Sábado en el Gijón Sound Festival: música de cañerias

Paula Fernández GIJÓN

CULTURA

Crónica de la intensa noche grande del festival, en el que la palabra se convirtió en vía de escape y poesía rota de presente

15 abr 2018 . Actualizado a las 22:01 h.

Ayer nos dimos una buena sesión de música visceral hecha desde abajo y desde dentro. Música hecha con artesanía, con dolor, con sangre y con un día a día que no arde pero te quema. No estuvimos viendo a Paco Ibáñez que tocaba ayer en La Felguera, recordando y homenajeando a la República, ni estuvimos en ningún evento de canción protesta de la Transición con algún otro de los grandes. Sin embargo, y recordando durante todo el día de ayer lo que nos queda por hacer, a los que lo intentaron, y desde luego otra manera de organización, servidora atendió unos conciertos con un denominador común: la palabra como vía de escape, como poesía rota de presente, como válvula de escape y revulsivo de luz.

Tras un Gijón soleadísimo, cayó la noche muy poco a poco. En el Musaeum -preciosamente retomado por dos chicos que le han dado un cambio de cara absoluta al mismo espacio, y en el que últimamente son habituales los conciertos tanto de vermú en acústico en la parte de arriba, como en eléctrico, en la sala de la parte de abajo-, César Maltrago y los Atractores Extraños se preparaban para darnos su música, envuelta de realidad. El proyecto musical de banda de César Tamargo, con Ike a la batería, Javi al bajo, y Fran al teclado, desgajó entre un ambiente muy familiar su disco El guaje metíu dentro de un oriciu, autoeditado. César, al igual que su banda al completo, son habituales de la escena más underground de Gijón, por eso me hacía especial ilusión que formaran parte del festival.

La música de César necesita ser escuchada: poderosas letras que describen una vida humilde marinera sin grandes aspiraciones, atadas a la rutina de los días y a la neblina de monte que al fin y al cabo, nos define a algunas. Canta a la rabia, al amor, al día a día, y a la sal que nos cala hasta los pulmones.  Ya lo canta en uno de sus temas, eso de ‘enfermos de sal’… A veces rescata alguno de esos poetas prohibidos por pensar demasiado alto, y también algún poeta regional. Precisamente, un poco antes había estado el poeta David González con un recital, también dentro de la programación en El Bello Verano, desgajando sus poemas rotos y afónicos. David González y César Maltrago están trabajando juntos en un documental sobre el propio David, que pronto podremos ver en alguna pantalla grande. Camaleónico dentro de su estilo y apelando a la asturianía real y de la calle, César lleva su proyecto hacia delante desde hace muchos años, ya sea él solo y su guitarra, con violín, con cajón flamenco, o con banda al completo. César todavía tiene mucho que decirnos.

Noche de batalla

El Teatro Albéniz nos tenía reservada una noche bélica emocional. Una noche de batalla. Primero, Pablo Und Destruktion con la banda al completo. La música de Pablo me mata. Suena combativa, transmite rabia racional e irracional, rabia por lo que tenemos y por lo que no. Ira emocional que reivindica en todo momento la cultura popular y obrera, que es lo que nos une. La conciencia de clase humea en cada una de sus letras, y nos emociona cuando retoma clásicos como A la mar fui por naranjas, o incluso En el pozo María Luisa, que ayer no tuvimos ocasión de escuchar. Repasó casi todo: Predación, su último disco, editado con Sonido Muchacho y Gran Sol; Vigorexia Emocional (2015, Sonido Muchacho ? Gran Sol), Sangrín (2014, Discos Humeantes) y sonaron temas del lejano Animal con parachoques (2012, autoeditado), como la increíble Extranjera.

Pablo nos destruyó con cada tema. La banda, impecable. Todos con un montón de proyectos paralelos, unieron como siempre sus fuerzas, y brillaron, entre ruido, atmósfera, melodías imposibles, ecos de los alemanes Neubauten mezclados con la tonada asturiana y lo reivindicativo local, que es lo global. Sonaron temas que todos nos sabíamos casi de memoria. En muchos momentos de la actuación pidió silencio, el público estaba muy revoltoso. También se bajó del escenario, y atravesó un pasillo de gente entregada a sus palabras y movimientos. Hacía dos años que no tocaban en Gijón. Nos quedamos en el paroxismo de la idea hecha carne.

Los Sleaford Mods trajeron lo mínimo: dos cajas apiladas de cervezas para apoyar el portátil de Andrew Fearn y sus bases electrónicas, a veces casi raveras, y un micro para Jason Williamson. Los dos, y los gritos del público. Desde primera fila veíamos el sudor y la saliva de Jason golpeando cada palabra hablada. Es la visión de la workin' class del Reino Unido más alterado. ¿Punk electrónico hablado? Su etiqueta imposible, nos revolucionó a todos, con su minimalismo. Su arma solo fue la palabra, eso es lo que los hace grandes. Como me dijo un chico mientras los saltábamos: ‘No se puede hacer más con menos.’ Desde ahí abajo, Fearn se azotaba con la música y bebía cerveza, y reía. Williamson no paró un minuto de moverse, de hacer el bobo, de saltar, de empujar el aire. No paró. Y nosotros tampoco. Público entregadísimo y con enorme horizontalidad en lo que iba concurriendo. Ellos eran como uno más entre nosotros. Dejaron Tied up in Nottz para el finalísimo. Escupieron sus discos desde el 2013: cinco años de letras que apuntan con la mira a la situación política y social, a los recortes sociales, a lo banal, a lo sucio, a los bordillos que saben a salitre de fuera de los bares, a esos locales asquerosos de moqueta en el suelo donde se pega todo: la dignidad, el alcohol, la rabia del día de mierda en el trabajo de ocho a ocho.