«Vox Lux», el cine de detonación con el terrorismo del siglo XXI llega a Venecia

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

ALBERTO PIZZOLI | afp

Henckel vuelve en «Obra sin autor» a la Alemania fracturada que le valió el Óscar

05 sep 2018 . Actualizado a las 08:15 h.

Es tabú en el cine reciente -si exceptuamos la minusvalorada y ya maldita Nocturama, cinta de Bertrand Bonello- el tratamiento de la guerra globalizada de este siglo, el terrorismo de masas. Brady Corbet -debutó en el Lido en el 2016 con The Childhood of a Leader, su personalísima puesta en escena de cómo el fascismo se incubó en Europa hace un siglo- lo aborda con singularidad atronadora en Vox Lux, que arranca con un estallido heredero del Elephant de Gus van Sant, el del pánico en las aulas.

Y atraviesa Corbet el atentado de las Torres Gemelas y una acción armada de ficción en tiempo presente, la masacre en una playa croata. El miedo pánico a esta violencia persigue a su protagonista, una niña gravemente herida en el primer atentado, adolescente en el momento del 11-S y adulta estrella del pop cuando vemos a los terroristas ametrallar en vivo la arena dálmata, con caretas que reproducen la imagen de una de sus giras musicales.

Corbet establece insana relación entre las detonaciones devenidas acontecimiento mediático y el nacimiento de una celebrity involuntaria. Esa cría de high school y cuerpo demediado por la AK-47 compone un himno sentimental que se convierte en hit. Y ahí explota como figura pop prematura, primero patito feo y vulnerable. Y más tarde -cuando Vox Lux inicia su segundo tiempo, ya con Natalie Portman como cisne negro-, como víctima del terrorismo erigida en monstruo egocéntrico. Corbet hace que los ecos de esta ruta por la violencia global reverberen en el progresivo envenenamiento mediático de la víctima convertida en diva.

La voz de Dafoe

En ese pasaje tenebroso -con Portman junto a Jude Law y Stacy Martin- a través de los cuerpos zaheridos de por vida, del trauma supurado en cocaína y alcohol, del vértigo desasosegante que asemeja el terrorismo a una performance pop, nos conduce Vox Lux con el fraseo en off de Willem Dafoe que remite a la del deus ex machina Max Von Sydow en la Europa de Lars von Trier. No todo el puzle tanático termina de encajar en sus niveles de lectura. Pero posee Vox Lux esa capacidad resonante para permanecer en tu memoria y quedar adherida a la violencia de masas inevitable que hemos conocido y que seguirá repercutiendo sobre nuestra piel o nuestro almario.

En Obra sin autor, Florian Henckel reedita la fórmula que le llevó a construir uno de los fenómenos emotivos del cine europeo de la pasada década, La vida de los otros. Es muy probable que con esta nueva cinta vuelva a ganar el Óscar. Se articula sobre un bien calculado andamiaje narrativo que armoniza una historia de amor y otra de luto. Y hace que ambas transiten por los cascotes del nazismo y del estalinismo, por las dos alemanias, por elementos de tragedia, abortos y nuevas vidas, por un malvado de una sola pieza. Y algunos de esos resortes de guion tocan la fibra del patio de butacas y aquí provocaron que la sala Dársena casi se derrumbase en ovaciones.

También estaba a concurso, sin que sepamos por qué, la argentina Acusada, con Leonardo Sbaraglia. Es cine trucho. Y además una estafa porque plantea un whodunit (la historia basada obsesivamente en generar la intriga de quién es el asesino) para que se decida aleatoriamente que nos quedemos sin conocer al culpable. Bueno, sí: culpables rampantes son el director, sus guionistas, el productor del bodrio. Que nos devuelvan la plata.