Aronofsky y su factor genético

miguel anxo fernández

CULTURA

«Madre!» puede ser una ocurrencia audiovisual o puede ser una genialidad. Dependerá de si su director te cae bien o mal

13 oct 2017 . Actualizado a las 07:43 h.

Ocurrencia es, según la RAE, «idea inesperada, pensamiento, dicho agudo u original que ocurre a la imaginación». Y entre sus sinónimos, admite chiste y chufleta. Madre! puede ser una ocurrencia audiovisual -porque imagen y sonido van mucho de la mano aquí- o puede ser una genialidad. Va a depender de si Aronofsky te cae bien, mal o regular. Porque con permiso de quienes le consideran un genio, de la misma manera que se muestra denso y hasta brillante en Cisne negro (2010), puede resultar lo contrario con esa infamia titulada Noé (2014), a la que muchos, todavía tres años después, no acabamos de cogerle el tranquillo. Conviene tenerlo en cuenta para enfrentarse a este nuevo filme, que puede resultar desde una compleja reflexión filosófica sobre el ser humano y sus lacras, incluidas las periferias espirituales, o bien una extravagancia barnizada de surrealismo, imágenes poderosas y escenas para recordar. De propina, el autor se reivindica con altas dosis de factor genético, algo así como un macho alfa, capaz de pulirse 33 millones de dólares en la producción e implicar a Paramount en el invento.

Dicho eso, vamos al grano. La película se ingiere fatal y se digiere mejor. El torrente de imágenes que vomita la pantalla, obligándote a disponer de un bagaje filosófico que no tienes y a tirar de recursos intelectuales inapropiados para una butaca de cine, acaba por ponerte de los nervios. Otra cosa es después, cuando las luces se encienden y asumes que te acaba de contar una milonga con un punto de brillantez que estás dispuesto a asumir aunque no te queden ganas de repetirla. Impecable en lo formal, con una pantalla casi siempre llena con el rostro de Jennifer Lawrence, que se lo cree y hace un trabajo impecable. Es la madre, en torno a lo cual gira todo, incluido el ególatra de su marido, el poeta, un Javier Bardem que igualmente se sale. Escenas poderosas, cuadros impactantes, un aquelarre más parecido a un desmadre, pero que cubre las expectativas de su autor: mosquear al espectador, apretarle el cuello. Para unos fascinante, para otros… una pesadilla.