«Perfectos desconocidos», chisposa y corrosiva cena coral

miguel anxo fernández

CULTURA

Cuando Álex de la Iglesia deja a un lado sus pasadas de frenada y sus butades fantásticas, o simplemente se contiene, entonces le sale una película casi redonda

10 dic 2017 . Actualizado a las 09:18 h.

Cuando Álex de la Iglesia deja a un lado sus pasadas de frenada y sus butades fantásticas, o simplemente se contiene -como es el caso, con una peculiar luna llena alterando a los personajes-, entonces le sale una película casi redonda, y decimos casi, porque al tratarse de un remake del exitoso filme italiano Perfetti sconosciuti (Paolo Genovese, 2015), elegido el mejor del año en su país, nos llega sin la vitola de la originalidad, que siempre es un plus a valorar. La situación de partida es común: tres parejas y un amigo que llega sin acompañante se reúnen para cenar en uno de esos pisos con azotea en el Madrid más céntrico. Andan o lindan con la cincuentena, su extracto social va del burgués al currante en paro y se conocen de toda la vida. Hay buen rollo, hasta que alguien propone un juego: sacar los móviles, ponerlos sobre la mesa y que sus llamadas y mensajes pasen a ser de dominio público…

El espectador ya intuye que eso acabará como el rosario de la aurora, que aunque rezo del rosario no hay, sí habrá un rosario de situaciones, de dramáticas a rocambolescas, y si bien no acaban con la aurora, poco falta para amanecer cuando asoman los créditos. Que De la Iglesia rueda bien es bien sabido, como es bien sabido lo anotado arriba, su tendencia a la desmesura, de modo que su cine suele arrancar como un tiro para acabar deslizándose hacia la nadería. No es el caso. Perfectos desconocidos, en cuyo guion introduce algunos reajustes junto a su guionista de cabecera, Jorge Guerricaechevaría, es su mejor filme en años. Por una clara definición de personajes y una calibrada dirección de actores -destacaría a Ernesto Alterio y a Pepón Nieto, están que se salen-, por la calidad de los diálogos y el hábil manejo del binomio espacio-tiempo, y, finalmente por la gradación dramática. Súmese a eso la pintura social, grandes dosis de corrosión, humor negro inteligente y la agradable sensación de haber asistido a una buena película, que no a una pieza teatral filmada. Ahí es donde asoma un cineasta sólido.