«Inmersión», nuevo acto filibustero de Wim Wenders

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN /E. LA VOZ

CULTURA

ANDER GILLENEA | Afp

«Alanis», muy notable filme argentino con prostitución y madre coraje

23 sep 2017 . Actualizado a las 09:56 h.

En el mapa delictivo del cine presente hay tramposos, pilletes, golfos, rinconetes, cortadillos, filibusteros. Y luego está Wim Wenders. Hace al menos 30 años que devino cineasta parasitario que filmó la agonía de Nicholas Ray, se aprovechó de la parálisis cerebral de Antonioni, explotó la senectud de Pina Bausch o de los viejitos del son cubano, mercadeó con el miserabilismo a través del prestigio de Sebastião Salgado. Y prepara un docu con el papa que se anuncia duro tour de force.

Con Inmersión, Wenders inauguró San Sebastián y nos deparó trapacería descomunal. No conozco otro tipo con tal cara de concreto para atreverse a perpetrar este despropósito de melodrama donde mixtura el origen de la vida en las profundidades marinas con el terrorismo de la yihad. Y los ensarta en una bochornosa historia de amor entre una bióloga y un agente del MI5, que se conocen, hacen el amor y se ven desarbolados por la distancia. Qué esperaban. Él secuestrado en Somalia y ella buscando líquenes en un submarino amarillo. Asisto impávido a frases del estilo «Quiero que seas mi piscina»: toda una declaración de amor de la oceanógrafa. O escucho a un señor de la guerra somalí explicarle a James McAvoy que la yihad es como el filme Bambi. Cómo es posible que sean coetáneos una pieza tan bien armada como la serie Homeland y este yihadismo de Inmersión que semeja un gag de Los dioses deben de estar locos.

Y es alucinógeno pensar que aún funcione la máquina de los timos de Wenders: vende que va a hacer una historia con ecología trascendente y yihad, y es capaz de enrolar a dos estrellas del momento como Vikander y McAvoy y a cuatro países que ponen la plata. Y ya está la Inmersión en la cual parece que ambos se reencontrarán en las simas marinas, en el Hades. Cuando el infierno no son los otros. El infierno es Wenders.

Vino a rescatarnos la jornada el segundo filme en competición. La argentina Alanis, de Anahí Berneri, cuenta unos días en la vida de una prostituta bonaerense que carga con su hijo casi bebé mientras trata de trajinar clientes decrépitos y de amorrarse a la supervivencia. Es un acto de nobleza autoral que, con estos sórdidos materiales, Berneri no caiga nunca en el tremendismo ni en el atisbo carroñero. Y ver a la soberbia actriz Sofía Gala convertir su tránsito por el mercado de los pobres cuerpos de carne mercenaria en materia preciosa, refulgente entre la escoria, es un regalo que debería tener premio en el palmarés.