«Hay principios del marxismo que conviene recordar: el primero, que no hay nacionalismo de izquierda»

Pablo Batalla Cueto REDACCIÓN

CULTURA

Gregorio Morán
Gregorio Morán

El periodista asturiano Gregorio Morán presenta la reedición de su análisis del PCE

10 nov 2017 . Actualizado a las 07:49 h.

Miseria y grandeza del Partido Comunista de España era un libro descatalogadísimo y muy buscado, pero ha dejado de serlo. Akal reedita ahora, treinta y un años después de su publicación, la obra más alabada y polémica del periodista ovetense afincado en Barcelona Gregorio Morán, con permiso de su también afamada biografía de Adolfo Suárez. Morán está de visita en Asturias para hacer presentaciones de este libro que ha corregido y aumentado y a cuyo título ha añadido la palabra agonía.

-Miseria y grandeza del Partido Comunista de España era un libro muy demandado pero descatalogadísimo que uno sólo podía adquirir desembolsando verdaderas fortunas en librerías de viejo que aprovechaban así la ley de la oferta y la demanda. ¿Por qué reeditarlo ahora y no en cualquier momento de los últimos treinta años?

-Por el interés del editor. La razón es exclusivamente ésa. Efectivamente, era un libro que la gente buscaba y no encontraba. Además, aquel libro editado por Planeta tenía una letra muy pequeña y muy difícil de leer. Ahora, como dice Jerónimo Granda, es un libro que pesa un kilo doscientos (risas).

-El libro que Akal publica ahora no es, en todo caso, el mismo que publicó Planeta. Usted ha hecho algunos cambios en aquel original, el primero de ellos en el título: a la miseria y la grandeza, ahora añade la agonía del PCE.

-Sí, porque la agonía no cabía preverla en 1986. Entraba dentro de los planes posibles; de eso que ahora llaman plan B, plan C, plan D, etcétera, pero no era seguro que el PCE agonizara, con aquel final que no fue de ópera trágica, sino de zarzuela, con Carrillo volviendo al PSOE. En 1986 aún había la posibilidad de una regeneración que yo no intuía, pero que en todo caso era posible. En 2017, en cambio, eso ya está absolutamente sentenciado.

-¿Qué otros cambios añade este libro al de 1986?

-Fundamentalmente correcciones. Estuve tentado de hacer un anexo sobre los últimos años, pero me di cuenta de que los últimos años ya no tienen nada que ver con aquello. Es otra cosa. Lo de Izquierda Unida tiene nada o muy poco que ver con la historia que yo cuento. Lo que sí que hay es un prólogo nuevo.

-La miseria y la grandeza del PCE, ¿son para usted una cuestión cronológica? ¿Hay una fase de miseria y otra de grandeza, o la miseria y la grandeza se entremezclaban en cualquiera de las etapas de la historia del partido comunista?

-Se mezclaban, sí. La miseria y la grandeza están presentes ya en el nacimiento mismo del partido. No olvides que el libro empieza con el final de la guerra civil, no con la fundación del partido, que a mí es un fenómeno que me interesa muy poco. Me interesa más el papel del partido durante la guerra civil, pero sobre eso hay mucho material. Empezar con la derrota del 39 era un ángulo nuevo. Y ahí, como digo, lo que hay es una mezcla de grandeza y miseria.

-El libro empieza con una derrota y acaba con otra.

-Sí, sí.

-¿Hubo alguna victoria por el medio?

-Victoria, victoria, no… Hubo la especie de milagro que son los primeros años de la Transición, cuando Carrillo se convierte en una especie de prestidigitador político y genera en torno a sí una leyenda que es el primero en creer. Pero eso no fue una victoria. Era una derrota anunciada que él interpretaba como una victoria.

-Usted mismo militó en el PCE clandestino, y suele decir que en aquel entonces militar en el PCE era menos una cuestión de clase que de ética.

-Sí, sí. La clase obrera estaba machacada por los años de la guerra y los brutales de la posguerra. Y es cierto que iba levantando cabeza con las huelgas de los sesenta, pero en el movimiento estudiantil el PCE era potente y hegemónico por razones éticas. Nosotros veníamos de familias que tenían una parte roja y otra franquista, y que durante una época privilegiaron la parte franquista, pero que en los últimos años se han dedicado a sacar a relucir el pedigrí antifascista.

