«Los carapijos son al final los que dominan la tierra; son el mal»

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Jorge 'Ilegales' Martínez
Jorge 'Ilegales' Martínez Tomás Mugueta

Jorge Martínez y su banda, Ilegales, publican hoy «¡Rebelión!», su undécimo álbum, cuya gira se inicia en la sala Albéniz de Gijón el 24 de noviembre

28 sep 2018 . Actualizado a las 11:28 h.

La efigie del protagonista de la primera gran rebelión, Lucifer -pero un Lucifer como Ángel Caído, tal y como luce en la estatua del Retiro madrileño obra de Ricardo Bellver- es el mascarón de proa del nuevo álbum de Ilegales. ¡Rebelión!, el undécimo disco de la banda de rock asturiana, que ve hoy la luz después de dos adelantos en forma de sencillo. Jorge Martínez, cerebro, músculo y lengua de la muy bregada formación, emprende pluma en ristre en Madrid una primera turné de firma de discos (el sábado, 29, en la FNAC de Intu Astur, Oviedo, 19,00) que el 24 de noviembre se convertirá en gira, ya guitarra en mano, con la gijonesa Sala Albéniz como punto de arranque. La colección anticipada por Si no luchas te matas y Mi amigo Omar -una toma de partido beligerante por el derecho a ser homosexual sin necesidad de militancias- reúne diez canciones apretadas, aceleradas y densas de rock quintaesenciado con letras alérgicas a cualquier banalidad y lugar común. Con los sesenta bien rebasados, su autor sigue demostrando la rara cualidad de ser uno de esos entrevistados cuyo discurso, tan veloz e incendiario como sus letras, no necesita que se le edite ni una coma de lo (mucho) que dice.

-Empecemos por lo obvio: Rebelión. ¿Contra quién o a favor de qué, en su caso?

-Rebelión se ha convertido en una palabra maldita de manera injusta. La rebelión es necesaria. Y cuando venimos de una estafa disfrazada de crisis y en la que los que han creado la crisis resultan ser los mayores beneficiados a costa de los derechos laborales, del derecho a la educación, del derecho a la sanidad… en fin, a costa en definitiva del estado del bienestar, sí que es necesario, incluso imprescindible rebelarse.

-¿Rebelarse como actitud, como forma de estar en el mundo?

-La mansedumbre es altamente peligrosa y lleva a la muerte a la gente. Nos devorarían. Se llegó incluso a plantear que la educación o la sanidad sean de pago, padecemos una ley mordaza, la libertad de expresión ha sido cercenada de manera inexplicable. No sé cómo hemos tolerado eso. Por pura mansedumbre. Y los artistas estamos obligados a rebelarnos, a no intentar contentar a todo el mundo y caer bien a todo el mundo y ser politicamente correctos. Nuestra obligación es rebelarnos y ampliar las fronteras de libertad de todo un pueblo. En el momento en el que no transgredimos y no vamos más allá de esas fronteras, las libertades se van encogiendo. Y gran parte de la culpa la tenemos nosotros.

 -Vi un directo de Ilegales por primera vez en Valencia, en 1983. Y visto en retrospectiva parece que, con toda la carga de subversión que descargaba el grupo, en aquel contexto, en aquel momento, no era tan necesaria, tan urgente como ahora... ¿Es así? ¿Hemos ido a peor?

-Hemos ido a peor, es verdad. Aquel momento de esperanza de finales de los 70 y principios de los 80, en el que existía una libertad de expresión realmente amplia a pesar de que viniésemos de donde veníamos, se ha restringido considerablemente. Hay toda una generación muy preparada que se ha tenido que ir. El anterior Gobierno ha sido muy eficaz a la hora de crear un país de pobres en el que toda la 'inteligencia' se tiene que ir. Los sueldos se han ido abajo en el que son más ricos ellos y sus amigos, y estamos rozando las mismas estructuras que los países tercermundistas. El retroceso ha sido clarísimo desde el 83 ahora. No hay color. En el 83 podíamos tener esperanzas y las cosas fueron mejorando, pero en los últimos años todo el estado del bienestar no es que se haya derrumbado: lo han socavado y ha desaparecido. Es el momento de rebelarse. Si no luchas, te matas. Si no luchas, te haces daño. Lo que dice la canción es así.

