«La forma del agua»: Amado monstruo

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

Estamos ante una obra maestra del cine fantástico, una historia de amor casi tan sublime como King Kong. Y se llevará un puñado de Óscar

17 feb 2018 . Actualizado a las 08:26 h.

Mucho antes de esta plana industria del entretenimiento que sufrimos, las películas de género, en programa doble y sesión continua, fueron refugio y patria de varias generaciones. También para Guillermo del Toro. Por eso el mexicano les hace un homenaje extraordinario en La forma del agua, revisión inteligente y apasionada de los filmes de terror baratos -como La mujer y el monstruo, su referente directo- y de otros preciosos materiales de derribo sin pretensiones, capaces sin embargo de alcanzar cotas excelsas de belleza y poesía, aún hoy inalterables.

Sally Hawkins -maravillosa triste feliz de Happy- es una huérfana muda que limpia en el laboratorio secreto donde los militares americanos de la Guerra Fría guardan una extraña criatura anfibia que el gran malvado Michael Shannon capturó en el Amazonas para abrirla en canal y eviscerar sus misterios. La princesa muda se enamorará de la Bestia -atracción abismal del diferente- y, con la ayuda de otros matizados y tiernos parias, como su compañera de trabajo (terrenal Olivia Spencer), un artista solitario y homosexual repudiado (Richard Jenkins) y un científico ruso camuflado (Michael Stuhlbarg, caracterizado a lo Fritz Lang), intentarán salvar al conejillo de indias con escamas.

Hacia el ecuador del relato, hallamos uno de los momentos más hermosos e hipnóticos del cine reciente que deviene en melancólico lamento de pérdida: en su huida, la criatura entra en la sala cinematográfica que está bajo la vivienda de la protagonista, un paraninfo bautizado Orfeo (como el héroe que bajó al inframundo) y, de pie, entre las butacas rojas, el monstruo queda fascinado, mirando la pantalla -el ser extrañado se reconoce en ese raro espejo-, donde pasan un péplum que cuenta la historia de Rut, insobornable y exiliada heroína bíblica. Y es que el diseño del filme es primoroso y viene cargado de contenido, especialmente en el final sorpresa -en el fondo, quizá no tan imprevisto- que nos obsequia una oleada de belleza arrebatadora. En fin, estamos ante una obra maestra del cine fantástico, una historia de amor casi tan sublime como King Kong. Y se llevará un puñado de Óscar.