-Que la militancia comunista fuera una cuestión ética, ¿explica en parte lo que pasó con el PCE tras la Transición: esa dispersión de los militantes hacia otros partidos? ¿O había algo que el PCE podría haber hecho y no hizo para mantener en el partido a todo aquel bloque de gente que migró hacia el PSOE e incluso hacia el PP?

-Las dos cosas. Es verdad que hubo una voluntad de hacer política y no solo discutirla (hay quienes piensan que discutir política es hacer política, pero no tienen ni zorra idea) que llevó a mucha gente al PSOE, que era el sitio ideal; pero el PCE también cometió los suficientes errores en la Transición para que no fuera un polo de atracción. Carrillo no hizo un gran esfuerzo de integración, sino todo lo contrario; y personalizo en él porque él es el protagonista fundamental de toda esta historia.

-Usted suele analizar que las decisiones y actos del PCE durante la Transición se explican por la ambición de Carrillo de ?dice? tomar el último tren de la política institucional. Era alguien que llevaba en política desde pequeño pero que nunca había sido ni subsecretario.

-Sí, sí. No lo entendimos entonces, porque no estábamos en condiciones de entenderlo, pero ahora que somos mayores sí que lo entendemos. Para un hombre que ha discutido de política desde los diez años en su casa de Gijón, ver que se le apagaba la vida sin haber sido nada más que un líder clandestino era insoportable. De ahí aquello de la Gran Coalición que él hacía sonar mañana, tarde y noche. Él quería un puesto de ministro en un gobierno de concentración con la derecha. Con UCD y con lo que no era UCD: no olvides que uno de los momentos estelares, entre comillas, de Carrillo, que para mí fue su canto del cisne, fue el acto en el Club Siglo XXI con Manuel Fraga Iribarne. Yo creo que he ido a dos conferencias del Siglo XXI en mi vida, pero ésa no me la quise perder, porque me daba cuenta de que era algo que iba a tener trascendencia, y no quería que nadie me lo contase, sino que quería verlo yo. No duré mucho allá, pero sí estuve lo suficiente para escuchar la introducción de Fraga (porque era Fraga el que presentaba a Carrillo: esos guiños son muy importantes) y las palabras de Carrillo.

-En la figura de Carrillo, ¿también hay grandeza y miseria?

-Sí, sí. Las grandezas de Carrillo son difíciles de encontrar, pero también las hay. Me refiero a grandezas políticas, claro. Humanas, recuerdo muy pocas, pero no tanto por ser Carrillo, sino porque la política no permite las grandezas sentimentales. Pero grandezas políticas sí que tenía. Tenía cero talento estratégico, pero un talento táctico enorme, fuera de toda duda. Los análisis de Carrillo eran irresistibles. Es verdad que nosotros éramos unos reclutas absolutas, pero independientemente de que lo fuéramos yo recuerdo aquellos análisis como asombrosos. En la distancia corta, Carrillo era irresistible. Era un prestidigitador, y desde el exilio hacía maravillas de datos que no eran maravillosos, sino todo lo contrario. En cierta medida también era un falsario, porque vendía motos. Pero entonces no era fácil vender motos. Hoy es facilísimo, pero entonces no.

-Usted sostiene que la incultura de los cuadros del partido comunista era enorme en comparación con la de la nomenklatura de otros partidos hermanos, como el francés o el italiano.

