Asturias también añora sus «tesoros de Sigena»

J. C. GEA

CULTURA

Fragmento de la Cruz de Fuentes
Fragmento de la Cruz de Fuentes

Algunas de las piezas que por razones históricas y sentimentales se echan de menos en las vitrinas y los archivos del Principado

18 dic 2017 . Actualizado a las 09:50 h.

Todas las comunidades autónomas tienen su propio síndrome de Sijena. Si no estrictamente en lo legal, sí en lo histórico. Y Asturias no es una excepción. Aunque a menudo sea delicado deslilndar dónde acaba la venga legal de un bien que formó parte del patrimonio de un territorio histórico y dónde empieza la falta de escrúpulos de coleccionistas o compradores para adquirirlos, la memoria del Principado guarda buen recuerdo de algunas de esas piezas artísticas o documentales que deberían seguir formando parte de su patrimonio, así como ha olvidado también otras muchas que desaparecieron en adquisiciones a menudo abusivas o como bajo la rapiña bélica, expoliadora o coleccionista. Como hay también un reverso luminoso: algún caso aislado -y muy notable- de bienes artísticos que regresaron por la puerta grande a su solar en Asturias. Especialistas como los historiadores del arte Alfonso Palacio -director también del museo de Bellas Artes de Asturias-, César García de Castro y Juan Carlos Aparicio, junto al catedrático de Historia Javier Fernández Conde ayudan a hacer inventario.

La Cruz de Fuentes: dos veces ida

No hay mucha duda de cuál es la más destacada de esas piezas del museo de las ausencias. La Cruz de San Salvador de Fuentes -una espléndida cruz votiva que formaba parte de la iglesia consagrada a ese santo en la localidad maliaya de Fuentes- viene a ser el emblema de esos huecos que duelen en las vitrinas del patrimonio asturiano. Además, salió de Asturias por dos veces. La primera, tras ser adquirida inicialmente en Asturias y cambiar varias veces de manos hasta llegar -vía Francia y el marchante Arthur Sambon- en 1898 a las del banquero y coleccionista J. P. Morgan. A la muerte del magnate, sus herederos la donaron al Metropolitan Art Museum de Nueva York, donde permanece la que muchos consideran la más valiosa joya de la historia de Asturias tras la Cruz de la Victoria. La segunda y por el momento irremediable marcha de la Cruz de Fuentes se produjo en en 1993, después de su exhibición como una de las piezas estelares de la gran exposición Orígenes. Para colmo, su regreso a Asturias no fue precisamente gratuito: se llegaron a pagar 50 millones de las pesetas en curso para su depósito temporal en Asturias; algo que hizo doblemente doloroso verla embalada de vuelta a su lugar en el Metropolitan. Una reproducción del orfebre Pedro Álvarez sirve para consolarse de esta falta en la Catedral de Oviedo.

Botines de Guerra (de la Independencia)

La Guerra de la Independencia fue otro de los momentos más oscuros en la desaparición, expolio y destrucción del patrimonio material del Principado. Se guarda registro de la desaparición de un valioso monetario perteneciente a la Universidad de Oviedo -una pieza de mobiliario para clasificar y guardar momedas-, así como del robo de unos tapices de la Catedral -el uno y los otros en paradero desconocido- y de la destrucción de una custodia, también perteneciente a los tesoros catedralicios, como recuerda Juan Carlos Aparicio.

De Corías a Montserrat

Como en el resto de España, un momento crucial en la dispersión del patrimonio artístico e histórico de Asturias siguió al decreto de Desamortización de Mendizábal, un momento en que «volaron muchísimos archivos y documentos muy importantes», por utilizar la expresiva imagen empleada por Javier Fernández Conde. Especialmente llamativo le resulta el traslado a la abadía de Nuestra Señora de Montserrat, en Barcelona, de un documento tan singular y tan vinculado con la historia de Asturias como el Libro de Registro del monasterio de Corías, un códice de 1207 en el que el monje Gonzalo Juánez consigna el origen legendario de su fundación. Al historiador y especialista en religión se le ocurre que quizá la advocación benedictina de ambos monasterios.

El misterio del retablo de los Alas

Por seguir el hilo cronológico, otra de las piezas que brillan por su ausencia -no se sabe si absoluta, por destrucción, o remediable, por ocultamiento o robo- es la del magnífico retablo de alabastro que presidía la capilla de los Alas en Avilés: una excelente pieza de la escuela inglesa del siglo XV que desapareció durante la Guerra Civil. La incertidumbre sobre su destino ha llevado incluso al ayuntamiento avilesino a ofrecer recompensas económicas; pero de momento su destino es tan oscuro como el propio material en el que lo esculpieron.

La cuestión Marès

«Siempre queda la cuestión de definir qué es propiamente patrimonio asturiano y qué no lo es, sobre todo ante adquisiciones perfectamente legales, por mucho que puedan haber sido realizadas en determinadas circunstancias», precisa, por su parte, César García de Castro. Al decirlo piensa en casos como el del escultor catalán Frederic Marès y sus adquisiciones de valiosos calvarios y crucifijos en la Asturias de posguerra, «comisionado por el Ayuntamiento de Barcelona, con dietas y coche» para localizar y comprar piezas de arte antiguo en zonas en aquel momento tan deprimidas como las del noroeste español. Las compras no eran espurias, pero el contexto de necesidad y apremio que padecían muchos de los potenciales vendedores arroja una sombra de reparos sobre aquellas transacciones que hoy enriquecen un museo con una magnífica colección enclavado en el Palacio Real Mayor de la capital barcelonesa.

La otra cara de la moneda

Pero también ha habido tesoros que encontraron quienes se interpusiese en el camino que los alejaba de Asturias: personas que encaran «la cara de la cruz de esta moneda». Lo recuerda Alfonso Palacio que, director del museo de Bellas Artes, el centro que custodia el magnífico Apostolado de El Greco que estuvo a punto de irse a Francia. Los doce cuadros de este magnífico ciclo dedicado a los Apóstoles por el Greco -uno de los tres que pintó- fue adquirido inicialmente en Sevilla a principios del XVIII por el hidalgo asturiano Juan Eusebio Díaz de Campomanes, que lo trasladó a su tierra natal. Tras una serie de mudanzas, el conjunto acabó en el monasterio de San Pelayo en Oviedo, donde lo halló en 1893 la Comisión Provincial de Monumentos. El descubrimiento suscitó el interés de coleccionistas como el anticuario francés Emile Parés, pero sus anhelos se toparon frontalmente con la oposición de Antonio Sarri de Oller, Marqués de San Feliz, que puso sobre la mesa una oferta equivalente a la de su competidor que permitió que el Apostolado se quedase en Asturias. La adquisición por parte de Aceralia en 2002 por 18 millones de euros y su dación a Hacienda en concepto de pago de tributos permitió que uno se convirtiese en uno de los grandes tesoros artísticos del patrimonio público asturiano en su actual destino en el Bellas Artes.

Palacio cita también la decisiva intervención de asturianos «que estuvieron y están a la caza de obras importantes para el patrimonio histórico español» -no solo el asturiano- y conseguir a toda costa piezas que después han pasado en no pocos casos a formar parte del patrimonio asturiano. Es el caso de la espléndida colección Masaveu, que llegó, también en dación, a la pinacoteca asturiana por iniciativa del coleccinista Pedro Masaveu, y de los fondos del asturmexicano Plácido Arango, cuya histórica donación está a punto de llegar Bellas Artes para quedarse.