El Guggenheim muestra obras nunca expuestas de la pionera del arte textil

Montse García Iglesias
Montse García BILBAO / ENVIADA ESPECIAL

CULTURA

JEWEL SAMAD | AFP

El museo recorre la carrera de Anni Albers, 70 años de experimentación continua

06 oct 2017 . Actualizado a las 07:51 h.

Era, ante todo, artista y nunca pensó en ser tejedora, pero en cuanto lo probó en la Bauhaus le encantó la idea «por todo lo que podía hacer con el hilo y el telar». Amante de inventar y de usar la tecnología, llegó a dirigir el taller de la vanguardista escuela de Weimar en 1931, hasta que el partido nazi la cerró en 1933. Es Anni Albers (Berlín, 1899-Orange, Connecticut, 1994), una pionera en la renovación del arte textil, a la que el museo Guggenheim de Bilbao le dedica una exposición, Anni Albers: tocar la vista, que podrá visitarse desde hoy hasta el 14 de enero.

Se trata de un recorrido por siete décadas de trayectoria que, si algo deja claro, es que Anni Albers nunca paró de experimentar. Así se aprecia en la selección de telas, en las que prueba con el uso de plástico, crines o celofán, entre otros materiales en sus inicios en la escuela. Lo demostró también con el tejido con el que se graduó, que era antirreflectante por uno de sus lados y aislante sonoro por el otro. Ya en EE.UU., donde la alemana tuvo que exiliarse con su marido, Josef Albers, lo llevó al diseñó joyas, incluyendo horquillas o tapones entre sus elementos, sin la necesidad de incluir piedras preciosas. Desde allí llegaría a México, Cuba y Perú con sus viajes, donde encontró inspiración en las antigüedades precolombinas. Albers consideraba a los tejedores de los Andes como sus padres.

La experimentación en sus trabajos textiles la volvería a poner en práctica más tarde, en la impresión gráfica. «En los grabados aplica todo tipo de técnicas, lo que demuestra su carácter juguetón», destacó el comisario de la muestra, Manuel Cirauqui.

Fue a finales de la década de los 60 cuando la artista se centró en la impresión gráfica, Epitafio, que cerró la etapa anterior. Pero la creadora acabaría cerrando el círculo y muchos de esos diseños gráficos se tradujeron luego en trabajos textiles en colaboración con empresas, coincidiendo con el ideal de la Bauhaus de que el arte pueda ser distribuido de modo mayoritario. «Se puede apreciar cómo a lo largo de su trayectoria retoma constantemente ideas y las lleva a un desarrollo nuevo», indicó el comisario. El resultado son originales composiciones de carácter abstracto.

En el Guggenheim hay piezas que se exponen por primera vez y otras que hacía tiempo que no se veían. «No tuvo una gran producción de arte y una de las cosas tan maravillosas de esta exposición es que se verá más de lo que ella llamaba sus tejidos pictóricos», destacó Nicholas Fox Weber, director de la Fundación Josef y Anni Albers, que colabora en la muestra.

Un viaje hacia la paz

«Ella trabajaba de una forma lenta y sistemática», explicó, mientras desgranaba anécdotas. «Le encantaba hacer cosas usando la tecnología, fuese tejiendo, usando el telar o imprimiendo», aseguró, para añadir que «pensaba en el arte como un lugar de paz, como algo que nos puede extraer de las dificultades de la vida diaria».

Más allá de su obra, Anni Albers también dejó tratados teóricos hoy considerados claves en el desarrollo del arte textil contemporáneo y que tienen también presencia en la exposición. Además, de manera paralela a la muestra, el museo Guggenheim ha realizado una reedición en español de su obra Del tejer, donde plasmó muchos de esos conceptos teóricos. Con esta exposición, explicó el director del Guggenheim de Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, el museo pretende continuar profundizando en los fundamentos de la creación contemporánea y al mismo tiempo contribuir al reconocimiento de una figura clave en la redefinición del artista como diseñador.

«Es un conjunto coherente y articulado de trabajos de una artista con la que podemos mandar una mirada transversal a la historia de la abstracción en el siglo XX», señaló el comisario. Ella estaría encantada. Al menos, así lo consideran el director de la fundación, porque «nunca le importó el reconocimiento, sino que su arte fuera visto».