«O Processo», sobre la destitución de Dilma Rousseff, convierte cada proyección en acalorado mitin

José Luis Losa BERLÍN

CULTURA

HANNIBAL HANSCHKE | Reuters

El festival entrega la cuchara, a la espera de unos premios a los que cuesta encontrar merecedores

23 feb 2018 . Actualizado a las 19:44 h.

Es bien sabida la impronta marcadamente  política que posee la Berlinale. Está en su ADN, y así como Cannes se lava tradicionalmente las manos y bucea como un gran mercado sin alma (más allá de cuestiones muy puntuales y artísticas como la batalla del pasado año con Netflix), en Berlín te ponen una peli sobre la tragedia humanitaria de los refugiados, sobre la proclama de un cineasta iraní condenado a un ostracismo de bajo perfil o en torno cualquier película con argumento o subtrama LGTBI y ya el film entra a hombros en la plaza. Con independencia de lo que luego devenga. Este año se está produciendo un efecto bola de nieve, pero en este caso bien fundamentado   ?esto es, con razón de ser artística y discursiva- a partir de la obra documental O processo, de la directora Maria Augusta Ramos. En ella, Ramos analiza lo que fue el impeachment que concluyó en la controvertida destitución de la presidenta Dilma Rousseff y su raudo recambio por un hombre del más puro establishment, su vicepresidente Michel Temer.

O Processo no ofrece punto de vista a partir de voz en off subjetiva sino que elabora su discurso a partir del montaje de muy diverso material de archivo, esencialmente del juicio que tumbó a Rouseff. Pero también de cintas en las que queda al descubierto el rol de Michel Temer como responsable máximo de una conspiración iniciada ya durante el mandato de Lula Da Silva. Y sobre esa premisa observacional va construyendo un retablo clarividente de lo que fue en Brasil una maniobra de largo recorrido, la de la deposición de Rousseff y de su partido, una vez que los poderes fácticos tomaron en consideración que un golpe de timón era ya posible, tras los años en los que Lula y el cambio social parecían inatacables.  Y de acuerdo a un plan general de viraje ideológico geoestratégico en una América Latina a la que se quiere alejar de gobiernos como los de Rouseff, Kirchner o Correa. Explica O Processo lo que considera situación de anormalidad democrática, cuando porcentajes de población que superan el 80% piden repetidamente en las calles que se produzcan ya unas nuevas elecciones. Pero el gobierno de Temer, aún cercado por su aquí bien mostrado juego sucio en el impeachment de Rousseff y por los casos de corrupción que llegan hasta el palacio presidencial, se mantiene haciendo oídos sordos estos reclamos.

Lo  cierto es que casi podrían llegar a Brasilia las ondas expansivas que generan in crescendo las febriles proyecciones de O Processo en esta Berlinale. Provocan lo que son casi espontáneos mítines, en pases en los que el público participa activamente en el debate posterior. También estimuladas ?hay que decirlo- por el consabido barroquismo en el compromiso del mundo de los creadores brasileños, muy numerosos aquí. Y que viven el sentimiento engagée con un apasionamiento propio de cuando bajo el cimiento se soñaba la playa.

El palmarés

Esta tan triste Berlinale entregó definitivamente la cuchara con una espantosa película polaca de Malgorzata Szumowska, Mug, que quiere ir de farsa sobre un país enloquecido por un catolicismo supersticioso y milagrero. Te enloquece a ti si no desconectas pronto. Y es irregular la cinta alemana In Den Gängen, de Thomas Stuber. Ambientada en un supermercado low cost en medio de la nada, en la zona más deprimida de lo que fue la Alemania del Este, tiene una primera hora infame en su ambición de un humor pretendidamente muy gracioso, a juzgar por lo que se ríe la peña local. Me interesa su segunda parte, cuando se va oscureciendo y nos muestra los restos del naufragio de la reunificación, tan bien vendida como sueño colectivo,  pero que dejó a tantos «ossies» en la cuneta y con una soga al cuello.

Finalizada por fin una Berlinale paupérrima, queda ahora ver de dónde saca hoy el jurado material para repartir tanto premio. Algo, por fuerza les deberá caer a Wes Anderson, al ruso Alexei German Jr, al alemán Petzold y a la sensacional cinta paraguaya Las herederas, que ha sido la revelación, el claro sleeper de este festival. Y, seguro, no olvidarán a Lav Diaz, el filipino flagelador frente al cual los cronistas de festivales deberían tener derecho de recurrir ante Human Rights Watch.