Leonardo Padura: «La desaparición de la utopía igualitaria nos dejó sin algo firme en lo que creer»

CULTURA

Víctor Lerena | Efe

Publica la octava entrega de la serie del detective Mario Conde, en la que da una visión sombría de la sociedad cubana

31 ene 2018 . Actualizado a las 08:06 h.

A punto de cumplir 60 años, Mario Conde, expolicía dedicado al decadente negocio de la compraventa de libros viejos, recibe el encargo de recuperar una virgen negra que ha sido robada. A partir de ahí, Leonardo Padura (La Habana, 1955) construye la trama de La transparencia del tiempo (Tusquets), la última de las novelas, que el autor dice no será la última, protagonizadas por Conde, cuatro de las cuales se convirtieron en miniserie televisiva con Jorge Perugorría como intérprete.

-¿Cómo llega Mario Conde a esta novela, situada en el 2014?

-Trae a sus espaldas el paso del tiempo, la historia y la experiencia, sigue siendo el mismo, pero más viejo, a punto de entrar en lo que él llama la cuarta edad, más cansado, melancólico y decepcionado. Su personaje me sirve como instrumento inmejorable para, a través de su mirada, tratar de entender una realidad tan peculiar como la cubana y hacer una crónica de lo que ha sido vivir en Cuba todos estos años. Mira La Habana, la quiere, le duele, pero a veces se siente extraño en su propia ciudad, que siente que ya no es la misma que conoció.

-En esta novela da una visión demoledora de la sociedad cubana, donde hay pobreza, hambre, sueños rotos, desesperanza.

-Alguien dijo, y creo que con razón, que es una novela crepuscular, porque no ha oscurecido por completo pero las luces ya no brillan igual y la sombras son más largas. Aparecen bolsones de desesperación, de llegar al límite, de una forma de vida que comenzó a sufrirse en la isla a partir de los 90 y se ha profundizado en sectores cada vez más desfavorecidos, las personas del oriente del país, los negros, la generación que está al borde la jubilación y no tiene capacidad de comenzar de nuevo y adaptarse a la nueva dinámica social que permite enriquecerse a algunos y a otros empobrecerse.

-¿Qué papel juega esa virgen que le permite remontarse, en la búsqueda de sus orígenes, a la Guerra Civil española y otros momentos históricos?

-Los escritores funcionamos sobre todo con obsesiones y yo soy un escritor de obsesiones. Si en Herejes el tema era la búsqueda de la libertad individual, en este caso es la relación del hombre y la historia: cómo puede, de un día para otro, movernos la tierra y provocar un cataclismo contra el cual no podemos hacer nada. A mí no me interesa escribir novela histórica, si acudo a la historia es porque encuentro en ella una posibilidad de entender mucho mejor el presente y ver hasta qué punto los seres humanos nos hemos equivocado tantas veces ante situaciones muy similares. La historia nos deja enseñanzas de las que aprendemos poco.

-En «El hombre que amaba a los perros» trata de la perversión de las utopías. ¿Cómo ve la situación política actual, en la que ya no existen la utopías?

-La degradación de las clases políticas a nivel universal es evidente. La desaparición de la gran utopía igualitaria del siglo XX nos dejó sin algo firme en lo que creer, las propias democracias se confiesan en crisis, y en algunos casos es tan claro como un presidente con el pelo de color naranja. A veces pienso que los ciudadanos deben jugar un papel más activo, pero ¿quién los organiza, quién los dirige, quién los encauza? El problema es que esos encauzamientos pueden terminar ya no en manifestaciones de populismo, sino de fundamentalismo, que son mucho más peligrosas. Me dan mucho miedo los fundamentalismos de izquierdas y de derechas, pero aún más los nacionalismos. Por eso digo que es posible que un tecnócrata que maneje bien la economía puede ayudarnos a resolver mejor muchos problemas sin hacernos demasiadas promesas políticas.

-¿Cómo ve la situación en Cuba?

-Estoy a la expectativa. Desde que Fidel Castro dejó el Gobierno a Raúl ha habido pequeños cambios sin que en lo esencial se haya alterado la estructura del país, ni en lo político ni en lo económico, pero en lo social sí ha habido una transformación. El 15 de abril Raúl deja la presidencia, pero no la secretaría general del partido único, que es el que decide las grandes cuestiones. La gran renovación, y diría que revolución, que habría que hacer en Cuba es de carácter económico, que es donde se decide la suerte de la mayoría de los ciudadanos. Es la gran asignatura pendiente.

«En Cuba mis novelas a veces circulan poco y mal o son invisibles»

En La transparencia del tiempo, Conde, que vio la luz literaria en Pasado perfecto en 1991, está más escéptico, desengañado, nostálgico y desubicado que de costumbre, pero mantiene su magnetismo y su capacidad de resistencia.

-La ironía le sirve para evitar caer en la depresión.

-Es su escudo verbal, su manera de defenderse de lo que le afecta, no tiene otra y es la que utiliza. Y, en cierta forma, es también la mía. Pero no es sarcástico, sino un juego de buscar la parte ridícula de las situaciones y manifestarla con cierto ingenio.

-Conde aún tiene ciertos prejuicios contra la homosexualidad y detesta el reguetón.

-En Cuba ya no hay una represión política de la homosexualidad, pero subsiste el prejuicio, porque la cultura cubana es esencialmente machista, de origen africano-hispano y con un componente religioso. El rechazo al reguetón lo comparto, ese tipo de música es la consecuencia de una mirada más violenta de la realidad, de considerar a la mujer como un objeto sexual totalmente instrumental. Se ha terminado imponiendo una música que es siempre igual y con unas letras en las que cualquier sentido de la poesía y la belleza desapareció. La decadencia que supone para la música cubana es terrible.

-¿Tiene problemas para publicar en Cuba?

-Mis novelas se publican desde hace 22 años en Cuba, una vez que salen en España en la editorial Tusquets. Las ediciones cubanas cuestan 25 pesos, un dólar, pero son pequeñas, a veces por cuestiones materiales, falta de papel o poca capacidad de la industria cubana, pero también en ocasiones circulan poco y mal, casi no lo hacen o se convierten en invisibles. No aparezco en la televisión ni en los periódicos, pero me preocupo de tener mi espacio de creación y reflexión en Cuba, donde vivo.