Miró: un artista de esculturas de «un mundo aparte»

núria martínez SANTANDER / E. LA VOZ

CULTURA

belen de benito

El Centro Botín repasa su carrera a través de más de cien piezas

11 abr 2018 . Actualizado a las 08:18 h.

Más conocido por su pintura que por su escultura, la exposición Joan Miró: Esculturas 1928-1982 del Centro Botín de Santander demuestra que el artista catalán era superlativo en todos los campos. Hasta el 2 de septiembre, la muestra enseña los principales trabajos escultóricos de Miró y su proceso creativo, con su sello alejado de los cánones tradicionales. Aunque no sea experto en la obra escultórica de Miró, el visitante entenderá rápidamente el estilo del artista con la primera obra de la sala. Con una dimensión considerable, Personnage (1974), muestra, con algunos de los colores tradicionales de Miró, cómo una pinza de ropa se convierte en el cuerpo de un personaje gigante. Unos metros más allá, el visitante encontrará su primera gran obra monumental, Oiseau solaire (1966), junto a muchas obras pequeñas, desconocidas para el gran público.

La exposición reúne más de un centenar de esculturas y objetos originales -muchos de ellos inéditos-, además de bocetos, fotografías y vídeos. En todas ellas destacan la variedad -y dificultad- de materiales que utiliza: hierro, bronce, madera, pintura, fibras de vidrio, poliuretano o resinas sintéticas. «La obra mironiana es muy diversa: incluye diferentes tendencias con materiales diversos», apunta la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona (UB) Lourdes Cirlot, que considera que «amplía el mundo escultórico del siglo XX». Según Cirlot, Miró tiene «un lenguaje propio, muy esquemático y figurativo, en el que siempre hay una referencia a la realidad».

El propio Miró explicaba el carácter de sus esculturas: «Construirme un gran taller, lleno de esculturas; que se produzca una fortísima impresión de encontrarse en un mundo nuevo», escribió durante esos años Miró, que añadió que las esculturas deben parecer monstruos vivientes en el taller, un mundo aparte». La exposición demuestra que, sin duda, lo consiguió.

A lo largo de la muestra, se puede observar que la gran mayoría de obras de la exposición emulan una mujer con un pájaro -como la famosa escultura del pintor en Barcelona-. También que muchas de las figuras tienen un tamaño considerable. «Las esculturas tienen relación con la antropología, con el carácter del ser humano que está delante de los animales, con los que tiene grandes afinidades», apunta la catedrática, que recuerda que Miró trata muchos temas «con los que el hombre conecta con la naturaleza». Animales y personas aparte, también sorprenden la cantidad de objetos de la vida cotidiana que muestra a lo largo de toda la exposición: jabones, una figura de un pavo de un belén navideño o un silbato, entre otros. «La obra de Miró trata el objeto cuotidiano con carácter simbólico», explica Cirlot, que recuerda que no lo hace como los dadaístas que, «buscaban descontextualizar el objeto».

Para el seguidor del Miró pintor (más que del Miró escultor), su parte favorita de la exposición será la última, en la que se exponen las grandes piezas en color del artista. En una sala con vistas directas al mar Cantábrico, el visitante se encuentra figuras de colores verde, azul, rojo, amarillo o negro, que representan traslaciones de la tierra, de la luz y del sol. Destaca Jeune fille s’évadant, (1967), con una altura de casi de 1,70 metros, de bronce pintado, o Femme et oiseau (1965), de 2,60 metros de altura, entre otras esculturas. Para la catedrática, «Miró es uno de los hombres más grandes del mundo del arte del siglo XX» y «un pintor que nunca se cansa de inventar». «Cuando crees que ya lo has visto todo, te encuentras con otra que no habías visto nunca», concluye.