-¿Es verdad que la canción te vino en una manifestación en México DF?

-Sí está basada en lo que escuché en el DF y en la versión más cruda del himno carlista de Oriamendi: es llevarle la contraria al himno. ¿Cómo que «por Dios, por la patria y el rey murieron nuestros padres» y que «por Dios, por la patria y el rey moriremos nosotros también?» ¡Qué va! ¡De ninguna manera!

-Es una canción claramente política. Un himno de rebelión.

-Ilegales siempre han sido muy politicos. Es un grupo que, ya desde su nacimiento, carece de ingenuidad. En lo que no cae es en la canción que se puede confundir con un panfleto: no es un panfleto. Es una visión un poco historicista, otra cosa. Es como Tiempos nuevos, tiempos salvajes, solo que esta, por los tiempos en que se compuso, era quizá más esperanzadora. En aquel momento intentábamos expandir más las libertades existentes; en este momento, estamos intentando recuperarlas. Esa es la gran diferencia. Porque las hemos perdido, y las hemos perdido por cobardes. Por no haber luchado a tiempo y por haber elegido a quien no debíamos. Ya sabes: «Ella eligió a quien no debía,/ tuvo un mal parto:/ le costó la vida»

-Ese himno que incita a la rebelión abre un disco que, no obstante, acaba muy crepuscular, con una canción de despedida, El bosque fragante y sombrío.

-Totalmente. Es una canción de despedida. Me he sentido así a veces. A veces uno se siente morir, y hay que ser sincero en esas cosas. Hay que saber despedirse. La canción es una despedida un poco prematura, porque gozo de buena salud en este momento, pero sí que he tenido una enfermedad dura hace poco, de la que he salido gracias a la eficiencia de los médicos de aquí, del HUCA.

-¿La compusiste en esa situación?

-No, la compuse antes. Pero es que yo intuyo las cosas antes de que pasen. Y Tatuaje invisible, que habla de un tatuaje que todos llevamos dentro y que un día nos devorará: algunos será el cáncer; otros una enfermedad mental; otros va a ser… Todos llevamos dentro esa cosa porque todos, cuando nacemos, contraemos la obligación de morir. Todos llevamos ese tatuaje invisible dentro. Es una canción premonitora. Siempre tengo que tener mucho cuidado con las canciones porque me están diciendo algo. Efecivamente, el tatuaje lo he llevado dentro y tuve una enfermedad fuerte pulmonar, y he salido de ella perfecto, pero tuve que cancelar una gira por Inglaterra. Di conciertos con un pulmón que no funcionaba; conciertos de estos de dos horas a todo trapo, porque los conciertos Ilegales van a toda velocidad. Pero hubo riesgo de parada cardiorrespiratoria.

-La edad invita a aprender límites. Algo de eso se ve en algunas de las canciones de rebelión que rebajan toda la mitología de la noche, el exceso, las drogas: Andad de día, Mi copa y yo, No tanta, tonto..

-No tanta, tonto es una canción sobre las drogas.

-Es curioso: solo con el título ya se sabe que va por ahí.

-(Ríe) Es una canción que me gusta mucho. Las drogas son una constante. Que esté mal y los grupos no se atrevan a hablar de estas cosas no quiere decir que no existan. Todos son muy políticamente correctos y no se habla de drogas, pero existen. Muchos de mis compañeros que van a conciertos antidroga consumen drogas en grandes cantidades. Incluso cuando actúan en esos conciertos. Pero, ya que se consumen, lo que dice la canción: no tanta. Un poco de cuidado.

-Desde el reboot de 2015 de Ilegales, aparte de las nuevas canciones, se han publicado un documental y una biografía sobre el grupo y sobre ti. ¿Has aprendido algo viéndote desde la gente que te ha mirado desde fuera?