-Era uno de los hándicaps del PCE, sí. El nivel no sólo cultural, sino intelectual, rondaba la miseria. Yo me preguntaba en ocasiones cómo era posible que aquella gente que estaba en el exilio, con la cantidad de tiempo libre que tenía, no aprovechara el tiempo para formarse. No Carrillo, porque un secretario general tiene que ocuparse de todo, pero sí la cantidad de funcionarios que había en el exilio, que no te puedes ni imaginar. Gente como Ignacio Gallego podía haber hecho los másteres más increíbles del mundo, ser doctorados en Cambridge o por lo menos en la Sorbona, pero eran alérgicos a la letra impresa. Gallego se jactaba de ser uno de los hombres más cultos, pero era un patán absoluto. Carrillo acababa pareciendo una gran figura intelectual  al lado de estas auténticas acémilas.  Su prestigio era enorme no sólo en el entorno del partido, sino incluso entre los aliados políticos y hasta los adversarios, y un libro deleznable como es Eurocomunismo y Estado se convirtió en un libro teórico, lo cual a mí me dejaba absolutamente perplejo, porque es un libro absolutamente infumable de un tipo que tenía poca idea de eurocomunismo pero sobre todo no tenía ni puta idea de Estado. Sin embargo, se hicieron tropecientas ediciones, y las críticas fueron todas absolutamente positivas y encomiásticas.

-El eurocomunismo era en sí una teoría muy poco enjundiosa, ¿no le parece? No dejaba de ser la socialdemocracia con otro nombre.

-Era una consecuencia del comienzo del distanciamiento con respecto a la Unión Soviética. El polo soviético de atracción era tan potente que arrastró todo con él e incluso a la ideología. Nos negábamos a entender que éramos herederos de una tradición estaliniana: ni leninista, ni bolchevique, ni mucho menos marxista, sino estaliniana. Fíjate, Dolores Ibárruri siguió considerando a Trotski hasta su muerte un agente del imperialismo. Dolores era impermeable a la realidad; era puro acero estaliniano.

-¿Cómo pesaron en lo que pasó con el PCE esas carencias del intelectual colectivo?

-Provocaban que el equipo dirigente fuera mucho más seguidista de lo que podía ser el francés o no digamos el italiano. Y generaba también un obrerismo que era de cartón piedra, porque ninguno de ellos había currado en su puta vida. En el mejor de los casos, habían currado hasta la guerra civil, es decir, hasta los dieciséis, dieciocho, veinte años. El resto del tiempo habían sido funcionarios apparatchiki, que dirían los soviéticos.

-Su libro no es nada complaciente con la figura de Pasionaria. ¿Por qué?

-Yo creo que toda o casi toda nuestra historia está basada en leyendas y las leyendas, pues claro, son leyendas. No se les aplica la prueba de la verdad que utilizan los filósofos lógicos. Yo recuerdo que solíamos preguntar a Carrillo: «Oye, ¿qué hace Dolores?». Todos sabíamos lo que hacía él, pero nadie sabía lo que hacía Dolores. Él nos respondía que estaba trabajando en un libro sobre las nacionalidades. Y efectivamente lo hizo, pero era un folleto titulado Las nacionalidades en España y absolutamente digno del bachillerato. Entonces no existía la Wikipedia, pero la cosa era de ese cariz. ¿Qué hacía Dolores? Dolores hacía de ama de casa. Casó muy buen a su hija ?con un coronel soviético que además era ingeniero de la rama más sofisticada entonces, que eran los cohetes?, tuvo nietos y se dedicaba, en un barrio de la nomenklatura, a vivir su vida de ama de casa y de ancienne combattante, que dicen los franceses. Eso era lo que hacía Dolores. Iba a las reuniones, cumplía y seguía siendo un polo de referencia; algo así como un faraón egipcio. Había que conservarla, había que no enfadarla y había que tenerla al corriente de todo lo que pasaba, pero ella entendía muy poco de dónde estaba el poder realmente. Carrillo, que lo tuvo muy claro, la mandó para Asturias con gran escándalo y sorpresa de los militantes asturianos, pero no porque mandara a Dolores, sino por el estado en que llegó Dolores, que es algo que yo conozco de primera mano. Dolores entra por Unquera, para a comer en San Ángel y allí cuenta una historia de cuando era joven en su pequeña localidad minera de Vizcaya. Todo el mundo está encantado con Dolores. Pero Dolores, entonces, cuenta la historia otra vez. Y luego la cuenta una tercera, y cuando la cuenta por cuarta vez los presentes se empiezan a mirar como diciendo: «Hostia, esto va en serio: esta mujer está en demencia senil».

-Después generó molestias el hecho de que se soliera ausentar de los plenos, o que fuera evidente que no los seguía.

