Gran cine de riesgo en la Berlinale con Petzold y German Jr.

José Luis Losa

CULTURA

HAYOUNG JEON | EFE

Isabelle Huppert es la prostituta improbable de la fallida «Eva», cinta de Benoît Jacquot

18 feb 2018 . Actualizado a las 08:41 h.

Fue ayer día de cine y escritores. Y del acercamiento abigarrado que Alexei German Jr. hace a la Unión Soviética de los años finales, con Brezhnev persiguiendo a Joseph Brodsky en Dovlatov. Escritor ficticio, impostor, es en cambio Gaspar Ulliel en Eva, la fallida adaptación que Benoît Jacquot hizo del relato negro de James Hadley Chase, destrozándolo, con Isabelle Huppert como muy improbable prostituta de una trama de asesinatos e imposturas que va de morbosa e insana pero genera casi comicidad porque en su guion y su toma de decisiones de puesta en escena todo es despropósito.

Mucha mayor densidad fílmica posee Dovlatov, en la que German Jr. recrea los años finales de la era Brezhnev, el tardo-comunismo soviético que apretó hasta los últimos días la soga de la censura y el ostracismo de los escritores que no pasaban por ser burócratas rapsodas de las bondades del régimen. Me fascina la creación de atmósfera onírica, con el absurdo como arma generadora de un clima de pesadilla que German logra para eludir un tono dramático y llevar el enfermizo y asfixiante cerco a la libertad de creación al territorio de la broma espectral. En ella se mueve el luego Nobel Brodsky, negándose en inicio al exilio porque para él todos los exiliados devienen almas en pena. Pero en el retablo de Dovlatov vemos que todo lo que vaga por esos restos del naufragio de la URSS son fantasmas, mortandades animadas, seres encasquillados en el acoso canalla de un pos estalinismo que se autogenera como farsa.

Christian Petzold es uno de los autores que más me motivan del mapa actual, tras su obra maestra Phoenix. Hay mucho de ella en Transit, que es otro filme excepcional del cine de seres que se desean, se ansían, se pierden más allá de la muerte. Y toma aun Transit más riesgos formales con un planteamiento exigente que puede expulsarte de la acción si no aceptas su ruptura de convenciones narrativas y temporales. La primera es trasponer al tiempo presente, pero sin ningún tipo de readaptación, la novela en parte autobiográfica de Anna Seghers, que habla de la Francia ocupada por los nazis y los judíos que buscan embarcar rumbo a América. Ese rizo en el tiempo dota a la cinta de una singular carga de profundidad que ilumina este tiempo nuestro, también habitado por los perseguidos y el ansia de salvoconductos. Y sobre ese escenario despojado, Petzold nos habla del sufrimiento de los amores quebrados por las desapariciones abruptas, entre los huracanes de la Historia. Por la pérdida entendida como sufrimiento por el desvanecido. Y por esa inquietante línea de sombras de la que siempre se espera que regrese lo que no es más que un fantasma, un fetiche de esa trampa alienante llamada pasión.