León Benavente: un bus de guitarras y una microespicha en Lavandera

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

El grupo, que esta noche protagoniza uno de los conciertos grandes de Metrópoli, subió hasta el Llagar Trabanco a bordo del autobús de la mítica marca de instrumentos Gibson, a la que el festival dedica una exposición

05 jul 2017 . Actualizado a las 17:22 h.

Y ocurrió así: no a bordo de un R5 robado cerca de El Retiro y con destino a los desiertos de Almería -como en la que seguramente sea la canción más aclamada de León Benavente, Ser Brigada- sino en un rutilante autobús naranja cargado de guitarras Gibson, serpenteando por las carreteras parroquiales de Gijón, desde la Feria de Muestras hasta el llagar Trabanco, en los altos de Llavandera. A bordo, los mismos León Benavente, en una breve tregua tras el aterrizaje -anoche- en la ciudad y una madrugada de reencuentros con una ciudad a la que les une, entre otros lazos, el vínculo de su «socio» musical Nacho Vegas, y el concierto que hoy protagonizan en el escenario grande del festival Metrópoli. Entremedias, una hora y pico de sofá morado, reflexiones con la prensa, culinos, empanada y tortilla de patata en el emblemático llagar gijonés, y unos cuantos acordes y unas cuantas carcajadas antes de las pruebas de sonido.

La presencia en Metrópoli de la exposición dedicada a la legendaria firma Gibson y del despampanante autobús que la marca tiene fletado para recorrer toda Europa sugirió la idea de este encuentro rodante con repostaje a la asturiana. Y Abraham Boba, Eduardo Baón, César Verdú y el allerano Luis Rodríguez se sumaron sin muestras de cansancio a pesar de que llevan ya sus buenos meses de gira y de que, como ellos mismos recuerdan a la menor ocasión menos como disculpa que como mérito, son «ya cuarentones». Les acompañaron miembros del equipo de Gibson y los directores de Metrópoli.

En Lavandera les recibió como anfitriona Eva Trabanco, representante de la cuarta generación de una firma casi tan mítica en su terreno como la propia Gibson lo es en el suyo, acompañada del responsable de la empresa de eventos gastronómicos Gustatio. A la pipa, Hugo se batió el líquido elemento con la aprobación general, y tras ellos respaldaron la microespicha las no menos legendarias tortillas y empanadas de la casa. Después de una visión del rutilante Picu'l Sol, que hizo honor a su nombre, y de toda la vega de Llavandera, obligó a preguntarse en voz alta lo mismo que se preguntan al final de Ser Brigada sus fugados protagonistas: «Para qué volver».

Para las pruebas de sonido y el concierto, claro. La bajada, sin preguntas ni respuestas, discurrió dando bandazos por las curvas de la zona rural. Los músicos echaron mano de las gutarras, Abraham se abrazó a una y Luis y Eduardo se fueron pasando otra hasta que el Gibson-bus descendió de vuelta a la Metrópoli. Pruebas, un respiro y a escena.