-Sí, sí. Ella seguía siendo una especie de emperatriz a la cual había que dar testimonio, pero no había más. Intelectualmente era cero patatero también. No tenía afición ni a la lectura, ni al arte, ni a nada. Era simplemente una líder estaliniana retirada.

-En general, a los militantes jóvenes del PCE les molestó entonces que se pusiera al frente de muchas candidaturas a los veteranos líderes exiliados. Usted suele decir, y es evidente que era así, que el PCE era el partido más joven, pero tenía las candidaturas más viejas.

-Sí, sí. Ésa fue la prueba del nueve de la pérdida de sentido de la realidad de los exiliados. Yo pienso que los jóvenes, tanto los estudiantes como los obreros, fuimos fundamentales para el PCE, pero fuimos fundamentales en el sentido de que manteníamos una llama encendida en el interior del país. Nos decían que sí a todo, pero, ¿cómo no nos iban a decir que sí, si por la responsabilidad que uno tenía le podían caer seis u ocho años? Ellos no estaban dispuestos a volver y nosotros estábamos dispuestos a seguir, así que todos contentos. Claro, luego ellos hacían lo que les salía de las pelotas. Y cuando volvieron nos apartaron.

-Usted suele decir, utilizando una metáfora muy gráfica, que el PCE fue una «levadura» para otros partidos a los que nutrió de militantes y cuadros.

-Sí. No hay ningún partido, ni siquiera el PP, que no tenga una impronta de la militancia comunista. El PCE fue el sitio en el que se aprendió, si no a hacer, sí a discutir de política. No había otro lugar. Si algo distinguía entonces a la Universidad como institución era que en sus aulas estaba absolutamente ausente la discusión política. Y eso lo cambió el PCE, que generó esa levadura que fue capital sobre todo para el PSOE, porque el PSOE tuvo una capacidad enorme de abducción de la militancia comunista. La formación de cuadros y su dirección debe muchísimo al PCE. Eso lo puede contar bien mi amigo Nacho Quintana, de aquí de Oviedo, que trabajó con Solana y sabe perfectamente cómo se fueron incorporando los cuadros del PCE al PSOE.

-En Cataluña se solía decir a finales de los años ochenta que el partido más fuerte era el excomunista.

-Sí, sí.

-De Cataluña, usted sostiene que la Operación Tarradellas fue una forma de Suárez de contrarrestar la fuerza del PSUC.

-El PSUC había sacado un dieciocho por ciento de los votos en Cataluña en 1977, y Tarradellas debe a ello su vuelta España, sí. No lo trajo la izquierda, sino la derecha, y eso lo conozco ien, porque yo era muy amigo de Manuel Ortínez, representante de la Unión de Bancos Suizos en aquel entonces y que fue quien organizó el regreso de Tarradellas. Pero fíjate los cambios de la historia: ahora parece como si hubiera sido la sociedad catalana la que hubiera traído a Tarradellas, y que Tarradellas fue quien restituyó la legalidad catalana. Es una manipulación post factum clarísima. El famoso 11 de septiembre de 1976, la primera Diada legal, se cantaba «Llibertat, amnistia i estatut d’autonomia», y Tarradellas no pintaba nada en ello.

-¿Podía haber hecho algo el PCE para evitar su fracaso? ¿No era la del PCE una lucha imposible contra los elementos?

-Ésa es la pregunta del millón. ¿Qué debería haber hecho el PCE? Al menos nada de lo que hizo, si es que hizo algo. Carrillo te diría que por supuesto, que tienes toda la razón, que el PCE luchaba contra los elementos, porque eso significaría un final con grandeza. Pero aquel final no tuvo grandeza. Fue un final como el del Titanic, y es verdad que los elementos jugaron un papel importante, pero tú eras el capitán del barco y te dijeron que venía un iceberg, pero la orquesta siguió tocando mientras el iceberg se iba acercando al barco para hundirlo. El PCE no inquietaba a nadie durante la Transición. La derecha estaba más inquieta con Suárez, que les parecía más ingobernable que el propio Carrillo, que además tenía una imagen de marca que le limitaba mucho cuando decía cualquier cosa. Carrillo era el comunista, y eso bastaba para arruinarle cualquier argumento. Suárez no tenía ese hándicap, y por eso a la derecha le preocupaba más. De hecho, quien le echó fue la derecha, no el PSOE.