-Sí he aprendido cosas. Es un muy buen documental. La bio de Fernando… es un poco inventada. No se le puede conceder demasiada credibilidad. En fin, prefiero no comentarla, no tiene ninguna relevancia. En cambio, el documental, sí. Lo han hecho muy bien. Hubo un momento en el que mi manager, cumpliendo con su deber de proteger al grupo, decía «esto no se puede decir, esto tampoco…» Entonces, Juan Moya y Chega Veiga se plantaron y dijeron: «Si queréis un publirreportaje os lo pagáis; nosotros queremos hacer un documental». Entonces lo hicieron: un documental cojonudo que duraba tres horas. Pero, claro, un documental tiene que durar una hora, cuarenta y cinco minutos… Al final se quedó en hora y media y se ve de tirón bien. Es duro, porque la vida de Ilegales es dura. Este es un grupo muy vivo. Porque para hacer estas canciones hay que tener vida atrás. Hemos asumido montones de riesgos, de vicios, hemos llevado una vida disipada, nos hemos metido en todos los peligros habidos y por haber y hemos salido indemnes.

-¿Y cómo es el asunto? ¿Uno se mete en esos caladeros peligrosos para pescar canciones o ya metido en ellos y salen de ahí? ¿Llega un momento en el que te metes en esos tinglados para tener buen material?

-Ocurren un poco las dos cosas. Llega un momento en que el hilo te va a llevando a cada sitio… Luego te das cuenta de que no querías estar allí. Otras veces, sí. Porque los humanos estamos hechos para ir hacia la muerte. Y por eso nos metemos en líos. Desde siempre. Cuando éramos prehumanos ya nos metíamos en estos líos.

-Tu visión del mundo se enfrenta siempre contra otro mundo que retratas con causticidad, sorna, agresividad a veces. El «mundo carapijo y feliz» de una de las canciones de Rebelión.

-El Mundo Carapijo son al final los que dominan la tierra. Los carapijos tienen la habilidad históricamente de poner a un psicópata al frente de los gobiernos, como pusieron a un Stalin o a un Hitler… Bueno, Stalin les salio rana. Pero sí a un Hitler. Hoy tenemos a Trump, tenemos a Putin, tenemos a Kim Jong-Un… Y mientras ellos brindan en su mundo feliz hecho de latrocinios y de guarradas indescriptibles. Los carapijos tienen una gran habilidad. Los carapijos son el mal.

-El mal banal, el de todos los días, el mal que parece que no…

-El mal que parece que no, sí. Son de esos que se van con la chica y luego le cagan la cama. «Un tipo normal, por fin... y luego resulta que lo llenan todo de mierda»

-En todos estos años, ¿ha habido alguna vez en la que te hayas mirado al espejo y te hayan saltado las alarmas por haber estado a punto de ver un carapijo?

-No. Me ha saltado la alarma alguna vez por ver a un tipo deteriorado. Por ver resacas que… No me miro mucho al espejo, pero al verte así te dices: «Hostia, vaya careto que tengo. Lo de ayer ha sido…»  Y entonces es el momento de preguntarse si ha valido la pena. De hacer autocrítica. Porque esas bajadas químicas, cuando has bebido algo o has esnifado demasiado, son el momento de hacer autocrítica y escribirlo. Porque el momento en el que vuelves a subir -y yo tengo una gran capacidad de recuperación- olvidas todo y dices «¿La juerga del otro día? ¡De puta madre!»

-Hablando de la música como canal o instrumento de rebelión: ¿ha estado atento a otros canales, aparte del rock? ¿Al rap, por ejemplo, en sus orígenes como música del gueto?

-Me interesa lo que dicen. Hay cosas muy buenas en el rap. En español hay rap muy bueno. El problema es que musicalmente son paupérrimos. El mensaje es bueno pero no tiene diluyente, musicalmente carecen de valor. A cada uno lo suyo. La vaca, por lo que vale. ¿Esto vale? Sí, claro que vale. ¿Esto otro? No. Es así. Pasa eso con el rap. Lo que veo que está teniendo mucha fuerza es esto del trap, pero realmente me parece que es descafeinar el rap. No dicen nada. Solo cosas sexuales que, en fin… Está quitando al rap de la fuerza que tenía. Queda desprovisto de peligrosidad para las clases de las que proviene.

