Armstrong: «Hay prácticas religiosas que pueden suplir la falta de base racional de los Derechos Humanos»

J. C. Gea OVIEDO

CULTURA

Karen Armstrong, en el hotel de la Reconquista
Karen Armstrong, en el hotel de la Reconquista

La historiadora mira hacia los preceptos «prácticos» en religiones de China y la India como fundamento de «hábitos» políticos que fomenten una política global «más justa e igualitaria» basada en «la parte divina del hombre»

20 oct 2017 . Actualizado a las 12:09 h.

¿Puede la religión aportar algo al debate global y local «en tiempos del brexit, la crisis catalana, Trump y sus muros en la presidencia estadounidense, el ISIS o el capitalismo global con sus desigualdades»? ¿Esa misma religión que el Occidente postilustrado y laicista ha confinado a la esfera de lo privado, la de las creencias particulares? Karen Armstrong está convencida de que sí. La enumeración de acontecimientos del presente histórico es suya. La historiadora de las religiones británcia y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017 la viene repitiendo estos días en Oviedo durante sus comparecencias y entrevistas porque  -al margen de la preocupación del momento- en todos esos casos detecta una misma tendencia: la contraria a la compasión igualitarista que, según Armstrong, debemos recuperar en el núcleo de las grandes religiones monoteístas. Una religión que religue ante todo en horizontal: seres humanos como iguales entre sí, y seres humanos con su entorno medioambiental.

«Es algo que estoy buscando ahora en los textos escritos de otras religiones también, en las tradiciones de la India o China; son escrituras que hablan de alinearnos con el medio ambiente, en interpretar lo que nos rodea no como una fuente de donde podemos coger, coger y seguir cogiendo sino en devolver algo a lo que nos rodea. Y lo hacen no basándose en mandamientos escritos sino en prácticas que nos enseñan haciendo las cosas -como nadar o conducir un coche-, en rituales externos de cortesía con los otros y con el entorno, en hábitos que en Occidente hemos perdido», comenta Armstrong.

Además de esa Regla de Oro compasiva y empática («no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a tí») que extrae del núcleo de las tres grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo e islam-, la estudiosa y activista británica busca en esas otras prácticas religiosas algo crucial para cualquier discurso igualitario y preocupado por la justicia. «Claro que la religión ha formado parte de ese sistema de cosas porque se puede abusar de la religión, como ciertamente así se ha hecho, para justificarlas y porque la religión misma se ha entremezclado con la política. con instituciones y estados que, a lo largo de 5.000 años, no han logrado instaurar una sociedad justa, igualitaria ni siquiera ahora, por mucho que hablemos de ello en un mundo que conoce una nueva aristocracia -Occidente y el resto- y que mantiene una actitud desdeñosa y de superioridad hacia la religión, olvidando que es parte de lo que somos», argumenta la historiadora con su energía característica.

En la compasión -y también ahora en esas religiones de la práctica y el hábito- Armstrong busca también algo crucial en lo que la razón laica parece haber fallado, o al menos tocado fondo. «Vemos cómo en organismos como Naciones Unidas se se apela a los Derechos Humanos para defender la justicia y la igualdad global; pero no hemos descubierto todavía una razón para los Derechos Humanos basada en la racionalidad. Al final uno siempre se puede preguntar por qué tendríamos que tener más derechos que un chimpancé o una flor; podemos alcanzar un acuerdo para mantener los Derechos Humanos, pero no hay una base racional para ellos», indica. Ahí es donde cuadra, para Karen Armstrong, la idea del «hombre divino, de la parte divina del hombnre, pero no a la manera de Jesucristo, sino el que presentan esas escrituras de China o India, un potencial humano de prácticas diarias, disciplinas y comportamientos» que pueden ser, si no el fundamento o la «argumentación racional», si una escuela de conductas -en realidad, casi de rituales y cortesías- que cumplan con el código occidental de los Derechos Humanos.

Esa visión de lo religioso como un recurso para la convivencia global y como un fundamento de la vida pública se complementa con la visión general de Armstrong de lo religioso en el ser humano: «Para mí es, más bien que otra cosa, una forma de arte: una forma de encontrar sentido a nuestras vidas. Porque si no encontramos significado a nuestras vidas, caemos fácilmente en la desesperanza. Esa relación con el arte está clara de otro modo: la religión siempre se ha expresado mejor a través de la pintura o la música, y peor cuando lo ha hecho a través de discursos abstractos, proposiciones lógicas y dogmáticas que convierten nuestras ideas sobre Dios pueden convertirse en ídolos, ideas humanas sobre Dios que convertimos en absolutos». Pero también se parecen arte y religión en algo más: «Es difícil hacer buen arte; y lo mismo sucede con la religión».