Le Clézio: «Soy militante de la interculturalidad, es el antídoto contra el populismo»

CULTURA

Le Clézio visitó hace unos días Madrid para hablar de su libro «Bitna bajo el cielo de Seúl»
Le Clézio visitó hace unos días Madrid para hablar de su libro «Bitna bajo el cielo de Seúl» Kiko Huesca | EFE

El escritor francés publica «Bitna bajo el cielo de Seúl», en la que una joven de 18 años cuenta historias a una mujer enferma terminal

10 mar 2019 . Actualizado a las 09:33 h.

Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940) asegura que el premio Nobel que obtuvo en el 2008 no le ha cambiado. Este hombre elegante y discreto se muestra accesible y abierto a cualquier pregunta. Originario de una familia de Bretaña emigrada a la isla Mauricio en el siglo XVII, es un auténtico nómada que ha vivido en diferentes países. Pasa cuatro meses al año en Nankín (China), tres en Nuevo México y el resto en otras partes del mundo. Ahora publica Bitna bajo el cielo de Seúl (Lumen), protagonizada por una especie de Scherezade surcoreana que llega a la capital desde la zona rural para estudiar. Salomé, una mujer que está paralizada por una enfermedad incurable, la contrata para que le cuente historias.

-¿Qué relación tiene con Seúl y por qué la eligió como escenario?

-Estuve en Corea del Sur hace años y tuve la suerte de dar clase en una universidad solo para chicas, fundada por una mujer que fue fusilada por los japoneses durante la ocupación. Me permitió conocer a chicas de 20 años a las que enseñaba literatura y ellas me hablaban de la condición femenina en Corea. El Ayuntamiento de Seúl me pidió que escribiera un ensayo sobre la ciudad, les dije que no era capaz y les propuse una novela; aceptaron y la publicaron en lengua coreana.

-¿Las historias que cuenta Bitna están basadas en hechos reales?

-Todas están sacadas de la realidad, no he inventado ninguna, son relatos que me han contado, he leído o de los que he sido testigo.

-Hay una frase que le dice Bitna a Salomé: «Incluso la verdad puede ser mentira si no te la crees e incluso la mentira puede ser verdad si la cuento bien».

-Es un proverbio del taoísmo, según el cual si una verdad se vuelve mentira entonces todas las mentiras serán verdades.

-¿Su novela es un alegato a favor de la ficción y la imaginación?

-Sí, es una forma de manifestar el gusto que tengo por los cuentos, la narración, que es un universo paralelo al de la historia oficial en el que los seres humanos pueden encontrarse y comunicarse.

-Salomé se aferra a la vida gracias a las historias de Bitna.

-Para seguir viva necesita que le cuenten historias. Los relatos no te permiten sobrevivir físicamente pero sí moral y mentalmente. Eso es lo que he querido decir, hasta qué punto la literatura nos puede ayudar a afrontar los problemas de la vida cotidiana, por ejemplo si no podemos salir de casa o hemos perdido la vista. Una persona a la que quise mucho, mi profesor de literatura, se quedó ciego y yo iba a su apartamento a contarle historias para devolverle un poco de lo que él me había dado.

-¿Por qué decidió contar la novela en primera persona?

-Cuando voy a escribir una novela, lo primero que me planteo es si voy a emplear la primera o la tercera persona; una vez que se elige ya no se puede cambiar. Elegí la primera porque quería que el lector sintiera más las emociones de Bitna que las de Salomé, quería que esa chica que está entre dos mundos, entre la adolescencia y la edad adulta, fuera el símbolo de la juventud.

-Bitna representa a la juventud que tiene difícil abrirse camino.

-Hay amargura y una gran desesperación en la juventud actual, no solo en Corea, sino en todo el mundo. Una especie de ironía amarga. Ven que la sociedad no ha previsto nada para ellos, es una sociedad sin esperanza. En Dakar ves a jóvenes esperando a la embarcación que les va a llevar a otra parte, tienen estudios pero no hay nada para ellos. La única solución que ven es huir para buscar algo mejor en otra parte, pero no lo encontrarán, cruzar las fronteras no es una solución. La frontera es un lugar maldito, cruel, temible. Los que cruzan de México a EE.UU. saben que al otro lado no hallarán nada, pero la cruzan.

-Usted que ha vivido en tantos países, ¿qué piensa del auge del populismo y la xenofobia?

-Yo soy un militante de la interculturalidad, y como tal no formo parte de ningún partido político. Trato de actuar para llevar a cabo la utopía de la interculturalidad, que ya existe en países como Bolivia o Ecuador. Ese es el antídoto contra el populismo.

-¿Qué piensa del nacionalismo?

-Me gusta el sentimiento de patriotismo, que uno ame su tierra, su pueblo. Aunque yo no tengo tierra ni pueblo, entiendo que haya quien se sienta atado a una tierra y a sus ancestros. Para mí quizá serían Bretaña o Mauricio. Cada persona tiene varias identidades, por herencia de los padres, formación, cultura. No hay una identidad fija, es algo que se mueve. La literatura también es una patria. Es mucho más fácil viajar con tus libros que con tu patria.

«No hay que añadir complicaciones en el relato»

Le Clézio ha evolucionado de una literatura experimental de novelas como El atestado, su ópera prima con la que a los 23 años ganó el Renaudot, a primar la claridad en la prosa, hasta el punto de que sostiene que «la simplicidad es una conquista».

-Fue en gran parte gracias a que conviví unos tres años en los 70 con los emberá, una población indígena que vive entre Colombia y Panamá, que no tiene escritura pero sí un lenguaje literario elegante para contar cuentos. Me convencieron, por su manera de vivir, de cuáles son los elementos esenciales de la vida, de que no hay que añadir complicaciones en el relato. Hay que ser directo, lo importante no es el estilo ni la búsqueda de la originalidad, sino el ritmo y el entusiasmo al contar, la manera de participar e integrar la historia. Fue una buena escuela de escritura.

-¿Cree que la literatura puede cambiar el mundo o al menos la mentalidad de los lectores?

-Sería un milagro. Hay libros que nos han hecho un bien considerable, como Cien años de soledad, de García Márquez, que le llena a uno de entusiasmo, nos da la esperanza de insuflar magia. La literatura comprometida políticamente ya fracasó totalmente.

-Hace un año criticó el maltrato que daba el Gobierno Macron a los inmigrantes. ¿Ha rectificado?

-Esto no ha cambiado. Macron es muy joven y por eso soy un poco indulgente con él; es normal que cometa errores.

-¿Le ha decepcionado?

-No, pero a veces me enfada. Tiene la edad de mis hijas, ¿por qué no tiene compasión por los que son de su propia generación?

-¿Qué opinión tiene de la revuelta de los chalecos amarillos?

-Comprendo muy bien quiénes son. Cuando se eligió a Macron, al otro lado del espectro político estaba el fascismo, porque la señora Le Pen es fascismo puro y duro, no hay que confundirse. Como no fue elegida, no se ha escuchado a sus electores, de modo que es así cómo se manifiestan ahora. No digo que todos los chalecos amarillos sean votantes de Le Pen, son gente enfadada que procede de todo el espectro, los hay racistas y no racistas, de origen árabe o no. Están muy mezclados y lo que tienen en común es la rabia.