El artista total que alzó los templos asturianos a los dioses de la energía

J. C. Gea

CULTURA

El Museo ICO de Madrid inaugura una exhaustiva muestra dedicada al trabajo de Joaquín Vaquero Turcios en las centrales que proyectó para Hidroeléctrica del Cantábrico

15 feb 2018 . Actualizado a las 22:04 h.

Joaquín Vaquero Palacios estuvo tan cerca como pueda estarlo un creador plástico de llegar al viejo sueño del arte total. Como pintor, como escultor y como arquitecto, el artista asturiano y patriarca de una estirpe de artistas, consiguió llevar muy lejos cada uno de los respectivos lenguajes de esas disciplinas. Pero en pocas obras plasmó con tanta contundencia su talento y su visión como en los proyectos de edificios industriales que realizó para Hidroeléctrica del Cantábrico entre 1954 y 1980: templos para invocar y canalizar los dioses de la energía, las fuerzas de la naturaleza. Así las concibió él mismo. Como obras en las que «las dimensiones escapan a nuestra percepción cotidiana, transportándonos a mundos más cercanos a los dioses». Una sugestión que sigue intacta y que transmite el colosal esfuerzo que siguen realizando las centrales eléctricas Salime, Miranda, Proaza y Tanes y la térmica de Aboño. Todas ellas están en el centro de La belleza de lo descomunal, la muestra inaugurada hoy en el Museo del Instituto de Crédito Oficial (ICO) de Madrid con su nieto Joaquín Vaquero Ibáñez como comisario, el respaldo de la investigación de Marina Villalobos, las fotografías de Luis Asín y el documento audiovisual de otro de los nietos del protagonista, Juan Vaquero, con la colaboración de EDP, actual propietaria de las centrales, y de la Fundación EDP.4.

A partir de ahí, la exposición busca dar a conocer uno de los hitos más relevantes -si no el mayor- del patrimonio industrial español del pasado siglo: proyectos que se hundieron en roca viva o controlaron presiones colosales de grandes masas de agua buscando no solo la eficiencia funcional sino también la pura belleza plástica desde el conjunto hasta el más mínimo detalle, la fusión con el poderoso entorno natural y un sentido casi utópico del mejoramiento de los escenarios del trabajo humano. El recorrido es exhaustivo. Reúne 90 fotografías de Luis Asín y el trabajo audiovisual de Juan Vaquero expresamente producidas para la ocasión, cuadros del autor, documentos fotográficos, planes, bocetos, maquetas y libros junto a elementos de diseño industrial a fin de «conocer al personaje» a través de la comprensión de «su origen y su contexto», según Joaquín Vaquero Díaz. Vaquero Palacios y su entorno familiar, biográfico y artístico son recorridos desde los orígenes, ubicando su larga andadura en el espacio y en el tiempo. Queda además un catálogo editado en español e inglés con vocación de referencia, en línea con otros dedicados por la Fundación ICO a arquitectos españoles del siglo XX, y con artículos de Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg, Iñaki Ábalos, Francisco Egaña, Natalia Tielve y Joaquín Vaquero Ibáñez. La muestra viajará próximamente a Asturias.

Una doble herencia

Vaquero Palacios no se veía a sí mismo como un pionero sino como un heredero. El depositario de una larga tradición de «integración de las artes» existente «desde que el hombre puso sus pies sobre la tierra y hubo de guarecerse al cobijo de algo». «La arquitectura para vivir, la arquitectura para los muertos, para los cultos religiosos, ya integraron, desde siempre, la pintura y la escultura. El fenómeno continúa sin detenerse, ha venido la industria y hoy la integración es una absoluta necesidad. ¿Por qué?, ¿Para qué?. Pues porque nuestra actividad actual está desbordada y nuestro organismo necesita ser apaciguado de alguna forma para sobrevivir a la tensión a la que se le somete cada vez con mayor exigencia», escribió el creador asturiano sobre estos fascinantes proyectos.

Su familiaridad con ellos también formaba parte de una herencia. Vaquero Palacios conocía bien las necesidades a las que respondería su obra capital y el terreno en el que tendría que proyectarlas. Su padre fue director y presidente de Hidroeléctrica del Cantábrico durante casi medio siglo, responsable de la central de La Navia y de los primeros avances en el abastecimiento energético de la ciudad de Oviedo. Mientras se forjaba como pintor en algunos de los paisajes en los que trabajaba su padre -Somiedo, fundamentalmente-  Vaquero Palacios se formó también como arquitecto en Madrid, empapándose de la modernidad arquitectónica y de aspectos del diseño de mobiliario y arquitectura de interiores que están muy presentes en todo su trabajo. Su estancia en Nueva York alimentó y amplificó ese aprendizaje, que se prolongaría en lo plástico y en lo arquitectónico durante sus viajes por Latinoamérica junto a su mujer, Rosa Turcios, sobrina de Ruben Darío. El sentido de lo colosal, de lo exótico y de la naturaleza adquirirían ahí nuevas aportaciones.

Un legado faraónico

Ya afincado de regreso en España, los responsables de Hidroeléctrica del Cantábrico le encargaron en la década de los 50 la integración artística de la presa de Grandas de Salime. Sería el primero de una serie prodigiosa a la que no se le ha aplicado el adjetivo «faraónica» con gratuidad, y en la que compartió el trabajo con su hijo, Joaquín Vaquero Turcios. Así fueron engastándose en el fuerte paisaje asturiano sus templos industriales. El primero, la Central Hidroeléctrica de Grandas de Salime (1945-1955) con su colosal salto, las esculturas en relieve de la fachada y el gran mural proyectado por el padre y el hijo y ejecutado por el segundo con el relato de los trabajos de la central. Vendría después la hidráulica de Miranda (1956-62), central subterránea permiten con cinco niveles de sala de máquinas en la que el uso de unas falsas ventanas, la luz artificial y el color mitiga la sensación de claustrofobia, dulcificando el entorno de trabajo y extendiéndose por todos los elementos del conjunto.

La central de Proaza (1964-1968), fue uno de los proyectos más complejos y completos, quizá el más total, de esta serie: proyecto arquitectónico, diseño, relieves, murales y vidrieras en un edificio en el que sobrecoge la estructura de hormigón armado de la fachada, una gigantesca escultura en sí misma incrustada de forma armónica en el entorno montañoso Tanes (1970-1978) es de nuevo una central subterránea a más de 300 metros de profundidad en la que, de nuevo, mediante una actuación de color en la bóveda, Vaquero consigue suavizar la sensación de encierro mediante figuras geométricas que parecen volar por el espacio abierto. Resta la central de Aboño (1969-1980), donde el color y la geometría fueron usados de nuevo para dar armonía y ritmo al conjunto, y una última colaboración con HC: el proyecto de su sede social en Oviedo.