«El insulto», una simple tubería como mecha

Miguel Anxo Fernández

CULTURA

Hay una sensación de verismo en el retrato social que aquí hace Ziad Doueiri, como si su intención última fuera la de convencer a sus ciudadanos sobre el peligroso juego de las emociones forzadas al límite

19 mar 2018 . Actualizado a las 08:09 h.

Entremezcla dos planos temáticos y paralelos hasta fusionarlos, redondeando El insulto como un filme notable, cuya moralidad, pese a desarrollarse en un ambiente geopolítico concreto, es de una inteligente universalidad. Tenemos a dos vecinos de una calle de Beirut, enfrentados por una simple tubería, uno es cristiano y odia a los palestinos; otro es palestino y quizá padezca del mal contrario. Ambos arrastran a dos víctimas colaterales: sus respectivas esposas. Lo que arranca como una anécdota cotidiana acabará en los tribunales bajo la tensa situación del entorno, sobredimensionando un problema hasta el punto que la productora inserta un rótulo inicial advirtiendo de que el Gobierno libanés se queda al margen de las opiniones vertidas. Da lo mismo, intuimos que se trata de una convención diplomática, pues de sobra apreciamos que el guion remueve una herida casi ancestral...

Lo que hace el libanés Ziad Doueiri -que ya en el 2012 ofreció la muy notable El atentado, otra vez reluciendo las miserias del conflicto de Oriente Medio- es jugar con los resortes del drama en base a una factura irreprochable -se formó entre EE.UU. y Francia, país muy implicado en el cine de esa zona- para derivarlos hacia la reflexión.

Hay tensión, hay ritmo y hay una sensación de verismo en el retrato social que acrecienta sus valores incluso como cine político, como si su intención última fuera la de convencer a sus ciudadanos sobre el peligroso juego de las emociones forzadas al límite. La tubería solo es el detonante. Uno tiene la sensación de que habría podido ser cualquier otra cosa, porque la violencia se palpa en el ambiente. Y de ahí un repaso a los silencios forzados y las complicidades que ocultan vergüenzas históricas vinculadas al pasado del propio Líbano, realmente un polvorín. Si llegó a finalista al Óscar en la categoría de habla no inglesa, logrando para su protagonista la Volpi en Venecia, el premio del público en la pasada Seminci, y otros galardones a mayores, es porque sus imágenes transpiran verdad y, quizá, esbozan una puerta abierta a la concordia.