Adiós al escritor chileno Nicanor Parra, creador de la «antipoesía»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

MARIO RUIZ | EFE

Fallece a los 103 años el autor premiado con el Cervantes en el 2011

24 ene 2018 . Actualizado a las 00:18 h.

Recién celebrado en octubre el centenario del nacimiento de Violeta Parra -la cantautora suicida que compuso Gracias a la vida, revolucionaria y mito de la música popular en América Latina-, ayer, de madrugada, se fue Nicanor Parra (San Fabián de Alico, 1914), el mayor de los nueve hermanos, a los 103 años. Ocurrió en su casa de La Reina, en Santiago de Chile, pese a que buena parte de los últimos dos decenios los pasó en su residencia de la localidad costera de Las Cruces, no lejos de la Isla Negra de Neruda. Allí, medio retirado, lo sorprendió, por ejemplo, el Cervantes que le fue concedido en el 2011. Entonces, aunque no pudo acudir a la ceremonia, en el discurso que envió, se respondía a sí mismo sobre si era merecedor de tan importante galardón: «Sí, por un libro que estoy por escribir».

Hombre de formación científica, estudió Física, Matemáticas y Mecánica Avanzada, y hasta hizo un doctorado en Cosmología en Oxford. En Inglaterra, sin embargo, conoció los versos de John Donne y eso, solía decir, cambió su perspectiva. Gracias a ese cambio vital, acabó por transformar la poesía latinoamericana cuando en 1954 publicó Poemas y antipoemas, libro que supuso un giro estético radical en el camino que le indicaban Neruda y Huidobro.

Queda para la historia como su creación, la antipoesía, un concepto que quiebra los moldes establecidos y que toma de la obra del vate galo Henri Pichette (1924-2000) Apoèmes. El modelo se caracteriza por la inclusión de personajes antiheroicos, lo que comporta, para fundamentarlos, la utilización del humor, el escepticismo, lo paródico y la ironía. Con un ritmo arrollador y un lenguaje directo, Parra contrapone la expresión cotidiana a los referentes clásicos, que domina y admira: se confesaba rendido a la potencia de la letra de Cervantes, Shakespeare y Dante. Su decir aparentemente insustancial no impide, pese a todo, que lo lírico luzca refulgente, aunque el humor domine su voz poética radical, transida por la música de lo popular y la oralidad. Todo ello le sirve finalmente para dejar un trascendente mensaje sobre el lugar del hombre contemporáneo.

Es verdad que no faltan quienes le han criticado por tomar este desvío, esta senda, los que aseguran que se ciñó a estos juegos porque la gran poesía se le quedaba en un escalón inalcanzable.

Sea como fuere, su figura literaria no encuentra parangón en las letras chilenas actuales, máxime desde que en el 2011 falleció el poeta Gonzalo Rojas, durante una época buen amigo suyo y también premio Cervantes. Y hoy su obra goza del aprecio de la comunidad hispanohablante y también del mandarín Harold Bloom, que reclamaba para Parra el premio Nobel. Ayer mismo el dramaturgo Marcelo Leonart dejó escrito en Twitter un lamento: «Murió Nicanor. Qué día de mierda».

Parra, por su parte, ya había avanzado en Poemas y antipoemas (1954) su Epitafio: «De estatura mediana, / Con una voz ni delgada ni gruesa, / Hijo mayor de un profesor primario / Y de una modista de trastienda; / Flaco de nacimiento / Aunque devoto de la buena mesa; / De mejillas escuálidas / Y de más bien abundantes orejas; / Con un rostro cuadrado / En que los ojos se abren apenas / Y una nariz de boxeador mulato / Baja a la boca de ídolo azteca / -Todo esto bañado / Por una luz entre irónica y pérfida- / Ni muy listo ni tonto de remate / Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y de aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!».