como un ser vivo y cambiante; como un ser con el que se puede hablar, dialogar... Me gustan los árboles, me gustan las distintas especies, me gusta lo que significan y me gusta lo que aportan al sosiego espiritual que tanta falta nos hace. Los árboles no traicionan: siempre dicen la verdad y además tienen algo que a mí me gusta mucho, quizá porque soy un poco sedentario o no muy viajero, que es que desde el principio de su vida permanecen en un único territorio, sin que eso los haga menos importantes en esta época en la que todos estamos como locos de un sitio para otro. El árbol es la imagen perfecta de la permanencia, el afincamiento, la renovación, la edad, el albergue y la amistad. Desde que tú lo puedas abrazar hasta que todos los que lo habitan lo puedan hacer, es un elemento hogareño o de concordia.

-Sus obras transmiten mucho sosiego y quizá un punto de melancolía, pero de una melancolía entendida tal como la entendía Victor Hugo: el placer de estar triste. Es una melancolía no desasosegante.

-No lo sé, quizá... Yo esas cosas creo que no se eligen. Las cosas te eligen a ti; te llaman para que hables de ellas cuando ellas quieran llamarte. No tengo una intención previa que me haga imponer mi voluntad o mi visión, sino que me dejo seducir de alguna manera por las cosas, por los momentos y por una psicología subjetiva que todos tenemos. Lo que sí te puedo decir es que, siéndome placentero como a todo el mundo lo solar, lo vital, encuentro más profundos y más poéticos momentos de una belleza menos evidente. Para mí mi misión, o el atractivo de mi trabajo, estriba en poner en evidencia la belleza oculta, subterránea. En realidad, creo que ése es el aporte fundamental del arte; del artista en general. Al menos es el arte que a mí más me gusta.

-¿Cómo es su proceso creativo? ¿Sale a la naturaleza a dejarse inspirar y a tomar notas o privilegia su imaginación?

-Camino mucho, sí, y soy muy divagador. Me atrae mucho la idea de salir a encontrar cosas sin una disposición o una esperanza previos. Rara vez salgo a la naturaleza buscando algo muy concreto. Hombre, me puedo dirigir a las montañas porque tengo sed de montaña, que es algo que me gusta mucho, pero no necesariamente lo hago buscando una inspiración plástica, sino como un autorregalo. Eso sí, cuando vuelvo a casa siempre lo hago con dos o tres cosas interesantes que he visto en la cabeza. Pero no me pongo a trabajar de inmediato, sino que prefiero dejarles la posibilidad de desaparecer o de disolverse. Cuando veo que no se disuelven sino que, al revés, cogen fuerza con el paso de los días y me van exigiendo que profundice en ellas es cuando realmente les presto atención. Tomar, apenas tomo notas. Alguna vez lo hago, y también alguna foto, pero muy raramente. Me fío mucho de mi retentiva; de mi capacidad de seleccionar sobre la marcha aquello que perdura y aquello que es efímero. Eso, por otra parte, me da mucha libertad a la hora de trabajar. No estás atado a una cosa tal cual la viste, sino que puedes recomponerla. Recomponer los temas, componer tiempos y situaciones nuevas a partir de tiempos y situaciones distintos, es una facultad creativa imprescindible. A veces se logra y a veces se fracasa, y a veces se fracasa momentáneamente y más adelante se soluciona. Lo fundamental es no tener prisa.

-¿Le sucede a veces que deja una pieza a la mitad porque llega a un callejón sin salida en el que decide que la obra ya no tiene arreglo?

-Es muy habitual que tenga que aplazar obras y es habitual fracasar habiendo luchado bastante por alguna obra, pero eso no debe producir ninguna alarma. Es un contratiempo habitual; un gaje del oficio.

-En 2015 desveló a través de Trea una faceta suya que hasta ese momento había sido secreta: la de poeta.

-Siempre me gustó escribir, y siempre escribía alguna cosa en los catálogos, pero nunca había publicado un poemario como tal, no. ¿Por qué esperé tanto a publicarlo? Pues simplemente porque estaba esperando a poder condensar un puñado de poemas lo suficientemente interesantes.

-¿Concibe la poesía como una esfera diferente de la del arte plástico, o como una y la misma cosa? Que una determinada brizna de inspiración se sustancie como cuadro o como poema, ¿es puro azar intercambiable, o lo que se convierte en poema no podría convertirse en cuadro, ni viceversa?

-A veces es intercambiable, y de hecho hay poesía escrita pero también hay poesía dibujada, igual que hay poesía musical, pero en general hay una diferencia evidente, sí. No es trasladable tal cual una cosa a la otra. La poesía, al menos para mí, es una cosa más repentina; algo que nace y se condensa en muy poco tiempo por más que pueda retocarlo y reescribirlo después, como de hecho suelo hacer. El magma principal se condensa muy rápidamente en un momento grácil en el que ya está todo. La poesía, además, responde a cuestiones más subjetivas y más de emociones difícilmente expresables que la pintura. Sí, la pintura es diferente. De hecho, si la poesía fuese una simple reiteración de mi trabajo, seguramente no tendría interés en practicarla.

