Eduardo Halfon: «Nuestro único patrimonio es nuestra historia, todo lo demás lo perdemos»

beatriz pérez BARCELONA / E. LA VOZ

CULTURA

jaime abascal

Uno de los autores latinoamericanos más destacados, el escritor guatemalteco se vale de la infancia para hablar de la identidad

03 may 2018 . Actualizado a las 07:45 h.

Entró en la literatura de manera tardía, a los 30 años, pero hoy es ya uno de los escritores latinoamericanos más destacados de su generación. Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), con 16 libros a sus espaldas, acaba de ganar el primer premio de las librerías de Navarra por su último libro, Duelo (Libros del Asteroide). En esta pequeña obra, el narrador, incumpliendo el mandato paterno de no escribir sobre su tío, comienza una investigación que lo lleva de regreso a algunos paisajes de su infancia y a indagar en los mecanismos de la construcción de la identidad.

-De nuevo su obsesión con la infancia. ¿Por qué?

-Siempre necesito volver a ella, empezar desde ahí. Siempre estoy hurgando en mi infancia. Los primeros diez años de una vida, que yo viví en Guatemala, son los que dejan las improntas más fuertes. Todo lo que vivimos en la infancia lo llevamos siempre con nosotros. Y la literatura para mí es volver a esas vivencias, a esas imágenes. No sé por qué lo hago; creo que la respuesta es más psicoanalítica que literaria.

-En «Duelo» escribe: «Ninguna historia es imperativa, ninguna historia necesaria, salvo aquellas que nos prohíben contar». ¿A usted le habían prohibido contar la historia de su tío, el niño Salomón, que murió ahogado en un lago?

-Sí. Y hay algo en lo prohibido que me atrae. Todo libro que he escrito lo he escrito con miedo. Sabía que Duelo no le caería muy bien a cierta gente, y así fue. Pero parte del trabajo de un escritor es luchar contra la censura.

-El propio título, una palabra polisémica, da pie a varias interpretaciones.

-Sí, hay muchos duelos. Es un título intraducible, perfecto en español porque significa, por lo menos, tres cosas: luto, combate -el duelo entre hermanos- y dolor. En la edición inglesa, lo tradujeron como mourning, que es luto, y pierde por tanto los otros significados.

-Su primer libro, reeditado en España el año pasado como «Saturno», es una carta de amor a un padre que podría ser el suyo, con un narrador que podría ser usted. No sentó muy bien en su familia.

-No. Es el berrinche de un hijo que le reprocha al padre su ausencia. Y mientras se dirige a él, le va hablando sobre el suicidio de ciertos escritores y la relación con sus padres. Poco a poco, el lector se da cuenta de que el padre está muerto. Es el llanto a un padre que ya no está de parte de un narrador que se acerca lentamente con el suicidio. Mi padre está vivo, por lo que el libro no es autobiográfico.

-Desde ahí usa usted la biografía como telón de fondo.

-Exacto. Solo como contexto, pues el drama es ficción. Sucede lo mismo en Duelo. Tras Saturno, la gente creyó que yo estaba cerca del suicidio y me querían ayudar. Esto me encantó, me encantó que la lectura fuera casi como la que hubiera hecho un niño. A partir de ahí, jugué más fuerte este juego y en mi segundo libro le di mi nombre al narrador.

-Después vino el libro de cuentos «El boxeador polaco», donde cuenta la historia de su abuelo, que estuvo en Auschwitz, algo que supo solo al final de su vida. ¿Cómo fue descubrir esta verdad?

-Siempre supimos que él había estado prisionero en campos, así que conocer esos detalles fue más literario que emocional. Para mí lo importante era literario, yo quería su historia para saber así cuál era mi historia, de dónde venía. Me sentí heredado en ese momento. Nuestro único patrimonio es nuestra historia, todo lo demás lo perdemos.

«Fui educado en la mudanza, en una constante diáspora»

Halfon se mudó con su familia de Guatemala a Estados Unidos a los 10 años y regresó a los 23. «Volví a Guatemala porque tenía que hacerlo, ya no tenía visa de estudios. Fue regresar a un país que apenas conocía, a una lengua que apenas hablaba y a una profesión que no era la mía. Estaba muy frustrado y desubicado, y no sé por qué en vez de ir un psicólogo decidí ir a la universidad a tomar unos cursos de filosofía. Al principio solo quería leer. La consecuencia de tanta lectura fue empezar a escribir dos o tres años después», recuerda.

-¿Cómo le marcó marcharse a EE.UU. con 10 años?

-Marca más a largo plazo. El cambio de lengua, el dejar a tus amigos, el dejar un mundo por otro... El volverte adaptable -porque no tienes opción- lo más pronto posible. Aprender inglés era vital. Salir del jardín y ver que tu mundo no era un barrio en Guatemala... Tu mundo se expande. Y yo fui educado en la mudanza, en una constante diáspora. En el hecho de no pertenecer.

-¿Fue ahí cuando nació ese sentimiento de arraigo tan presente en sus libros?

-Creo que lo tenía desde antes porque crecí en una familia judía en un país totalmente católico. Y creo que es una cosa muy judía el sentimiento de desarraigo, de no estar, de vivir siempre como flotando. Sí, a los 10 años me fui físicamente de Guatemala, pero en realidad nunca había estado.

-¿Hay en usted un sentimiento de supervivencia?

-Sí, claro. La lengua se vuelve el oxígeno para poder sobrevivir a un mundo tan hostil. Me sucedió al irme a EE.UU. y al volver, ya con 23 años, a Guatemala. El nomadismo también es sobrevivir. El tener la maleta hecha para estar preparados para salir corriendo. Es la sensación de que en cualquier momento me persiguen, de que en cualquier momento viene un dictador, un déspota nuevo y hay que huir.