«María Magdalena», la apóstol de los apóstoles

eduardo galán blanco

CULTURA

El joven director de Lion, «Garth David», pone las cosas en su sitio en una revisión neorrealista, a lo Pasolini, que encabezan Rooney Mara y Joaquin Phoenix

18 mar 2018 . Actualizado a las 11:31 h.

Para los viejos cinéfilos, que vivimos la Semana Santa a golpe de tambor, con los cines haciéndonos la Pascua, velando por nuestra integridad espiritual en exclusivos ciclos bíblicos donde Charlton Heston corría en cuadriga o Rita Hayworth ejecutaba la danza de los siete velos, María Magdalena era una redimida pecadora de la pradera o, más bien, del desierto. Por decisión del papa Gregorio I, la Historia Sagrada oficial quiso confundir a la discípula de Jesucristo con otras figuras de pelaje babilónico, como escarmiento patriarcal de mujeres no sumisas.

Y así, en el cine y la televisión, la de Magdala tuvo atractivos físicos de lo más variopinto; una nómina ecléctica a más no poder que se presta a cachondeo: Yvonne de Carlo, Anne Bancroft, Carmencita Sevilla, Yvonne Elliman, Ornella Mutti, Ángela Molina, Paz Vega, María Botto, Maria Grazia Cucinotta o Monica Bellucci. Todas Magdalenas nada proustianas, de mal vivir. Incluida la carnal Barbara Hershey de Scorsese que con su Última tentación de Cristo la lio parda.

Y ahora viene el joven director de Lion y pone las cosas en su sitio, en una revisión neorrealista, a lo Pasolini o Rossellini. Se nos muestra a María Magdalena como el décimo tercer de los apóstoles de Jesús, confidente y conexión mental del hacedor de milagros. Se le borra el rol de prostituta a una heroína que asume con armonía la teología del amor y la paz frente a sus doce beligerantes compañeros. Una mujer distinta a la que, claro, le quieren practicar exorcismos.

Rooney Mara, uno de los rostros más extraños del Hollywood actual -Lisbeth Salander, Tiger Lilly, amor de perdición de Cate Blanchett en Carol-, asume que la quietud marmórea y el brillo de porcelana de su faz son pura espiritualidad estática. Y Joaquin Phoenix da un Cristo hippie, dubitativo, reconcentrado, poco probable, sin duda, pero que oferta un ameno festival pasota. Son hermosos los paisajes polvorientos atravesados por la luz de la hora mágica o la dirección artística hecha de mil texturas de lino. Y Matera, escenario de decenas de películas bíblicas, aparece apabullante en su grandeza de ciudad cueva. Sí, pero, tras tanta belleza, hay bastante menos de lo que esperábamos. Y algo de tedio con empanada.