Eduardo Mendoza reivindica la excelencia del humor en la literatura

Efe ALCALÁ DE HENARES

CULTURA

El escritor ha recibido el Premio Cervantes del rey Felipe VI en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares

20 abr 2017 . Actualizado a las 17:12 h.

El escritor Eduardo Mendoza ha recibido hoy el Premio Cervantes de manos de Felipe VI, en la solemne ceremonia que tiene lugar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares y que ha comenzado al mediodía. Mendoza, que se ha declarado muy contento y honrado por el galardón, ha recogido su premio ataviado con el tradicional chaqué, una prenda con la que se encontraba tan a gusto que a partir de ahora «llevará siempre», ha bromeado a su llegada a la universidad.

Mendoza ha reivindicado la excelencia del humor en la literatura, que practica en sus escritos «con reincidencia», y ha negado que se trate de un género menor, como a menudo se considera. En su discurso, se ha declarado un fiel lector de Cervantes y asiduo del Quijote, a cuyas páginas, ha confesado, acude con mucha frecuencia, aunque ha centrado su intervención en cuatro de estas relecturas que ha hecho a lo largo de su vida.

«Vivimos tiempos confusos e inciertos», ha indicado Mendoza, y no en lo que se refiere a la política y a la economía donde siempre son así «porque somos una especia atolondrada y agresiva, y quizá mala» sino en lo que atañe al cambio radical que afecta al conocimiento de la cultura y a las relaciones humanas, ha señalado el premiado. No obstante, ha considerado que este cambio «no tiene por qué ser nocivo, ni brusco ni traumático».

Durante su discurso ha ido desgranando, con muchas pinceladas de humor, lo que las sucesivas lecturas del Quijote le han aportado a lo largo de su vida, desde la primera obligada en el colegio, donde «casi» contra su voluntad se «rindió a su encanto», hasta la última, que emprendió de nuevo de «un tirón» al saberse ganador del premio que hoy ha recibido.

De su primer contacto con Cervantes, en unos años en los que la figura de don Quijote «había sido secuestrada por la retórica oficial para convertirla en el arquetipo de nuestra raza y el adalid de un imperio de fanfarria y cartón piedra», ha recordado Mendoza, la lectura del Quijote «fue un bálsamo y una revelación».

Fascinado por el lenguaje cervantino y con una vocación temprana de escritor, Eduardo Mendoza aprendió de Cervantes «que se podía cualquier cosa» y que era posible hacerlo con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia. La segunda ocasión fue de bachiller, cuando era «ignorante, inexperto y pretencioso» y le atraían los héroes trágicos, esos que se equivocan: «Y a eso a don Quijote, como a mí, no nos ganaba nadie».

En la siguiente ocasión, ya en la madurez, había publicado algunos libros bien acogidos por la crítica y el público, ha relatado Mendoza, que ha recordado a su editor y amigo Pere Gimferrer, y a la fallecida agente literaria Carmen Balcells, «cuya ausencia empaña la alegría de este acto».

En esa tercera lectura descubrió un humor que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos, como en la mirada del autor sobre el mundo. «Un humor que camina en paralelo al relato y que reclama la complicidad entre el autor y el lector», una relación que constituirá la novela moderna. Tras asegurar que hay una cosa en la que él lleva ventaja a don Quijote («yo soy de verdad y él es un personaje de ficción»), el autor ha explicado lo que es la función de la ficción: «no dar noticia de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabaría convertido en mero dato, en prototipo y en estadística».

Y por eso, ha agregado, la novela cuenta las cosas de un modo ameno aunque no necesariamente fácil, para que las personas, a lo largo del tiempo, la consuman y la recuerden sin pensar.

«Alguna vez me he preguntado si don Quijote estaba loco o si fingía estarlo para transgredir las normas de una sociedad pequeña, zafia y encerrada en sí misma. Aunque ésta es una incógnita que nunca despejaremos, mi conclusión es que don Quijote está realmente loco, pero sabe que lo está».

Lo contrario de lo que le ocurre a él: «Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera, y por este motivo vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo», ha confesado.

Y tras insistir en su profunda gratitud y alegría por un premio que nunca esperó recibir, ha garantizado que seguirá siendo el que siempre ha sido: «Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores»