Contemporáneo de cámara

Yolanda Vázquez

CULTURA

El tercer festival de microdanza Brotes, que organiza El Huerto Espacio Escénico, trajo el estreno de la pieza «Tríptico», de la compañía asturiana Inquiquinante Danza, exploración sonora de la danza con la mediación intelectual de la fotógrafa americana Francesca Woodman

29 may 2017 . Actualizado a las 08:01 h.

El bailarín y coreógrafo Manuel Badás y la violonchelista Cristina Ponomar estrenaron el pasado sábado en El Huerto Espacio Escénico la pieza Tríptico, una exposición directa al público de 40 minutos que nos habla, en tres tiempos musicales, de los aspectos más intangibles de la creación a través del quehacer artístico de la malograda pero importante fotógrafa estadounidense Francesca Woodman (Denver, 1958-Nueva York, 1981). El ponderado chelo de Ponomar es el director sonoro, siempre presente en escena, de la argumentación para la danza de Manu Badás, quien escenifica, con sólido guión para improvisación pautada, la relación interior de lo creado con el creador: la significación artística de la fotógrafa norteamericana cobra protagonismo a través del cuerpo de Badás, quien nos presenta esos tres momentos con clara intención de profundizar en la portentosa pero corta vida de esta mujer de singular mirada.

Éste es parte del planteamiento que se muestra explícitamente en escena y que se refuerza visualmente con textos del diario de la propia fotógrafa, proyectados, blancos sobre negro, en el fondo de escenario. «Me gustaría poder cambiar de opinión tan fácilmente como me cambio de calcetines. Entonces no me cambiaría tan a menudo de calcetines». O: «No hay que intentar dar lecciones a otros, solo hay que ver el otro lado”. Por eso Badás, igual que lo hiciera en su día en los años 70 del pasado siglo la artista gráfica, acude bailando a un espejo apoyado en el suelo para ver qué hay al otro lado; o lo que es lo mismo: quién es ella en realidad y qué hay en la realidad. Metafórico y bien planteado narrativamente. Y de poderosa vigencia.

El diario personal de la artista es, por tanto, el tercer protagonista de la pieza, y los textos cobran importante relevancia para el espectador en tanto en cuanto son acompañados, bien por cierta quietud del bailarín, bien por su desaparición completa de escena. Es el chelo de Ponomar quien lee esos textos confiriéndoles orden artístico, desde la intimidad, para la lectura callada por parte del espectador. Una monada en pequeña caja escénica. Recuerda la gloria del cine mudo.

La pieza concede un papel dirigente al chelo, un aire de liderazgo que el espectador entiende y asume pero que, quizá, en algún momento de la representación, se anhelará ver algo más basculado hacia la danza. No obstante, los artistas lo explicaron al final del espectáculo en intercambio con el público. «El protagonismo de la música es fundamental en la pieza, porque indirectamente así lo hemos querido», alegaron. Y así es, porque las piezas musicales escogidas para esta revelación danzada pertenecen a tres universos sonoros bien distintos: Prokofiev, Debussy y Bach. De ahí Tríptico.

Comienza Prokofiev, señor de mucha música, con esa carga brutal de sinceridad impresa en las notas de una partitura inacabada por el compositor, la Sonata para violonchelo solo. Le sigue Syrinx o La flauta de Pan de Debussy, que nos acerca a la mitología griega a través de una ninfa amada por Pan, que se ahogó en un río y que luego se convirtió en caña. Y acabamos con Bach, que nos hace hermanos a través de la Suite para violonchelo nº 2; pensamos y vemos la danza como si estuviéramos en acto de comunión. El chelo se hace muy de uno; y tan ideal.

Manuel Badás, algo más delgado que en otras representaciones, sigue ganando riqueza plástica (siempre ha estado en él), y aunque la pieza se exhibe a menos de tres o cuatro metros del público, la ubicación de su cuerpo (solo) en el espacio ha ganado soltura manteniendo madurez y lirismo. Es un bailarín que se crece y no cambia de cara si algo sale como no quiere. Son tablas.

Su exposición de lo femenino resulta convincente y está bien reproducida por muchos gestos de las manos y la cara presentes en la obra de la americana. Y tres momentos sonoros para tres estilismos diferentes que amueblan de sentido las notas del chelo de Ponomar. La correspondencia entre ambos es buena, llena de complicidad: cada uno piensa en lo suyo y en lo del otro, pero teniendo cada uno su lugar en escena.

Woodman, fotógrafa prematura

Tríptico es motivo para poder hablar de la fotógrafa americana Francesca Woodman, cuyo trabajo acuchilló un tanto la esencia femenina alimentándola, a través de sus instantáneas, de conciencia surrealista con el ánimo de materializar una visión estática más totalizadora del poder de la desnudez corporal. El cuerpo femenino, siempre protagónico, es el layout al que añadió atributos físicos determinados y localizaciones marginales, a la vez que diáfanas, con intención de proyectar su propio universo interior, un mundo dotado de una fuerte carga emocional y de sugerente potencia visual.

El blanco y negro fue mayoritariamente su campo de juego, y el cuerpo desnudo de la mujer la excusa para hablar de ella misma y de su relación con espacios físicos concretos; precisamente los ámbitos fotográficos por los que más se ha reconocido internacionalmente su trabajo. Se suicidó con 22 años, lo que, según argumentó la crítica a posteriori, ha contribuido en parte a elevarla prematuramente a la categoría de mito, independientemente de si había motivos para hacerlo.

El tercer festival «Brotes», una iniciativa de El Huerto Espacio Escénico, se sigue consolidando como un ámbito de libertad y un lugar de representación de indiscutible valor escénico en Asturias al que debería prestársele más atención por parte de la Administración. Una sala de estas características, en una ciudad tan relevante como Gijón, que se convierte en germen vivo de muchas cosas, debería ser tenida en cuenta siempre como referente, pero, sobre todo, como un lugar de verdadera alternativa artística.

Tríptico

Inquiquinante Danza

Coreografía e interpretación: Manuel Badás.

Violonchelista: Cristina Ponomar.

Música: Sonata para violonchelo solo de Prokofiev, Syrinx de Debussy y Suite para violonchelo nº 2 de Bach.

Estilismo y Vestuario: Inma Pertierra.

Producción artística: Inquiquinante Danza, compañía residente en El Huerto Espacio Escénico.

El Huerto Espacio Escénico, 20 de mayo de 2017. Gijón