-Es un proceso de domesticación y comercialización que viste de cerca con lo sucedido con la energía del punk y su asunción plena por la industria.

-La industria es la hostia. Fagocita todo inmediatamente, lo empaqueta y lo revende modificado y vacunado el virus contra todo peligro. Se desgasta todo muy rápido.

-¿Crees que de algún modo Ilegales ha llevado ese pulso a la industria y ha ganado?

-Con la industria siempre hemos tenido problemas. Solíamos ganar los pulsos porque podían hacer dos cosas: ganar dinero con nosotros o no ganarlo. Pero llegó un momento en que otros artistas sí daban su brazo a torcer; hacían todo lo que decía la discográfica. Y entonces había que romper y decirles «bueno, pues elígelos a ellos que son tan buenos chicos», y nos hemos tenido que salir de la industria. Fíjate, no es que nos pidiesen nada deshonesto, pero este disco iba a salir con Universal en principio. Es la mayor multinacional del mundo. Tienen desde la Deustche Gramophon, casi todos los sellos importantes de jazz… Sin embargo, hemos decidido editarlo nosotros. El trato era bueno. Nos han tratado muy bien. El documental salió con ellos y lo han hecho muy bien; hay gente muy respetable, muy bien. Pero estamos en un momento en el que yo creo que, con nuestro conocimiento del medio y al tener capacidad inversora, tenemos que hacerlo nosotros. Esto de la autogestión a mí siempre me ha encantado. No es que la discográfica lo haya hecho mal, al contrario. Pero… esas ganas de intentarlo, el no tener que llamar a nadie para hacer las cosas… Además, en este momento Ilegales tiene muy buen equipo alrededor. No solo técnicos para los directos, en las que llevamos doce personas. Nunca hemos estado tan cómodos.

-¿Para hacer qué? ¿Qué es lo que habéis hecho con vuestra libertad para crear Rebelión?

-Nos lo hemos pensado mucho. Hemos desechado canciones para hacerlo corto. Ahora es necesaria mucha inmediatez, tener mucho gancho de manera inmediata. Lo hemos hecho corto, pero muy denso. Mucho, pero en muy poco tiempo. Yo creo que hemos recuperado un poco eso que pasaba en los años 50 y los primeros 60: canciones de dos minutos o incluso menos que te cogían inmediatamente. Eran cojonudas. Esa habilidad se había perdido. Así que nos hemos metido en el local para comprimirlo todo en un disco muy corto en tiempo pero muy intenso. Es difícil, nos ha costado

-Sin embargo, es un disco con muchos más registros de los que parece, con muchos matices. Un arreglo de órgano por aquí o por allá, una referencia al tango y a las canciones de taberna...

-Lo del órgano por Suicida, dices, por ejemplo. Sí, alguien tenía que tocar ese tema. Los hombres-bomba y esas cosas: «Tienes cara de suicida». Bueno, en Asturias se suicida más gente que en ningún otro sitio, no sé si excepto Galicia. No me extraña. Con el montón de oportunidades que tenemos…

-Y lo del tango por Mi copa y yo, tabernaria. ¿De dónde sale?

-Probablemente, a nivel literario es la mejor canción del disco. La escribí en formato de tango, más lenta, para David Morey que es un cantante de tangos amigo mío, y nunca la grabó el cabronazo. Pasa igual que con el blues, que tiene una raíz claramente folclórica, aunque el tango bastante menos: al acelerarlo, al dotarlo de velocidad y electricidad, el resultado es magnífico. Ahí Willy, el bajista, tuvo que hacer su segundo curso de bajo. Decía: «Yo no puedo tocar esto. Nadie puede tocar esto». Y al final lo tocó de puta madre. Con total facildad, pero es difícil. La letra es una mirada glacial al alcoholismo. Me preocupa que, a la velocidad a la que va la canción y con la caña que le hemos metido, la letra no se asimile bien. Bueno, que la lean en el folleto.

