«Sólo me haría selfies si antes me hubiera tomado mucho whisky»

Noelia Rodríguez AVILÉS

CULTURA

Arno Minkkinen muestra en el Niemeyer fotografías en que se fusiona con la naturaleza llegando en poner en peligro su integridad

30 jun 2017 . Actualizado a las 18:23 h.

«Si me hubiera caído me hubiera matado, la roca puede que no soportara mi peso y se viniera abajo. Yo asumo ese riesgo», explica Arno Rafael Minkkinen ante una de las fotografías que se pueden observar en el Centro Niemeyer desde hoy. Es un paisaje en blanco y negro en que se ve un primer plano de un lago y unas montañas al fondo con parte de su cuerpo en la imagen. En ocasiones, como ésta, busca que no sea fácil reconocer la presencia humana a simple vista, y lo consigue. El fotógrafo lleva 45 años haciéndose fotos a si mismo integrado dentro de la naturaleza, algo que muchos llamaríamos autorretratos, término que él mismo rechaza al entender que  «son un experimento». Es muy extraño que inmortalice a otra persona, pero niega hacerse selfies, algo que está tan de moda hoy en día. «No tengo nada en contra suya, pero no tengo un palo selfie y sólo me haría uno si hubiera tomado mucho whisky», asegura.

Él es de los que prefiere ubicar su cámara en el lugar necesario para inmortalizar lo que él quiere y luego colocarse él mismo dentro de la naturaleza. «Le cedo todo el control a ella, yo soy el sirviente de la cámara», explica. Es un trabajo peligroso, porque esto supone posturas a veces difíciles de mantener en equilibrio y con poca estabilidad. Los lagos, los acantilados, los bosques... son sus escenarios más habituales. La razón de este proceder es que «intento hacer fotos que nunca he visto y esas tienen el peligro asociado, pero tú (en referencia al espectador) ese peligro no lo ves». Asegura que «el deseo de hacerlo es tan fuerte que es lo que me llama. Cuando amas algo tanto es como que te ciegas por ello», reconoce. De momento la única lesión que ha tenido ha sido la rotura de un hombro, de la que ya se ha recuperado plenamente.

La desnudez es una de las señas de identidad de Minkinnen, así como el uso constante del blanco y negro. Para él es lo que le hace sentir como si no estuviera sin ropa. «En color es como me siento desnudo, me da más vergüenza», asegura y añade que, además, «el blanco y negro me da la oportunidad de ser parte de la naturaleza, porque no ves la forma del cuerpo, se integra; ves la naturaleza y eso es lo que es bello», explica. A sus 72 años sigue haciendo trabajando igual, aunque en los últimos años ha introducido una novedad: el uso de la cámara digital.  «Empecé a usarla por no quedarme atrás» y sólo lo hace porque el archivo raw le permite mantener la imagen original absolutamente pura, es como el negativo de los antiguos carretes. «Yo lo mantengo, es mi legado. En el negativo no hay explicación ni manipulación», apunta.

Un trabajo solitario

Él no altera sus imágenes ni tampoco trabaja con otras personas. «Es un trabajo solitario, tengo que ser capaz de hacer solo la fotografía, porque no pretendo ser colaborativo», asegura, aunque reconoce que «si alguien está cerca puede que dispare, aunque es raro». En la exposición del Niemeyer hay un par de imágenes en que aparece Minkkinen y una mujer. Pero es lo extraño, porque él suele fotografiarse solo y ni siquiera  muestra todo su cuerpo. Las piernas, un brazo, la parte superior del cuerpo… son las partes de su anatomía que ha inmortalizado en una mayor cantidad de ocasiones. El resultado es que su cuerpo se funde con la naturaleza, algo que no siempre es fácil. Para conseguir alguna imagen de las que ha traído a Avilés ha tenido que estar a las cinco de la mañana metiéndose en agua helada con una postura que hacía que los brazos le dolieran y con la presión de saber que tenía menos de 15 minutos para conseguir lo que él buscaba, porque luego el sol cambiaría de ubicación y no podría captar lo que quería. «Siempre hay un poco de pánico, porque pasa muy rápido», dice.

Además, hay que tener en cuenta que él no va a hacer fotografías con una imagen preconcebida de qué inmortalizar. A posteriori hace dibujos de lo que ha fotografiado «y así aprendo para otra vez, siempre es un descubrimiento» y reconoce que «es mejor el dibujo que la foto». A lo largo de su carrera ha viajado por una treintena de países y expuesto en muchísimos sitios. La muestra que le trae al Niemeyer es la segunda que ha hecho en España -la anterior fue hace 26 años en Barcelona. Y ha aprovechado el viaje para hacerse dos fotos: una en el jardín de la Fundación Evaristo Valle y otra ante la catedral de Oviedo, en la que su brazo desnudo se une a una de las torres del edificio para mostrar que «lo hicieron personas con sus propias manos». Son pocas las explicaciones que da sobre cómo hace sus fotografías y actúa así porque «no quiero romper la magia». Lo hizo en una ocasión en la grabación de un documental en que recreó una antigua fotografía suya en la que parecía que caminaba sobre el agua. «La hija de mi galerista en París dijo que cuando era más pequeña ella pensaba que estaba colocado encima de un cocodrilo». Desde entonces no ha vuelto a dar explicaciones. Su trabajo puede verse hasta el 1 de octubre en el auditorio del Centro Niemeyer.