-¿Quiénes son sus referentes en tanto creador tanto de poesía como de arte plástico?

-Las dos tradiciones que han encarnado más vivamente la temática que me interesa tanto a nivel literario como a nivel plástico son el romanticismo y el orientalismo. Me gusta mucho la estética oriental; esa estética de la naturaleza, de la esencialidad y de la ligereza que tienen los japoneses.

-En cierta medida, usted hace haikus pictóricos.

-No exactamente, pero sí que me interesa mucho la brevedad, y sí que hay en el haiku un espíritu y una espiritualidad de lo natural con la que me identifico mucho más que con la cultura urbana.

-¿Lo bueno, si breve, dos veces bueno también en pintura?

-Yo creo que sí. Bueno, a lo largo del tiempo he ido haciendo cosas muy distintas, y también tuve períodos muy barrocos, muy recargados, pero finalmente, sea de naturaleza más simple o más complicada, la obra respira bien cuando prescinde de todo aquello que no necesita. Generalmente, el arte importante trata de esencializarse.

-En su proceso creativo, ¿hay una fase de simplificación, de ir quitándole cosas al cuadro después de habérselas puesto?

-Suele haberla, pero bueno, tampoco sigo un proceso creativo lineal tal como el que se presenta en los libros de manera un poco exagerada o simplificada o para redondear las cosas. No es que empiece complicado y acabe simple. Siempre hay oscilaciones. Si tienes un espíritu más o menos libre, y yo trato de tenerlo (otra cosa es que lo tenga); si te haces caso a ti mismo, si oyes la voz de lo que tienes que hacer, tiendes a seguir caminos distintos y más complejos que esa fórmula fácil de simplificar lo complejo; de ir de A a B.

-De lo que se trata es de dejarse llevar por la marejada anímica de uno mismo.

-Sí, dejarse llevar. Sólo así nos descubrimos a nosotros mismos.

-¿Se aprende mucho sobre uno mismo pintando, creando...?

-Sin duda. Pintar es una forma de autoconocimiento, porque trabajando liberas tu mente, algo que de otra forma no se produciría. Pasa también contemplando la obra ajena; la obra de aquéllos que nos gustan o que nos atraen. Cuando una obra nos dice algo, generalmente aprendemos muchas cosas de ella sobre nosotros mismos. Yo creo que hay un exceso de personalismo en el arte. El artista es interesante en la medida en que pone su talento al servicio del descubrimiento de algo común a todos; de una experiencia común. No se trata tanto de decir: «Aquí estoy yo y esto pienso», de hacer esa especie de imposición, como de ser una especie de médium. Un artista no deja de ser un trabajador de lo suyo. No es necesariamente más listo; simplemente tiene su atención focalizada en una determinada cosa y por eso sabe más de eso que luego ofrece humildemente a los demás. Aquello que nos dicen los artistas importantes es algo a lo que los demás no llegaríamos de otra manera. Hay una dimensión social del arte por la cual los objetos son importantes pero no son más que correas de transmisión.

-«¿Por ventura es la sociedad otra cosa que una gran compañía en que cada uno pone sus fuerzas y sus luces y las consagra al bien de los demás?», decía Jovellanos.

-Eso es. Para algunas personas puede ser un ingenuismo esto que digo; puede pensarse que el arte sólo se expresa a sí mismo, pero yo tiendo a pensar que no. Mi experiencia es que uno no está solo y tiende a compartir ciertas cosas, y cuando una obra te dice algo te lo dice porque te habla de algo que nos pertenece a todos, que es cultural, que es común.

-Hay que pintar lo que somos, no lo que uno es.

-Sí. El ego es importante, pero uno también se puede ensimismar demasiado.

-Supongo que un cierto ego, siempre que hablamos de actividades creativas, es inevitable.

-Supongo que sí. Hay gente que lo tiene más acusado que otra, pero todos queremos ser reconocidos por aquello que es importante para nosotros. Todos queremos recibir ese pago.

-Usted, ¿es un creador diario, metódico, o funciona más bien a ráfagas de creatividad?

-Soy bastante metódico, sí, porque una fracción importante del trabajo artístico es física, es material. La inspiración es importante, pero el trabajo es ciertamente muy importante.

-«Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando», decía Picasso.

-Claro. A mí, además, el trabajo, lo material, la técnica, es una cosa que me gusta. Me gusta la dificultad; no me gustan los procesos fáciles, el acabar pronto. Para mí es un reto importante que la obra dure en su proceso y que me plantee dificultades; que me deje insatisfecho y me obligue a desatar la imaginación. A veces las obras se prolongan más y a veces menos; a veces su elaboración es extenuante y otras no; otras veces viene así como un regalo. Pero es un regalo que es un premio por las dificultades.

-¿Cuándo decide un artista que una obra está terminada? ¿Cuándo y por qué decide que una determinada pincelada es la definitiva y que el cuadro no necesita ni una más, y ni una menos?

