«Sutra», discurso de danza intervenida

Y. Vázquez

CULTURA

Un momento de 'Sutra'
Un momento de 'Sutra'

Sidi Larbi Cheraoui abre la XVIII edición de Danza Xixon con un espectáculo de danza marcializada de excelente factura compositiva

15 oct 2018 . Actualizado a las 18:45 h.

Es difícil ver un espectáculo de danza en el que la danza no sea danza. Ni teatro. Ni gimnasia. Pero sí arte disciplinado. Es tan poco habitual y se programa tan poco, que el pasado martes el teatro Jovellanos de Gijón no tuvo más remedio que rendirse a los atractivos de la coproducción de Sidi Larbi Cheraoui Sutra. Evolucionando sobre las tablas, 21 monjes del Templo Shaolin y el propio Sidi Larbi, un coreógrafo y bailarín realmente interesante. Mucho.

Caso de dejarse llevar por la apariencia, el espectador no vería nada más que un montón de saltos, ruido de golpes en madera y gritos sin apenas conexión con la danza; nada que se asemejara a una intención de enhebrar esquemáticamente el orden de una espiritualidad que más tiene que ver con la formación interior (humana) que con cualquier otra cosa.

Los grandes temas de siempre, comunes a Oriente y Occidente, la paz y la guerra, la vida y la muerte, etcétera, se ordenan de un modo sencillo y cronológico; se pasa del sosiego al estruendo, tomando siempre como referencia la madera, cajones de madera. Cajón cómo ataúd, cama, casa, fortaleza, barco y templo. Vimos todo eso y, fundamentalmente, con el significado de esas palabras y en esos mismos términos. Y ¿para qué? Pues para cosificar con la destreza del cuerpo desplegado por todo el elenco, armando y desarmando cajones de madera, un universo, a semejanza de un plano de arquitectura, proclive al traslado de situaciones humanas totalmente reconocibles. En definitiva, a todos los traslados físicos y sicológicos que es capaz de tener el hombre desde que nace hasta que muere.

Y ¿dónde está la danza, entonces? Pues la danza se ciñe a la organización sistemática y milimétrica de la intervención de los bailarines-monjes, una secuencia bailada acoplada a la perfección a la partitura de Szymon Brzóska.

Parece un experimento redentor; los cambios de camisa a chaqueta, o a hábito, permiten que nos inscribamos mejor en la temporalidad que toca interpretar: la ciudad, la batalla o la casa, por ejemplo. Y la música opera como ensamblaje de todo ello. Nada se deja a la improvisación, la pauta musical marca el fenómeno de la acrobacia y entiende ese modelo. Y la verdad que eso trae consigo es asombrosa; desde el punto de vista de la danza, lo que más. Qué bien empasta.

La espiritualidad y el ascetismo religioso, es decir, el sutra, es el hilo conductor que vertebra toda la exposición. Así, se podría dividir la pieza en momentos colectivos y momentos individuales, estando presentes todos en el escenario. Los individuales, porque en cada fraseo, el monje, bien sea dentro o encima de su caja, realiza las posiciones más suaves y más karmáticas; eso sí, siempre dilucidadas con la música y un mapa de luz sencillo a más no poder, pero muy eficaz.

Ruido, música y grito

Los momentos colectivos se llenan del rito propio de otra cultura, de otro acontecer; donde la posición de inicio, la preparación y el ensayo de golpe (de estilo samurái) es la escritura, la forma a cámara lenta de la danza; lo de los templos. Tan sencillo como eso. Y humor. Sentido del humor, con base en la ternura, para explicar lo feo, sin dejar de ser serios. Como una especie de gag. Eso resultó encantador en varios momentos.

Pero es el grito al aire en el salto, los giros, la acrobacia endiablada y el estruendo de la madera, muchas veces en cascada (efecto dominó), con los cuerpos siempre elásticos dentro del cajón, lo que más impacta, aunque no lo que más sorprende. Lo que más llama la atención es la textura de lo que construyen, la suavidad empolvada al aire de esa fortaleza física tan bestia. Se rinde uno al instante, queda satisfecho. El público del Jovellanos lo demostró con cerrados aplausos de respeto.

En ocasiones, parece que ganan más esas otras danzas, que sin ser contemporáneas merodean por ese estilo (como esta, una justa y excelente intervención bailada mezclada de arte marcial), que lo que ganan el neoclásico o el propio contemporáneo, que a veces tienen más que ver con un sensacional desarrollismo técnico que con la proyección de un arte. Internet y las plataformas sociales están llenas de eso. Llenitas. 

Ficha artística

Dirección y coreografía: Sidi Larbi Cherkaoui

Diseño e iluminación: Antony Gormley

Música: Szymon Brzóska

Bailarines: 21 mojes del Templo Shaolin, Sidi Larbi Cherkaoui y el danzarín infantil Kaishuo Xing

Músicos intérpretes:

Violín: Alies Sluiter

Percusión y batería: Raimund wunderlich

Piano: Barbara Drazkowska

Violín: Olga Wojciechowska

Cello: Rebecca Hepplewhite

Coproducido con el Festival de Atenas, el Festival de Barcelona Grec, el Gran Teatro de Luxemburgo, La Monnaie Brussels, el Festival de Aviñón, la Fondazione Música de Roma y la Compañía de Comunicaciones Culturales Shaolin.