¿Cómo sabemos que «El grito» de Munch no es un grito?

CULTURA

La litografía «El Grito», del artista noruego Edvard Munch
La litografía «El Grito», del artista noruego Edvard Munch ANDY RAIN | efe

Durante un siglo, el mundo dio por hecho que el pintor noruego había inmortalizado a un angustiado señor en pleno chilldo. Un experto en comunicación no verbal señala las claves que desmontan una de las interpretaciones hasta ahora más incuestionables de la historia del arte

29 mar 2019 . Actualizado a las 15:15 h.

No, ese señor que pasea por los fiordos noruegos bajo un cielo rojizo en la pintura más popular de Edvard Munch no está gritando. El mundo lleva equivocado más de un siglo, malinterpretando una obra que en realidad es una colección de cuatro cuadros y una litografía, bajo la que su propio autor apuntó un irrebatible epígrafe: «Sentí un gran grito en toda la naturaleza». Nunca nos detuvimos en él.

En El grito, por tanto, no es el personaje principal del lienzo el que grita, sino algo/alguien a su alrededor: él solo escucha. Así lo dejó claro el artista noruego junto a la versión en blanco y negro de la imagen -la más desconocida de la serie-, y así lo recordó la semana pasada el Museo Británico, que prepara una exposición sobre el autor, abriendo el debate. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes? Los detalles de la pintura son reveladores, casi evidentes cuando se repara en ellos. Es más, incluso el emblemático emoticono del WhatsApp que evoca al grito no se utiliza casi nunca para expresar alaridos, sino sorpresa o susto. Lo sabíamos, pero no sabíamos que lo sabíamos.

José Luis Martín Ovejero, experto en comunicación no verbal, explica que, efectivamente, la persona que se ve en cuadro no parece que esté gritando: «Se está tapando los oídos con las manos y, además, no parece que se los esté apretando, sino que se está poniendo una barrera. Es un gesto que hacen aquellos que habitualmente escuchan algo que no quieren oír, es muy habitual y se hace de manera inconsciente cuando nos dan una mala noticia o se meten con nosotros, cuando nos dicen algo que nuestro cerebro rechaza, el cerebro trata de poner una barrera y la pone, como es lógico, con las manos».

También dice mucho el rostro. El personaje del cuadro de Munch tiene los ojos muy abiertos y también la boca, pero redondeada. «Es la clave -apunta Martín Ovejero- para distinguir un grito de terror o un gesto de sorpresa». Señala que la diferencia entre la sorpresa y el miedo no está en los ojos, porque en estos dos casos la expresión es parecida, sino en la boca. «Cuando algo nos sorprende, la boca la solemos abrir redondeada, sin tensión en el rostro, mientras que cuando sentimos miedo, se nos horizontaliza, como si nos la cogieran por las dos comisuras y tiraran de ellas hacia los lados».

El gesto de abrir mucho los ojos, continúa el experto, es una reacción primitiva del cerebro, tanto al sentir sorpresa como al sentir miedo. «Es pura evolución del ser humano. Habitualmente, cuando sentimos mucho miedo o nos sorprendemos, el cerebro no tiende a cerrar los ojos, tiende a abrirlos». Curioso, sobre todo en el el caso de alarma y temor. «Lo hace para poder reaccionar ante lo que le está provocando ese miedo, saber qué es lo que tiene que hacer, si huir, si tiene que atacar, si se tiene que esconder... Lo que hace es intentar detectar la máxima información posible para saber cómo reaccionar, por eso solemos abrir mucho los ojos».

La comunicación no verbal es evolución del ser humano en estado puro. «Venimos de los que han reaccionado antes, y se reacciona antes con los ojos abiertos que con ellos cerrados. El cerebro lanza una orden a toda la musculatura del rostro, en concreto a los ojos para captar toda la información que haya a su alrededor, para saber si se tiene que despreocupar o responder, pero también a la zona de boca, al mismo tiempo; tensa los músculos faciales y la boca se estira, cosa que no ocurre en la sorpresa».

¿Por qué abrimos la boca? «Está comprobado que también es una reacción primitiva del cerebro para poder escuchar mejor». Con ella abierta, los canales auditivos se despejan. Pasa en aviones y en los puertos de montaña cuando cambia la presión y se taponan los oídos. Para destaponarlos, basta con abrir la boca. «Y el cerebro eso los sabe, a nivel inconsciente, pero lo sabe».