Oso de Oro de locos en la Berlinale para la rumana «Touch Me Not»

José Luis Losa BERLÍN / LA VOZ

CULTURA

Ralf Hirschberger | dpa

Triunfa también la excelente obra paraguaya «Las herederas», mejor actriz y Premio Alfred Bauer

24 feb 2018 . Actualizado a las 21:21 h.

Una Berlinale endemoniada solo podía tener final de locos. El Oso de Oro para la película o el castigo de la rumana Adina Pintilie llamado Touch Me Not no es una decisión, sino una abominación. Porque el filme de Pintilie no es cine, sino otra cosa: un enhebrado de supuestas terapias sexuales en grupo, que mezcla churras y merinas, travestís filósofos que van de psicoterapeutas de la sexo-teología de la liberación y personajes «jondos» con bloqueos o impotencias mentales de mirada lacaniana. Y los adorna con unas cuantas inmersiones en un «cuarto oscuro» donde se celebran meetings sado-maso. Pintilie va de provocadora pero su película no llega al onanismo intelectual. Es aborrecible pues destila por debajo de su pretendido tono transgresor un buenismo falsario.

Su protagonista comienza el filme pagando por ver como se masturba un gigoló porque ella no admite ni un roce. Y termina bailando desnuda ante el mundo. En pelota picada se deja el prestigio de esta edición con el Oso de Oro más disparatado del que este cronista haya tenido que dar cuenta. Estoy convencido de que esto debe de cabrear tanto como a mí a algunos miembros cabales del jurado presididos por un cineasta tan moderno, enrollado y vendedor de gominolas como Tom Twyker.

«Las herederas»

La otra triunfadora de la noche es, por fortuna, el excelso film paraguayo Las herederas, el mejor de la competición, que se lleva el Premio Alfred Bauer y el de mejor actriz para la maravillosa Ana Brun. El actor de La Priére, cuyo personaje pasa por un centro de desintoxicación religioso, es poca cosa. No hacía daño, pasaba por allí. Y le cayó el premio de interpretación en la subasta.

Algo que ya el viernes anunciamos era la inevitabilidad de que Wes Anderson y su perruna isla animada rascase algo importante y se lleva la mejor dirección. Guau. Y de nuevo en el terreno de la alucinación entra el Gran Premio del Jurado para la fallida farsa polaca de Malgorzata Szumowska Mug. Es muy justo que en el palmarés se le haga sitio a la mexicana Museo, mejor guion por ese robo de joyas precolombinas a cargo de Gael García Bernal. Como lo es valorar la contribución artística de la notable Dovlatov, de Alexei German. Y dejar fuera de juego el sensacional vértigo de romanticismo desesperado de Transit, de Christian Petzold me parece el corolario que certifica una edición de la Berlinale para olvidar. De las que casi te envía de aquí a la psicoterapia o a la urgente desintoxicación.