Cine mayúsculo en Cannes con la fantasía italiana de Alicia Rohrwacher

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

ANNE-CHRISTINE POUJOULAT | Afp

Resurrección del realizador japonés Kore-eda en la familia de robaperas de «Shoplifters»

15 may 2018 . Actualizado a las 07:35 h.

De la italiana Alicia Rohrwacher se celebro mucho aquí hace 4 años Le meraviglie, que a mí me dejó frío. Me entusiasma, en cambio, su Lazzaro Felice visto ayer, un filme que desarrolla con un sentido de la libertad y del riesgo radicalmente insólitos una fábula entre lo mágico y lo social. Se toma su película una serie de licencias que se internan en el territorio de la narrativa mágica: un siervo de la gleba, un campesino inocente y esclavizado en un islote de la Lombardía, va abriendo rutas de fantasía que tienen mucho de los universos liberadores de Vittorio de Sica y de Frank Capra. Pero que construyen con personalidad genuina un espacio/tiempo en el cual es posible que el hombre no sea un lobo para el hombre, que la ingenuidad del buen salvaje de Rousseau se eleve como poética posible. Esta película mayúscula donde palpitan ecos de Milagro en Milán te genera euforia, te invita a creer aun en la bohemia entrópica, te atrapa y te catapulta hacia la transmutación. Es cine que te convierte en mejor persona y que rompe los esquemas, los corsés de un festival hasta ahora embuchado en la industria del triste posibilismo.

A Hirozaku Kore-eda le tengo más miedo que a la programación en horario infantil de Mediaset. Desde hace una década me torturan sus blandengues, mojigatas y alienantes familias biempensantes, sus niños como de cromo del Tigretón. Por eso celebro tanto su resurrección por las bravas en Shoplifters, que lo devuelve a sus tiempos de cineasta no domesticado en Nobody Knows y Still Walking. Esta nueva y anticonvencional familia del renacido Kore-eda es una oda a la subversión: una banda de pícaros que, en realidad, no tiene lazos de sangre, sino de picaresca, de unión de timadores intergeneracional, de robaperas entrañables que emparentan con la comedia de la edad de oro italiana de los 50. Y hay enorme sutileza en esa ambivalencia de intereses y afectos reales que hace que -esta vez sí- les tomes afecto a sus golferías de ladrones de bicicletas o de cañas de pescar incautos. El cebo de Shoplifters conviene picarlo porque te lleva a la cesta de un cine de renovado talento de un autor que parecía amortizado.

Nicolas Cage se ha ganado a pulso ser en sí mismo un subgénero. Después de su hundimiento en el descrédito actoral, ha sabido reinventarse como figura trash de culto súbito. Su figura de histrión psicotrónico se celebra en las butacas con un fervor que para sí quisiera la aristocracia de Hollywood. De esa veta de la serie B (o C o Z) nace la hipnótica Mandy. Es cine de terror con efluvios de azufre y LSD, una atmósfera de rojo infernal en que Cage, en show unipersonal, combate a un satánico ejército de las tinieblas que es cóctel explosivo de Sam Raimi y Darío Argento, de Clive Barker y Charles Manson, de La matanza de Texas y Hellraiser. En ella, hay una secuencia, la de Cage desencadenado, trasegando vodka a gritos sentado en el retrete, que promete ser icónica. Mandy es ya un hito en la subcultura montaraz de adoración hacia este hombre del saco renacido, este tetrarca del autoparódico colocón de adrenalina berreante.

Un violento y creativo asesino en serie

Tras aquel penoso escándalo hitleriano durante la rueda de prensa de su filme Melancolía, y siete años de ausencia, el danés Lars von Trier regresa discretamente indultado al Festival de Cannes con su película The House That Jack Built. Se trata de un violento thriller de terror psicológico que se vio ayer fuera de la competición oficial -y esta vez sin mediar conferencia de prensa- y que cuenta en el elenco con Matt Dillon, Uma Thurman, Bruno Ganz, Sofie Gråbøl y Siobhan Fallon. Dillon encarna a un asesino en serie de imaginativos métodos. El largometraje está ambientado en el Washington de las décadas de los 70 y 80 y abarca alrededor de doce años. Von Trier narra la historia desde el punto de vista de Jack y se centra en cómo se convierte en un asesino que intenta crear su «gran obra de arte» al tiempo que la policía cerca sus pasos.