Kawase y el ensayo sobre la ceguera de la celebrada «Radiance»

José Luis losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

ALBERTO PIZZOLI | AFP

Première en Cannes de la serie de Jane Campion «Top of the Lake: China Girl», con Elisabeth Moss y, de nuevo, Nicole Kidman

24 may 2017 . Actualizado a las 07:35 h.

Ahora que Michael Haneke ha dejado de ostentar el rol de favorito para hacerse con la Palma de Oro (y ser el primero en sumar tres), sobre la partida de este festival se abre mucho la baraja. Ahí trata de pescar, por ejemplo, Naomi Kawase, que presentó la muy celebrada Radiance. Mis prevenciones ante esta directora japonesa me bunkerizan. Su deriva desde minoritaria directora de culto modernoso y zen hacia un cine sensiblero sin ambages parece querer hallar en Radiance un término medio: lo que cuenta, la relación entre una escritora de audiocomentarios para ciegos y el fotógrafo invidente y crepuscular, posee alguna idea no desechable. Pero Kawase decide embizcocharla con pastosas concesiones al melodrama. Y como ya demostró hace tiempo que su rigor de autora es flexible y bizcochable (véase el bombazo en la taquilla de la abominable Una pastelería en Tokio), ahí emboca Radiance. Fue muy ovacionada y lleva destino a complacer a jurados amables y a hacer carrera en las confiterías. Perdón, en los cines.

Hay en este festival dos pluriempleados. Uno es Hong Sang-soo, que no encontró mejor manera de estar todo el tiempo con su musa, Kim Min Hee -actriz por la que se divorció en medio de una escandalera (divorciarse en Corea debe de ser un crimen)-, que dirigir tres películas al año. Con una, la mejor de todas, obtuvo la actriz el premio de interpretación en Berlín. En Cannes, además de presentar La cámara de Claire, un divertimento que rodó el pasado año durante el festival junto a Isabelle Huppert, concursa con la notable The Day After. Y en ella vuelve a hacer esa alquimia de apariencia sencilla que le convierte en cineasta esencial, una tersa terapia autobiográfica al desarrollar los padecimientos de un hombre atormentado entre su esposa y dos amantes. Porque en Corea, Hong debe ser considerado un sátiro, un escandaloso cruce moral de Polanski y Woody Allen.

La otra gran explotada es Nicole Kidman. Tras demostrar en el durísimo filme de Lanthimos que puede exponerse al borde del abismo, Kidman vuelve a jugársela al participar como lideresa punki de la delirante bizarrada del otrora fascinante John Cameron Mitchell How to Talk to Girls at Parties. Y, aún más, con su rol de rizos canos en el estreno de la serie de Jane Campion Top of the Lake: China Girl, thriller escabroso y feminista, con subtrama de proxenetismo de menores asiáticas, en el que Elisabeth Moss trata de desentrañar el origen de un cadáver que quiere ser la nueva Laura Palmer, ahora que Laura Palmer resucita. Tenemos que ser, a la fuerza, muy fans de Kidman, a quien el sórdido Bertín Osborne banalizó, por sus cirugías estéticas, en un lamentable comentario de su cortijo televisivo. Cuando lo relevante es el coraje de esta actriz que en las pantallas se atreve con todo, cine griego extremo, locuras en las que oficia de sacerdotisa punkarra/metalera y series donde exhibir veteranía plateada.