-Carrillo y Suárez, a quien usted también biografió, son dos personajes con vidas, en mucho sentido, paralelas.

-Hay puntos de contacto aunque sus procedencias fueran diferentes y aunque la cucaña que cada uno de ellos subió fuera tan diferente como lo eran un partido comunista clandestino y el Movimiento Nacional institucional, sí. Ellos se entendían muy bien, y yo creo que se entendían porque eran dos políticos a los que les había costado un huevo llegar adonde habían llegado y que habían tenido costos importantes en su vida. Además, para ambos la vida no tenía ningún sentido fuera de la política. ¿Qué hubiera podido ser Suárez, qué hubiera podido ser Carrillo, fuera de lo que fueron? Yo no me imagino a Carrillo vendiendo corbatas en El Corte Inglés. Ni siquiera me imagino a Suárez, del cual siempre se decía eso mismo: que parecía un vendedor de El Corte Inglés. La gente no tenía ni idea. No entendía que si Suárez se pone a vender corbatas en El Corte Inglés, acaba de director general de El Corte Inglés. A Carrillo y a Suárez, lo que sí los diferenciaba, para bien de Suárez, es que Suárez siempre disimuló su ambición, y Carrillo no.

-Vamos a dar un salto vertiginoso de varias décadas, pero, ¿cómo ve a Podemos?

-Podemos está en una encrucijada. Tiene muy claro lo que no quiere ser, que es un partido tradicional, pero una cosa es no querer ser algo y otra es ser otra cosa. Eso lleva tiempo y requiere estructura y talento, y hasta ahora no se notaban tanto sus carencias, porque todo era hacer asambleas y oponerse al PP, pero ahora están afrontando por primera vez una verdadera encrucijada política, que es Cataluña, y yo aún no sé qué posición tienen sobre Cataluña, pero me da la sensación de que a ellos les ocurre lo mismo. Es verdad que no es fácil, y es verdad que el proyecto ha sido acogido por sus adversarios ?tanto el PSOE como los medios de comunicación, y no digamos el PP? como un atentado contra el statu quo, pero eso no es disculpa suficiente para esa indefinición.

-¿Qué posición hay que tener sobre Cataluña?

-Sobre Cataluña, yo creo que hay principios del marxismo clásico que conviene volver a recordar. El primero, que no hay nacionalismo de izquierda. Últimamente se habla mucho de Gramsci, pero hay que recuperar la figura de Rosa Luxemburgo, cuyas posiciones sobre el nacionalismo y sobre la libertad son inequívocas. También hay que valorar detalles importantes, como el hecho de que en Cataluña hay setenta y pico mil trabajadores de la enseñanza ?que se dice pronto? que han sufrido un proceso de pauperización muy serio y para controlar a los cuales el lema de «España nos roba» y el mensaje de que en una Cataluña independiente cobrarían más es un mantra cojonudo. Y es una gran equivocación, en primer lugar porque les están dando lo que quieren sus propias clases hegemónicas. Una de las cosas más cruelmente divertidas de la situación en Cataluña es que de pronto se ha anulado la lucha de clases, pero se está produciendo una lucha de clases evidente. Si uno hace un análisis de las poblaciones donde el independentismo es más fuerte, coinciden claramente con las del carlismo de hace un porrón de años. Y no es que esto sea un carlismo redivivo, aunque en gran parte lo sea, pero sí hay que tener en cuenta que en todo esto hay una componente de tribalismo, de catolicismo de corte muy tradicional y de lucha contra la modernidad. Después, también tenemos que padecer una nueva figura, que es la del intelectual mediático; ése que te dice: «Vamos a separarnos de España porque no nos quieren», como si el problema que yo tengo con Rajoy fuera que no me quiere. Mi problema con Rajoy no es que me quiera o no me quiera; es un problema de posiciones políticas.

-Esas transposiciones de lo micro a lo macro que se hacen a veces…

-Sí, esos sentimentalismos de masas, que pueden tener derivadas peligrosas. Sentimentalismo de masas también lo hubo en la Alemania de Weimar.