«No hablar español en China me hace ver con más fuerza la valía y el sonido de mi idioma»

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Jaime Santirso
Jaime Santirso Kelly Dawson

El escritor y periodista gijonés residente en Pekín presenta en Toma 3 «Encuentros», su primer libro de poesía, un inusual ejercicio de fusión de verso y prosa editado por Trea

17 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La carrera de periodismo lo llevó de su Gijón natal a Pamplona, y las Relaciones Internacionales de España a China, donde reside con beca del gobierno de Pekín desde hace un par de años colaborando regularmente con medios como RNE. Pero, a la vez, Jaime Santirso (Gijón, 1990) lleva tiempo sintiendo la punzada de la literatura. Incluso habiendo tenido como profesores en su instituto del Piles a poetas como Xuan Xosé Sánchez Vicente o a Fernando Menéndez, se consideraba lector y autor de prosa y en su cabeza bullía la tentación permanente de enfrentar la escritura una novela. Nada de poesía, ni siquiera como lector. Hasta la revelación, por boca de un poeta consagrado y en una conversación casual: lo que estaba haciendo -al menos, una buena parte de ello- era en esencia poesía. Y en una colección de poesía aparece su primer libro, editado por Trea, que se da a conocer hoy en Gijón (Toma 3, 12,30 horas) precisamente con su antiguo profesor Fernando Menéndez como presentador. Encuentros es una infrecuente fusión de poesía y narración estructurada como tres encuentros con otros tantos interlocutores en los que se va gestando la conciencia inicial de un poeta. Por lo general, los poemas celebran este tipo de iluminaciones y epifanías referidas a otros hechos y experiencias; en este caso la revelación que se narra es la de la propia poesía. La impresión es la de estar asistiendo en directo, en tiempo real, a tres momentos de la forja del propio autor como poeta.

-Inevitable pensar en ese elemento autobiográfico. ¿De verdad fue un descubrimiento tan súbito, tan inesperado?

-Sí, absolutamente. Tal cual como se cuenta en el libro. Un poeta conocido me lo hizo ver. Fue la chispa que me lleva a escribir poesía y luego a darme cuenta de que cosas que había hecho antes ya lo eran, sin que yo lo supiera.

-Pero no todo es confesional en Encuentros, supongo. ¿Cuánto hay de ficción narrativa... o poética?

-Es verdad que este texto descansa mucho en una experiencia personal, lo cual me incomoda un poco. Tenía muy claro que los ejes eran los poemas, pero lo que me planteaba más problema era verlos juntos. Eso tiene que ver con el hecho de que la poesía ha sido hasta hace poco algo muy ajeno a mí. El sistema tradicional de un listado de poemas, con una unidad temática o cualquier otra organización, no me satisfacía. Probablemente porque nunca había leído desde la posición de un poeta, sino de la de un lector de narrativa. Para mí el reto era encontrar un marco en el que pudiera dotar a todos los poemas de una unidad que les pudiera dar vida. Es un proceso más largo que también me surgió de repente. Se me ocurrió que el mismo proceso cronológico de este descubrimiento, organizado en un tríptico de tres conversaciones, era la manera más adecuada de hacerlo.

-¿Y cómo se le ocurrió esa fusión de los poemas con el hilo de la narración, sin solución de continuidad?

-Mi intención era desde luego hacer algo distinto, original. No por el mero hecho de provocar sino porque me divierte más y es mi manera de ser, y también porque la chispa narrativa es esa ruptura de una división técnica que, digamos, mata los géneros, la distinción entre narrativa y poesía: modelar todo para que constituya una sola unidad en la que los poemas vayan enlazados, como cosidos, a la narración. Por eso los títulos de los poemas van unidos al texto de la narración; esa era la manera de incrustar las piezas en el todo.

-Pero al mismo tiempo los poemas mantienen su autonomía, como poemas tradicionales.

-Sí, yo creo que sí. Esa era la idea. Yo estoy muy influenciado, creo, por la poesía americana contemporánea, que es muy narrativa, muy clara, muy asimilable. En ese sentido, cada pieza busca ser autoexplicatoria. La tensión a la que me tuve que enfrentar es que, cuando uno escribe poesía, la identificación entre la voz del escritor y la del poema es automática, algo que no te sucede cuando lees novela. Cuando Muñoz Molina te habla de un comisario no asumes que el comisario es él. Hay más espacio. Esa conjunción me ha resultado difícil de articular. Al principio, escribí toda la parte narrativa en tercera persona, pero luego me di cuenta de que había un quiebro y lo transformé a la primera persona.

-Acercó más un «yo» al otro...

-Sí, pero con muchas precauciones porque tengo un gran sentido del ridículo. Es un poco incómodo. Pero supongo que es inherente al acto de escribir poesía.

-¿Le causa alguna tensión o conflicto manejar como poeta la misma herramienta que utiliza como periodista?

-No, ninguna fricción, la verdad. El trabajo periodístico responde a una necesidad muy distinta. Tiene que ver con el hecho de que cuando tú escribes una pieza periodística siempre respondes a un fin informativo, aunque haya algunas facetas del periodismo en que eso se desdibuje un poco más. Necesariamente, la figura del lector no está tan presente en una creación más literaria. También sucede que la mayor parte del trabajo periodístico que he hecho, que siempre ha sido como añadido a mi carrera profesional habitual, y que al trabajar en radio se crean compartimentos estancos entre el lenguaje hablado y el escrito.

-Es también fotógrafo. ¿Se comunica esa otra disciplina de algún modo con lo que escribe?

