Mercury Rev desnudan su «Deserter's Songs» para abrir el Gijón Sound Festival

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Un cristalino concierto entreverado de recuerdos, confesiones y versiones revivió en formato mínimo la génesis del legendario álbum en su vigésimo aniversario

13 abr 2018 . Actualizado a las 10:13 h.

Deserter's Songs, la obra capital de Mercury Rev, tuvo no poco de revelación para muchos de los desnortados oyentes de finales de los noventa. Otra cosa era saber qué revelaba. El álbum de 1998 de los neoyorquinos -inesperado para sus seguidores quizá incluso menos que para ellos mismos- abrió una extraña y maravillosa brecha en el tejido espaciotemporal de un indie confuso y un poco hastiado a aquellas alturas, tanto para sus emisores como para sus receptores. De aquella grieta radiante brotó (o en su interior descubrimos) una constelación de canciones absolutamente inclasificables; un tesoro de melodías casi pueriles cantadas con voz de elfo oscuro por Jonathan Donahue y envueltas en una delicada tempestad de orquestaciones y ruido por fin domesticado por Dave Friedman, quizá el productor más relevante del cambio de milenio. Muchos nos enamoramos entonces de aquella dulce y lisérgica rareza. Y así seguimos veinte años después, cuando la banda ha decidido que es momento de hacer una gira de cámara para conmemorar casi a escala doméstica aquel hito. De ahí la media de edad, relativamente alta, anoche en la Sala Albéniz, en una excelente apertura del Gijón Sound Festival en la que el núcleo motor de Mercury Rev -Donahue y el guitarrista Sean Mackowiak, Grasshopper- con el único apoyo de un teclista, protagonizaron una conmovedora sesión de restauración, psicodrama, autobiografía, making-of, arqueología musical y striptease creativo que, al menos al que suscribe, le sirvió para desvelar una parte del misterio Deserter's songs. Aquello era en realidad un musical en algún Broadway de un universo paralelo. O, al menos, una colección de fragmentos del posible libreto de un musical para niños de otro mundo que jamás llegaría a ponerse en escena.

La revelación advino al final del precioso concierto de anoche, cuando -después de haber repasado casi por completo el álbum y versioneado canciones de grupos de la familia como The Flaming Lips y Sparklehorse- un Donahue ataviado como un deshollinador loco en una Mary Poppins alternativa, gorra hanseática incluida, soltó la acústica e interpretó con gran lujo de visajes y despliegue teatral el segundo bis; irónicamente, no una canción del Deserter's Songs sino de su sucesor, All is dream: la arrebatada The dark is rising desprovista de toda su bondesque fanfarria orquestal. En música, incluso solo con un piano, una voz y unos dibujos de guitarra, un trallazo melodramático de ese calibre solo lo puede servir una de las piezas centrales de un buen musical. Uno muy bien pensado. Y a esa luz, todo lo anterior también cobró sentido: lo que fue cayendo poco a poco para delicia del público fue una colección de inspiradas piezas del mismo género; el relato musical perfecto para la historia de un grupo en ascenso, unos campeones del bello ruidismo que llevan dos álbumes muy bien recibidos a las espaldas, pero que pronto se ve desnortado, deprimido, sin dinero y sin expectativas, y que en ese estado de postración compone sus canciones en un ático neoyorquino con miedo de despertar a los vecinos. Un grupo al borde de la extinción que, cuando lo cree todo perdido, encuentra una inesperada redención en esas mismas composiciones. La historia perfecta para un buen libreto.

Jonathan Donahue y Grasshopper, de Mercury Rev, durante su actuación en el Gijón Sound Festival
Jonathan Donahue y Grasshopper, de Mercury Rev, durante su actuación en el Gijón Sound Festival Paula Fernández

Canciones y confidencias

Todo ello lo narró Jonathan Donahue en tono de confidencia entre canción y canción. No importó que se explayara a sus anchas. Asumíamos que estaban allí para contarnos su vida (y un poco de la nuestra hace veinte años). La primera parte de la hora y tres cuartos de velada fue casi un documental en directo sobre la creación de Deserter's Songs ilustrado con las canciones del disco. Pero las canciones en una encarnadura (o desencarnadura) que repite dos décadas después el sencillo formato en el que fueron creadas, antes de su rica producción. Algo parecido a lo que hizo Paddy MacAloon al restituir la esencia del Steve McQueen de Prefab Sprout 25 años después en acústico para reivindicar la pureza de sus composiciones por debajo de la sobreproducción de Thomas Dolby, pero sin ese componente de reivindicación. Era algo más bien sentimental, confesional. Y así fue escuchado y recibido.

El concierto de anoche fue exactamente eso: un «cerrar el círculo» -dijo Donahue- de vuelta a la génesis del álbum. Para un grupo caracterizado o por la distorsión y el ruido o por la suntuosidad orquestal, el concierto fue puro cristal bruñido: melodía, limpieza, el cuasifalsete del neoyorquino de los ojos alternativamente soñolientos y enloquecidos con una voz en forma más que aceptable, e incluso excelente por momentos; unos arreglos sobrios pero con picos de pura atmósfera e intensidad debidos en buena parte a los buenos oficios eléctricos de un inmaculado Grashopper y un álbum de emociones ya veinteañeras que consiguen erizar el vello todavía. Quizá por otros motivos que los de entonces, pero también literalmente. Difícil decidirse por una revisión: la casi irreconocible de puro desvestida The funny bird que abrió la noche, el Tonite it shows con la armónica de Grasshopper, la magia de nana cósmica de Holes, una impecable Endlessly y la comunión entre público y mercurianos en las dos piezas más poperas de su historia: las irresistibles Goddess on a hiway y Hudson Line.

Y lo más importante: al final, el musical acaba bien. El grupo pobre y desnortado recupera el rumbo casi de milagro y triunfa más que nunca, y veinte años después mete a unos cuantos cientos de seguidores decorosamente entusiasmados en una lejana sala de una ciudad más bien pequeña. La visión de los músicos al final del concierto de vuelta al planeta Tierra, vendiendo su merchandising con grandes sonrisas y la imagen de Jonathan Donahue arrastrando su trolley de un marciano azul celeste le dan categoría humana a la proeza. La misma que tuvo el concierto y que, así, sin adornos, lucen también las piezas del libreto. Felices veinte.

Un momento de la actuación de Mercury Rev en el Gijón Sound Festival
Un momento de la actuación de Mercury Rev en el Gijón Sound Festival Paula Fernández