Fernando Tejero: «Las redes sociales son hoy el pasamontañas de los cobardes»

CULTURA

El suyo con el teatro era un idilio predestinado. El actor interpreta (y coproduce) «La cantante calva», una obra cumbre de la dramaturgia del absurdo

27 abr 2018 . Actualizado a las 11:34 h.

Envenenado hasta los tuétanos. Así se reconoce Fernando Tejero (Córdoba, 1967) tras sus experiencias teatrales. En realidad la pasión le viene de joven. «No me hice actor por personajes de cine. Lo que de adolescente me despertó la fiebre por la interpretación fue el teatro», reconoce. Pero la profesión le llevó por otros caminos. Exitosos, sí, pero ajenos a las tablas. Hasta que por fin, en el 2010, tuvo lugar el predestinado encuentro. Y nada ha vuelto a ser igual en su vida profesional. En los últimos años ha desechado varios proyectos de cine y reconoce que hace televisión, en buena medida, para poder atraer a la gente joven al teatro y poder permitirse el lujo de coproducir funciones como la que hoy lo trae a Galicia, junto a Adriana Ozores, Joaquín Climent, Javier Pereira y Helena Lanza. La cantante calva es un texto de Eugène Ionesco sobre la incomunicación personal, estrenado en 1950 y considerado una obra cumbre del teatro del absurdo.

-Si el teatro le dice ven, lo deja todo.

-Bueno, todo no. Es cierto que el cine, como me ofrecen más de lo mismo, lo tengo aparcado. Pero en televisión me lo paso bien, me divierto y encima gano dinero para poder producir y hacer teatro que, hablando en plata, es lo que a mí me pone cachondo.

-¿Qué le sedujo de «La cantante calva» para involucrarse en el proyecto?

-Cuando leí el texto pensé «vaya viaje que tiene el Ionesco este». Pero adentrarse en la obra e ir descubriendo todo lo que esconde es fascinante. Para mí es una catarsis. Hay días que me da por reír, días que me da por llorar... Lo que sí, siempre me conmueve y me emociona. Y eso es lo que yo intento transmitir desde el escenario.

-Cuando iniciaron los ensayos el director les pidió que dibujasen en un papel cómo veían a sus personajes. ¿Cómo dibujó el suyo?

-Era un interrogante andando. Eso sí, con un look muy inglés, con bombín y bastón.

-¿Hay hoy algo más absurdo que la propia realidad?

-Posiblemente no. Y creo que deriva de la incapacidad que tenemos para escuchar al de al lado y para escucharnos a nosotros mismos.

-¿No le llama la atención que eso ocurra precisamente en la «era de la comunicación»?

-Es que la verdadera comunicación es la de mirarse a los ojos, la de sentirse, la de no dar la espalda al otro. No es la de enviar un Whatsapp ni la de la foto del Instagram. Esas lo que hacen es distraer la comunicación real. Seguramente porque la real, esa que nos enfrenta a los demás y a nosotros mismos, hoy nos da miedo. Pero, en fin, yo confío en que esto dé un vuelco y los seres humanos volvamos a entendernos y a comunicarnos.

-Las artes y la cultura siempre fueron una eficaz herramienta de comunicación...

-Sí, claro. Cuando dejan que eso pase. Pero a los gobiernos insensatos les interesa un país inculto.

-¿Cuál es hoy su sueño?

-Tener mi propia compañía de teatro. Y a lo mejor no estoy tan lejos de cumplirlo como parece.

-En estos tiempos de igualitarismo usted reclamó que igual que hay «grandes damas del teatro» también haya «grandes caballeros del teatro». ¿Aspira a serlo?

-[Se ríe] Es cierto. Yo nunca he oído decir de nadie que es un gran caballero del teatro. Un galán sí pero un gran caballero no. ¿Lo de serlo yo? No lo sé. A mí lo que me gustaría es seguir haciendo teatro mientras la vida me lo permita y en ese aspecto creo que voy por buen camino.

-La periodista Marta Jiménez lo definió como «el actor más ultrasensible de este país». ¿Lo es?

-Es posible que sí. No sé si el más, pero muy sensible sí que soy. Y me siento orgulloso de serlo porque gracias a eso tengo la oportunidad de sentir cosas que, aunque a veces duelan, me permiten disfrutar más y valorar más la vida.

-¿Hasta qué punto le importa lo que digan de usted?

-He aprendido a que no me importe. Las opiniones profesionales, por supuesto, las respeto porque mi trabajo es público. Pero cuando se metían con mi vida personal, sí que me afectaba. Las redes sociales pueden hacer muchísimo daño. Son el pasamontañas del cobarde. Cualquiera puede decir de ti lo que le dé la gana. Pero hoy ya no me afecta. Soy feliz como soy y no voy a reinventarme. El que me quiera así, bien, y el que no, también.

Yo nunca he oído decir de nadie que es un gran caballero del teatro

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