-Es un tema difícil...

-¿Hay veces en que se pasa uno de frenada; en que se dice: «Debería haber parado hace cuatro pinceladas»?

-Sí, hombre. Todos tenemos la experiencia de habernos pasado y haber estropeado cosas. También nos ha sucedido a todos haber dejado cosas sin acabar esperando por algo que les faltaba y que no alcanzábamos a decidir qué era y que en un momento determinado eso que le faltaba se desvelara fácilmente. Tampoco creo que el fin de una obra sea una cuestión exacta. Al final, no se trata de hacer una obra perfecta, sino digna.

-El artista, ¿nace o se hace? ¿El arte es un talento innato o algo adquirible mediante la disciplina?

-Hombre, yo creo que se nace con una inquietud determinada. Quizá no sea una inquietud delimitada o definida, pero está ahí. Más que una inquietud, yo hablaría de una inadaptación; algo que en la infancia no sabes racionalizar pero que es muy intenso; una sensación de no adaptarse a las coordenadas del mundo y de pensar que el mundo requiere otra cosa. Al menos, ésa es mi experiencia: hay una incompletitud en ti que te hace buscar un lugar, un nicho, distinto al que la sociedad, tu familia o lo que sea te tiene preparado. Y luego vas encontrando a otros parecidos a ti; vas descubriendo un camino. Otra cosa es que ese camino esté milimétricamente predeterminado. A mí, por ejemplo, me gusta mucho la música, y creo que, si hubiese nacido en un medio que me la hubiese propiciado más, posiblemente me hubiese inclinado por ahí, y creo que tendría talento para ello. Pero me incliné por la plástica. En aquella época, ahora no sé, era una disciplina artística en la que era muy fácil entrar. Los niños pintan, dibujan... En la plástica hay una espontaneidad, una elementalidad, que otras artes no facilitan tanto. Y tampoco te desaniman a dibujar, como sí a otras artes. Que no te desanimen ya es mucho.

-El arte, ¿es en esencia un bastón para no caerse, tanto para el creador como para la humanidad?

-Sí, algo así. Es un elemento muy estabilizador. La sensibilidad a veces hiere: te hace darte cuenta de cosas excelsas, pero también de cosas horribles. Y no quiero decir que la sensibilidad media no exista: existe, claro que existe, pero creo que hay personas especialmente sensibles y que eso puede provocar un sufrimiento que el arte ayuda a paliar.

-El artista, ¿debe conocer los cánones académicos, aunque sea para rechazarlos, o es mejor no conocerlos para que no contaminen el genio innato que uno pueda tener?

-Mi experiencia me dicta que ninguna de las dos cosas. Yo creo que es bueno conocerlo todo. Desde luego, creo que no hay que concebir los cánones como algo rígido, como una jerarquía inamovible, sino como algo lo suficientemente voluble como para que lo que en uno tiene que emerger o lo que uno tiene que decir no sea negado. Pero también creo que estamos en una época en la que se ha pasado de un extremo al otro y lo que prima ya no es un academicismo castrador sino tanta libertad que desconcierta. Creo que la libertad, siendo importante tenerla, tiene que alimentarse también de ciertas restricciones, de ciertos condicionamientos. Hace poco leía una entrevista con un arquitecto que decía que la función del encargo, de ese condicionante que es el encargo, no es castrar, sino estimular la imaginación. En ese sentido, yo creo que uno tiene que ser, en cierta medida, el encargante de su propia obra. La libertad ilimitada es improductiva.

-Para terminar, déjeme que le haga una pregunta que no sé si tiene respuesta. ¿Para qué sirve el arte?

-(Risas). Hay una pieza musical que me gusta mucho que se llama La pregunta sin respuesta, de Charles Ives. Es una pieza magnífica, musicalmente tensa, y es la materialización sonora de esa idea; una pregunta musical. Yo pienso que, sin el arte, aquellos a los que el arte nos dice algo o nos gusta seríamos más infelices y estaríamos más perdidos. Ahí se pone algo que no se pone en ninguna otra cosa de la vida y que por sí solo tampoco existe. El arte, al menos para mí, es una necesidad espiritual tan importante como otras necesidades de orden más físico. Y nos sirve para ser mejores.

-¿De qué tiene más el arte: de consuelo que sienta y tranquiliza o de invitación a actuar, a levantarse del sofá?

-Pienso que el arte es como la libertad: algo objetivamente muy difícil de definir por más que todos la ansiemos y sepamos gradarla: «esta libertad es mejor que otras». Y algo muy personal. El arte es una opción individual. Yo no creo mucho en las opciones revolucionarias a través del arte. Creo que la función del arte es íntima. No creo que el arte vaya a transformar tu vida de arriba abajo, y mucho menos la de la sociedad, pero sí que tiene un peso. Supongo que sabríamos qué es el arte si se aboliese; si, desapareciendo, provocase una nueva catástrofe de éstas que vivimos últimamente.