-Puede ser. La fotografía te ayuda a pensar y ver las cosas de manera más estructurada, sobre todo cuando das prioridad al enfoque y a la composición que a factores técnicos. Yo siempre he tenido una concepción bastante visual, y en ese sentido este libro puede estar construido como el marco gráfico de un cuadro en el que luego, a través de un tríptico, vas encajando los elementos: zonas separadas pero que, con la perspectiva, dejan ver que el tema siempre es uno. El encuentro es siempre un solo encuentro.

-Aun borrando límites entre prosa y poesía, habla en Encuentros de un elemento que las separa: el sonido, su materialidad. ¿Es eso finalmente la poesía?

-Es algo que tiene un peso esencial en la poesía, incluso si no la estás leyendo en alto. El hecho de estar fuera me ayuda a verlo con más fuerza. En China apenas hablo español en mi vida diaria; cuando lo hago, es en un ámbito más íntimio y, al hacerlo, eso me aproxima a la naturaleza del lenguaje de otra manera. Le das algo más de valía a tu idioma por su propio sonido.

-Hablando de sonidos, de música, el personaje de Encuentros opone la vitalidad del hip-hop o las canciones de Frank Ocean a la poesía tradicional, a la que considera alejada de sus destinatarios. ¿Comparte esa posición?

-Sí. La mención a ese tipo de manifestaciones es, de alguna manera, una especie de reacción completamente personal a la poesía como algo alejado, oscuro, que no se entiende. Pero es personal, insisto, no digo que tenga que ser así. He intentado algo muy pop, en el sentido de popular como pueden ser esas referencias musicales y un enfoque del género algo distinto. 

-¿Qué otras cosas le está descubriendo en China esa doble experiencia de inmersión en una cultura y de distancia respecto a la suya propia de la que habla?

-Al final, el contacto con la cultura incluso occidental, no solo la española, es muy limitado y es un ejercicio de voluntad. Aun así, la comunidad de extranjeros en China es muy hermética; o más bien, al revés, lo hermético es la comunidad local. Hay una barrera que no es lingüística, sino étnica, que es imposible rebasar. Por muy bien que hables chino, al final vas a ser un laowai, un blanco. Eso hace que se cree una esfera de extranjeros que, por lógica, sigue parámetros muy norteamericanos y que, como está totalmente libre de cualquier convención social, hace que la gente actúe de una manera mucho más natural y espontánea. Eso es muy enriquecedor. Lo disfruto mucho. Por otra parte, la mayoría de los límites que ellos ponen a su actuación a ti no te afectan. Aunque fuese un país más democrático, no vas a votar; tienes sistemas tecnológicos que te permiten acceder a Internet neutral… Al final, eres una parte que ve desde fuera y, aún así, de manera muy limitada. Entender lo que sucede en el país es complicadísimo. Hay pocos puentes interculturales, y al final pasa algo que ves mucho en el periodismo, entre los corresponsales: muchos de ellos no hablan chino, y a eso se añade la dificultad para acceder a las fuentes, la censura y la autocensura, de manera que al final se crea una especie de narrativa de hechos creados sobre hechos creados sobre hechos creados, que al final no tiene por qué responder para nada con la realidad de la que se habla.

-¿Haciendo más ficción que periodismo?

-Sí. Eso está pasando.

-¿Ha habido margen para algún tipo de «contaminación» cultural o literaria de China en lo que escribe?

-Puede existir una especie de asimilación de los comportamientos más sociales: el caos, la velocidad, un poco la anarquía urbanística… Pero la exposición a fuentes artísticas primarias, sobre todo cuando se trata de literatura, con el puente del idioma, es muy limitado. De hecho, hasta hace muy poco todas las obras chinas eran traducidas al español desde traducciones en inglés. Y aun así, cuando intento leer literatura china, tengo siempre la sensación de que estar perdiéndome el simbolismo y las claves literarias y culturales. En otras artes más plásticas, China sigue ese proceso de estética social de imitación de Occidente. Hay una parte muy puritana, que está muy resguardada en las escuelas de arte tradicional: las esencias se guardan de una manera muy pura, pero no hay evolución, no hay diálogo. La otra parte, mucho más general, reproduce lo occidental. Al final, existe una relación un poco dual y conflctiva. Y al mismo tiempo, aquí hay una fascinación por lo oriental, desde el surrealismo a la generación beat, que no se pueden entencer sin el contrapeso oriental.

-¿Y Asturias? ¿Nota el cambio de metabolismo entre aquella sociedad joven y acelerada y esta otra, envejecida y ralentizada?

-Es que la demografía está ahí, es algo muy claro, y lleva un ritmo irrefrenable. Luego, pienso por ejemplo en mis amigos: de un grupo de ocho, la mayoría estudiaron aquí y solo queda uno, y porque quiere. El resto está en Madrid. Y no solo pasa con mis amigos, sino que lo veo en todos los círculos de gente conocida. Es un círculo un poco autodestructivo. Pero luego también percibo mucha vitalidad cultural, incluso me asombra. Para mí ha tenido mucha importancia publicar el libro con Trea, con una editorial de mi ciudad que me abre un canal aquí, que tiene arraigo y peso cultural en Gijón y en Asturias.

-Y después de Encuentros, ¿esta misma línea, regreso a la narrativa, otro tipo de poesía...?

-Sobre el futuro, yo siempre pensé que iba a escribir una novela antes que ninguna otra cosa. Tengo ahí una especie de ambivalencia. Es una línea por la que avanzaré, pero también por la poesía. Tengo ya cosas preparadas. Ahora toca esperar. Pero la idea de explorar de manera personal nuevas cosas me sigue interesando.