Jorge Drexler, el artesano de las paradojas y la exquisitez musical

CULTURA

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Su victoria en los Grammy Latinos sirve para subrayar la calidad de «Salvavidas de hielo», uno de los mejores discos del pop en castellano de los últimos años

26 nov 2018 . Actualizado a las 01:26 h.

Ya sabemos que la ocasión, una nueva edición de los Grammy Latinos, invitaba a redactar un parte de guerra con vencedores y vencidos. Victorioso, el uruguayo Jorge Drexler. No solo se hizo con un previsible gramófono al Mejor Cantautor, sino que fue galardonado también con las categorías más importantes: Grabación del Año y Mejor Canción, por Salvavidas de hielo y Telefonía. En el lado supuestamente derrotado se encuentra el reguetón, popularísimo género denostado -muchas veces por inercia, cuando no por simple pose- por los paladares supuestamente finos. El año anterior había arrasado de la mano del Despacito de Luis Fonsi. Esta vez el rival a batir era J. Balvin, el de Mi Gente. Y la partida la ganó Drexler. Aunque seguramente no hubiera la más mínima intención de ganar nada.

No, que nadie meta al autor de Al otro lado del río en estas guerras simplistas (y un tanto infantiles) de músicas refinadas contra músicas zafias. Hace unas semanas habló en esta misma revista del reguetón y su condición de chivo expiatorio para la música pop. También de su pulsión sexual y cómo esta iba a pervivir pese a todo y a todos. Y de cómo confiaba que, poco a poco, el género iría librándose del lastre machista y homófobo que a veces tiene, como han tenido siempre los sonidos que provienen de la marginalidad. De hecho, escuchando su último trabajo no creo que fuese muy descabellado pensar que a ese Drexler inquieto al que le gusta James Blake le encantase un artista tan colorista, actual e imaginativo como J. Balvin.

Los tres Grammy Latinos obtenidos la semana pasada más que para batir al reguetón, sirvieron para poner nuevamente en el escaparate su talento desarmante y un disco sobresaliente. Y eso es algo muy importante para el artista. Pero, sobre todo, para los pescadores de maravillas pop que andan por ahí con su caña y que todavía no se habían tropezado con él.

Ocurre en ocasiones, cuando un artista logra un éxito enorme. Queda un poso inconsciente de que su mejor momento se produjo ahí. Que la magia se pudo estirar unos cuantos años más. Pero que nada volverá a ser como antes. Drexler ganó el Óscar en el año 2005 y logró una exposición mediática descomunal. El gran público lo conoció. Y una parte de él lo fue acompañando disco a disco. Otro, sin embargo, se descolgó poco a poco. Alguno quizá pudo haberse perdido la escucha de Salvavidas de Hielo. Pues que lo recupere. Urgente. Que no lo deje un minuto más.

Pidiendo silencio

Dice Jorge Drexler que se mueve muy bien dentro de las paradojas. Y una de las más llamativas de este disco se produce en Silencio, tema extraño y lúdico con el que apela precisamente a la ausencia de sonido. De hecho, deja la canción en suspenso en varias ocasiones. También usa por momentos el «shhhh» como letra. Divertidísima, su escucha sorprende y deja el oyente con una sensación: ¡Quiero más!

Silencio tiene el punto electroacústico que manda en el disco. También el tono calmo en la interpretación del autor que se convierte en constante. Y esas percusiones imaginativas que hacen perder la cabeza. Siempre con la chispa que hace que la canción se quede ahí, obligando a seguir paseando por un álbum fascinante.

El recorrido empieza encogido con Movimiento hasta que se abre con ese memorable estribillo que reza: «Yo no soy de aquí / pero tú tampoco». Reivindicación de la condición nómada de la especia humana en estos tiempos de muros y barreras. Sigue con una plácida lectura de las bondades de la comunicación actual en Telefonía. Versos que bien podrían cantar aquellos Kraftwerk fascinados por el progreso («bendita cada onda, cada cable/bendita radiación de las antenas») hasta que el autor le mete corazón («mientras sea tu voz la que me hable como me hablaste un minuto apenas»). Y con un homenaje a Joaquín Sabina en Pongamos que hablo de Martínez se da paso a los escalofríos.

Sí, porque en la segunda mitad del disco existen varios momentos de los gritar: «¡Socorro!». Uno, Asilo junto a Mon Laferte cantando sobre el filo de la emoción pura. Dos, girando en bossa nova con Julieta Venegas con un Abracadabras que pide seguir pintando círculos sin fin. Y tres, Quimera con Caetano Veloso en el horizonte, que si no es la canción más bonita del último lustro no le debe andar lejos. Se impone expulsar aire. Levantarse. Ponerse a bailar con la tintineante Mandato. Embriagado, el oyente se dará cuenta de que, en efecto, Salvavidas de hielo es una joya de esas que conviene tener siempre cerca. Porque, sencillamente, mientras suena la vida se convierte en algo mejor.