Estados Unidos y el regreso de la gran narrativa sureña

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Jesmyn Ward (DeLisle, Misisipi, 1977), Ron Rash (Chester, Carolina del Sur, 1953) y Brian Panowich (Fort Dix, Nueva Jersey, 1972)
Jesmyn Ward (DeLisle, Misisipi, 1977), Ron Rash (Chester, Carolina del Sur, 1953) y Brian Panowich (Fort Dix, Nueva Jersey, 1972) BEOWULF SHEEHAN, MARK HASKETT, DAVID KERNAGHAN

Las novelas de los escritores Jesmyn Ward, Ron Rash y Brian Panowich publicadas en los últimos meses en castellano reavivan el pantanoso territorio literario de William Faulkner, Flannery O'ConnorEudora Welty

09 ene 2019 . Actualizado a las 08:18 h.

Con EE.UU. pasa, en literatura, como con Latinoamérica: cada temporada produce tantas novedades que se hace muy difícil procesarlas. Sobre todo porque, entre la abundante medianía, el lector halla muestras de enorme calidad que sorprenden en cuanto que los autores son pura y simplemente desconocidos. Los últimos meses han dejado ejemplos de gran narrativa sureña venida de la mano de escritores como Jesmyn Ward, Ron Rash y Brian Panowich, en España casi inéditos; solo la primera tenía una obra publicada: Quedan los huesos (Siruela, 2013), erigida sobre sus propias vivencias -una verdadera odisea del tiempo actual- durante la catástrofe humanitaria del huracán Katrina y con la que ganó su primer National Book Award.

Con La canción de los vivos y los muertos -uno de los libros del 2017 en EE.UU. y del 2018 en España, donde lo editó el sello Sexto Piso-, Ward volvió a hacerse, a sus entonces 40 años, con este prestigioso galardón. Sin necesidad de vincularla a Faulkner, como hizo The New Yorker, la novela es soberbia y, arguyó el jurado, «tan bella y tersa, desgarradora y elocuente, que corta la respiración». Las tierras pantanosas envuelven con sus pútridas brumas y sus altas temperaturas la tensión que anima la violencia de un submundo americano en el que las diferencias sociales se acrecientan con la condición racial. Vivos y muertos cohabitan en un diálogo íntimo que espolea la memoria familiar de la injusticia y la discriminación -que afecta al color de piel pero también a la mujer-, y empuja la existencia a los límites de la pesadilla tras evidenciar los efectos drásticos de la incomunicación.

Sin converger en intenciones ni estilo, las novelas de Rash (Un pie en el paraíso, Siruela) y Panowich (Bull Mountain, Siruela) comparten ese escenario y ese ambiente rural que ronda el gótico sureño, la importancia del pasado como condicionante de una vida presente (en donde se desarrollan las historias), el poder opresivo de las relaciones familiares y un recurso narrativo muy particular: la alternancia de diferentes narradores que contribuyen, en sus matices, a enriquecer la construcción de la historia con sus respectivos puntos de vista -al modo del filme de Akira Kurosawa Rashomon-.

Tanto Un pie en el paraíso como Bull Mountain, con un sheriff como catalizador del relato, aunque en diverso grado, pueden considerarse en el territorio del género negro. Especialmente en el caso de Panowich (bombero de profesión), a quien se tiene por un renovador del llamado country noir (alude a la localización de la novela en el campo o la montaña).