«Me gustaría haber escrito una novela que se escucha mientras se lee»

Xurde Prendes

CULTURA

Tomás Sánchez Santiago
Tomás Sánchez Santiago

El poeta Tomás Sánchez Santiago está en Oviedo para presentar en la Librería Cervantes su nueva novela «Años de mayor cuantía»

12 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) acaba de jubilarse como profesor de Lengua y Literatura en un instituto de bachillerato en León. Muchos de sus alumnos ya lo añoran. Más de uno lo parará por las calles del Barrio Húmero leonés para recordarle que encontraron en él a un hombre de bien que ejerció el magisterio de la vida, más allá de los manuales académicos, y que hizo de la enseñanza un servicio a sus conciudadanos, fuese cual fuese su condición social, económica o personal. Ese mismo ciudadano es el Tomás Sánchez Santiago poeta, ensayista y narrador. Autor de un buen puñado de libros, entre ellos Calle Feria (2007), premio de novela Ciudad de Salamanca, un relato capital de la narrativa española de los últimos años en la que se abren las puertas al sentir universal desde las aceras de lo minúsculo, de lo local, como es propio de toda la literatura con mayúsculas.  

Tomás Sánchez Santiago está hoy en Oviedo para presentar, a las 19,00 horas en la Librería Cervantes, su nueva novela, Años de mayor cuantía (Eolas, 2018). Lo hará acompañado del periodista y narrador asturiano Miguel Barredo, quien calificó su obra de «tratado heterodoxo de historia urbana, un compendio de narraciones orales, una galería de personajes estrafalarios y entrañables, una colección de estampas que pueden transitar entre el construmbrismo y el surrealismo».

-En la introducción de Años de mayor cuantía usted habla de que es un libro a caballo entre la memoria y la fabulación. Parece que repite el esquema de Calle Feria

-En realidad, este libro es un juego más amplio de intersecciones donde caben las memorias, lo narrativo, el ensayo y, quisiera creer, una base común no muy alejada de la lengua poética. Así que, claro, hay mucha memoria y a la vez mucha imaginación. Lo recordado y lo desmandado se suceden en Años de mayor cuantía.

-¿Y vuelve a estar presente la atmósfera de Calle Feria?

-Inevitablemente, sí. Ese mundo me ha quedado ovillado dentro. Es el mundo que vi, en el que crecí hasta acabar de ser lo que hoy puedo ser. En ese sentido, aquel microcosmos de una calle comercial sigue hirviendo dentro de mí. Y está presente en este libro por derecho propio. Y no solo en este libro, según sospecho.

-¿Cuál es la génesis de Años de mayor cuantía? Usted dijo alguna vez que ya tenía edad de escribir algo parecido a sus memorias.

-Sí, pero yo desconfío de las memorias como género. Quien fía todo a su memoria para contarlo está falsificando algo de sí mismo. Y eso es peligroso. No tiene sentido pretender que lo recordado garantice la verdad de lo que se está contando. Por eso, este libro es pura ficción aunque hechos y escenas de hace 20, 30 o 50 años sean ciertas, pasadas por el tamiz dudoso de los años, que todo lo embarullan. Mejor entonces acudir a la soberanía de lo supuesto, de lo imaginado, que es desde luego el territorio de la libertad.

-En último término, dice usted, este libro habla de la configuración de un carácter.

-Eso sí ha sido deliberado. Explicar por qué he llegado a ser cómo soy. Achacarlo a sucesos de mi vida que, fueran así o no, me fueron constituyendo como persona. Cada uno de los relatos de este libro lleva a modo de divisa una especie de subtítulo: el miedo, la compasión, la identidad, el azar, la voz… Esos conceptos sí son, me parece, formantes mayores en mí. Y pudieron tener como motivo episodios que siguen bullendo en lo oscuro de mi memoria. Aquel buey huido que me embistió cuando yo tenía seis años, la vez que llegué a Madrid con 10 años, de la mano de mi padre, y me escapé para sentirme libre… En fin, como la de todo el mundo, mi vida es un puzzle de experiencias que, sin suponerlo, me condicionaron.

-A eso parece referirse el propio título del libro.

-Eso es. Pero es que yo estoy convencido de eso, de que en la vida de cualquiera pesan más las cosas que parecían destinadas a no rasguñarnos apenas que los sucesos de envergadura que figuran en los álbumes de fotos donde pretendemos encerrar, digámoslo así, nuestra vida oficial. Ocurre igual con las personas: un profesor, un antiguo amigo con el que pudimos tener una relación fugaz y ocasional, un familiar secundario… Cualquiera de ellos de pronto un día te dijo algo, te habló de algo que funcionó sin saberlo entonces como detonante de un carácter. La vida se rige por esas minúsculas primordiales.

-En el caso de Calle Feria, usted decía que todo lo originó un relato escrito al hilo de unos sucesos reales que usted pretendió conjurar así, escribiéndolos. ¿Ahora ha sucedido lo mismo?

-No, claro. Pero tampoco tuve conciencia nunca de necesitar escribir una narración lineal. Más bien me iban asaltando esas escenas dispersas que yo trataba de resolver así: rememorándolas e inventando sin prejuicios todo lo que necesitaba para contar aquello con suficiencia. Al menos, con suficiencia para mí.

-Su manera de narrar parece acercarlo a eso que dan en llamar la novela lírica.

-Pues no me gustaría. No creo en la novela lírica. Los poetas suelen ser malos narradores cuando se ponen a escribir en ese registro, seguramente porque pesan cada palabra y pierden esa necesidad de fluencia que exige una novela o un relato. Lo que yo he intentado es acercar el libro al registro conversacional. Que quien lea esté oyendo eso también. En esto me atengo a aquello que Juan Ramón Jiménez dijo alguna vez: «Hay que escribir como se habla, no hay que escribir como se escribe».

-Pero sí vuelve a haber eso que alguien definió hablando de usted como «la alegría de las palabras».

-Vuelvo a remitirme al hechizo de las palabras oídas por mí en aquella pequeña tienda zamorana de la calle Feria. Yo era feliz entre aquellos zapateros, escuchando su tráfico de palabras. Tenía entonces una especial excitación verbal -voy a decirlo así- que me dejaba pegado del todo a algunas palabras oídas. Eso lo cuento ahora con más calma, en un relato muy largo -eso que se llamaba antes una nouvelle- donde explico lo que me sucedía mientras corría. Yo era un modesto atleta colegial. Y cuando entrenaba cada tarde dando vueltas a un estadio, resistía porque me iba haciendo sonar dentro de mí una palabra que me había seducido simplemente por su sonido. Eso tan raro pero tan especial. Y creo que todo sigue vivo de ese modo dentro de mí. Hay expresiones maravillosas e imposibles que todos utilizamos sin detenernos en ellas y que a mí me encienden por dentro: expresiones como «cuando menos», «a pies juntillas», «de vez en cuando», «a duras penas»… Ahora que lo pienso, creo que son también expresiones de mayor cuantía.