Andrés Neuman: «Nos venden la falsa dicotomía de mirar hacia atrás o seguir adelante»

CULTURA

BENITO ORDOÑEZ

La última novela del escritor hispano-argentino, «Fractura» es una reflexión sobre la memoria individual y colectiva

01 abr 2019 . Actualizado a las 17:28 h.

Autor de novelas, poemarios, ensayos, relatos y aforismos, galardonado con premios como el de la Crítica o el Alfaguara, el hispano-argentino Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) publica Fractura. Una novela que arranca con el terremoto previo al accidente de Fukushima, el 11 de marzo del 2011, que removerá la memoria del protagonista, el señor Watanabe, un doble hibakusha, es decir superviviente de las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, cuya vida es contada a través de los recuerdos de cuatro mujeres que fueron sus amantes. La obra se convierte en una reflexión sobre cómo los individuos y las sociedades se enfrentan a su pasado. «Escapar del pasado es metafísicamente imposible, la cuestión es qué se hace con él, si uno opta por la negación volverá como un fantasma y nos apuñalará por la espalda», afirma.

-¿Cómo surgió la novela?

-La idea era partir del accidente de Fukushima y ver lo que desencadenó. Primero, puso a todo el mundo a pensar sobre la energía nuclear. Es decir, lo lejano se convirtió en cercano. Además, todo empezó con un terremoto y a mí me fascinaba el concepto de la onda expansiva. Quería hacer un paralelismo entre un terremoto y el arte japonés del kintsugi de reparar objetos por donde se rompieron. Me interesaba que el kintsugi fuese una metáfora de nuestra memoria emocional, personal, amorosa, familiar y también colectiva. Era interesante analizar la idea del poeta polaco Milosz, si algo existe en un lugar, existirá en todos. He intentado desarrollar esa idea y ver cómo todos los países están secretamente interconectados por el dinero, la energía, la memoria y las emociones, hay un flujo subterráneo que los conecta.

-Es una reflexión sobre cómo los individuos y las sociedades se enfrentan a su pasado.

-El tan traído y llevado debate de la memoria histórica sobre el que a mí me interesaba posicionarme de un modo no maniqueo, que no reprodujera ninguna postura fácil. En la novela hay personajes que defienden distintas opiniones, porque una novela no es sermón ni un mitin político, sino una puesta en escena de conflictos y contradicciones. Mi opinión es que conviene no simplificar qué es la memoria histórica, porque a veces nos quieren vender la falsa dicotomía de que hay que elegir entre mirar hacia atrás o seguir adelante, como si fuesen dos opciones excluyentes, cuando están interconectadas. En ese punto me siento muy identificado con el kintsugi, que repara el objeto roto y al poner en la fractura polvo de oro lo embellece y recuerda para siempre lo que le pasó. Toda sociedad tiene su dialéctica entre callar y narrar y la novela trata de cómo todas las sociedades recuerdan y a la vez olvidan sus tragedias y qué hacer con las propias cicatrices. En la novela hay varios personajes que tienen cicatrices en sus cuerpos y se plantean qué hacer con ellas, igual que un artesano del kintsugi se plantea como refundar la identidad de un objeto que está roto.

-En la novela hay una denuncia de la censura y el ocultamiento de hechos históricos como las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

-Se suele hablar de la asociación entre censura y dictadura, por ejemplo en el franquismo o la dictadura militar argentina. Eso es muy cómodo, ya lo sabemos, pero la novela se mete en cuestiones que son más incómodas de formular, cómo son las censuras en las democracias. Un ejemplo clamoroso es cómo se manejó el tema de las bombas atómicas en EE. UU., no se informó de sus consecuencias y se implantó una censura radical que duró una década en Japón, donde no se podía ni siquiera mencionar. Cuando esa censura terminó ese país había perdido la costumbre de recordar. Como dice la periodista norteamericana Lorrie, una de las narradoras, en nuestro país el secreto militar siempre ha sido mucho más importante que la democracia. Me interesaba analizar cómo el gran país de la democracia, que nunca ha tenido una dictadura en su historia, también tiene sus formas de censura, de control del ciudadano y muchos comportamientos de países que llamamos dictaduras o bananeros.

«Somos diferentes personas según quién nos recuerda»

El autor de El viajero del siglo hace en un su novela un recorrido sentimental y político por la historia del siglo XX en ciudades como Tokio, París, Nueva York, Buenos Aires o Madrid, a partir de los relatos de cuatro mujeres que han mantenido una relación sentimental con el señor Watanabe.

-¿Por qué eligió esta forma narrativa?

-Me parecía un juego narrativo interesante que el supuesto protagonista, el aparente centro de la historia, no tenga voz, y los demás testigos sí. El protagonista es narrado por otros que se convierten por tanto en protagonistas. En segundo lugar, me parecía atractivo analizar cómo somos distintas personas según quién nos recuerda y dónde. Esa capacidad para ser múltiples personajes que todos tenemos, esa especie de pulsión Pessoa. Me interesaba mucho abarcar la vida entera de un personaje longevo y ver las distintas maneras que tiene de enamorarse, desde su primer amor hasta su último amor otoñal. Es también la novela de la ruptura, lo que de nuevo nos devuelve al kintsugi, qué se hace con esa fractura, ¿se olvida, se niega, se aprende ella, se repite, se omite? Me parecía un desafío muy estimulante alternar el narrador omnisciente que va siguiendo al personaje masculino con cuatro monólogos largos de cuatro mujeres con caracteres culturas e idiomas diferentes.

-¿En quién se inspiró para crear el personaje del señor Watanabe?

-Es un personaje imaginario inspirado en un grupo de personajes reales, los dobles hibakusha, es decir los pocos supervivientes de las dos bombas atómicas, de Hiroshima y Nagasaki. Me fascinaba plantearme qué clase de conciencia de la mortalidad y de la identidad puede tener alguien que debería haber muerto, pero ha sobrevivido a dos exterminios y ha perdido a toda su familia. Qué hace con su vida, en qué clase de fantasma se convierte.

-A sus 41 años tiene ya una obra muy extensa. ¿Qué es para usted la literatura?

-Llevo toda la vida escribiendo, desde que tengo memoria, y 20 años publicando. La literatura es la mejor manera de darme cuenta de que estoy vivo. Muchas veces no nos damos cuenta de que vamos a morir, de qué es lo importante y, de pronto, cuando lees o escribes el tiempo se adensa, se detiene y uno vuelve a ser consciente de quién es y dónde está. Como esa sensación es tan gratificante y reparadora he terminado desarrollando una adicción, como si de una droga se tratase, de manera que cuando no estoy leyendo ni escribiendo me pierdo, no siento que vuelvo a la vida sino que me olvido de ella y la recuerdo cuando abro un libro propio o ajeno.