-¿Sigues bajo el efecto del estallido de urgencia de 2015?

-Estoy en vena total, componiendo canciones. ¿Sabes qué pasó? Que hubo un momento en el que no tenía canciones para Ilegales. Y vivir de rentas no me gusta; eso de ir tocando los hits por ahí, no. Los tocamos, pero que solo exista eso no me parece honesto. Así que dije: «Cerramos: se acabaron Ilegales. La fuente se ha secado y no tengo más canciones nuevas». Entonces hicimos lo de los Magníficos, una revisión muy bonita, muy interesante que había que tener huevos para hacer, y medios, porque ese rollo era muy caro. Yo me negaba a volver con Ilegales. Pero claro: cuando te empieza a salir una canción, otra, otra… Hubo que coger el teléfono. Era obligado. Ya no podías decir «me niego». Salió el disco de 2015, el documental con la cancíón Mi vida entre las hormigas, que a nivel literario quizá sea de las mejores que escrito, y ahora esta colección de la que hemos quitado dos canciones para hacerlo más inmediato, para comprimirlo. Hemos podado y trabajado mucho. Ahora quiero irme en otra dirección. Pero no sé si será conseguible.

-¿Te va a dar por, qué se yo, el sinfónico, el progresivo...?

-(Ríe) Yo qué sé. Escribir música clásica es algo que podría hacer perfectamente. A veces voy imaginando mis propias sinfonías por la calle. Quizá cambiaria el orden de la orquesta, la dispondría de otra manera porque tengo algunas críticas que hacer a las disposiciones tradicionales de la orquesta. Antes probablemente no conocían esto porque era para dirigir mejor y esas cosas, pero hay frecuencias que se cancelan en la disposición tradicional de una orquesta. Tendría que posicionarla de otra manera. En este momento estamos en un momento realmente rock. Ilegales es una banda muy rock.

-Me da la sensación de que en esta restauración de Ilegales te has visto cómodo y a gusto como músico de rock. Con todas las consecuencias.

-Es que coger una guitarra eléctrica, forzarla un poquito y hacerle toda las guarrerías que ella no quiere que le hagas, es cojonudo. Chilla. Le metes la púa de cierta manera y genera unos armónicos que es como si te dijera: «¡Suéltame, cabrón!» Me lo paso muy bien tocando eso.  

-En directo siguen consiguiendo liarla de una manera realmente insólita siendo solo tres. Está al alcance de pocos.

-Empezamos a desarrollar eso en América, una capacidad de resistencia tremenda, porque allí los conciertos tienen que ir pa-pa-pa-pá… Se crean verdaderos desórdenes si hay un intervalo. Ahora vamos a una velocidad vertiginosa en directo. Eso nos permite introducir el máximo número de canciones en el mínimo tiempo, eso sí, respetando el tempo de cada canción. Y eso, hostia, requiere un entrenamiento. Esas cosas con el rock van muy bien.

-Y, finalmente, inicio de gira en Gijón...

-Se nos llevaba achacando no sé cuánto tiempo. Bueno, ya está: la empezamos en Asturias. Oviedo geográficamente es más accesible: para los de la Cuenca, Avilés, Gijón, los de Grao, Tineo, Cangas de Narcea, Llanes… Pero bueno, esta vez empezamos por Gijón. Y además, esta vez voy a cumplir un sueño de siempre. Cuando tenía 16 años teníamos grupos horribles y queríamos organizar en el teatro Albéniz, que era un cine de aquella, matinales. Y fue imposible. Los que tenían buenos equipos eran unos carapijos y unos tontos del culo de cuidado, así que no hubo manera de poner de acuerdo a los grupos y no se pudo hacer. Pues ahora, lo hacemos nosotros solosy y en el Albéniz adaptado para concierto. Aunque me hubiera gustado que fuera en aquel otro Albéniz, en el cine.