Pablo Alborán: «Yo sigo siendo el mismo, pero alguna gente no lo es conmigo»

CULTURA

Pablo Alborán confiesa en esta entrevista que ha roto más de un plato. Y alguno en carne propia. Rehecho del trance y a un mes de cumplir 30 años, el malagueño recalaba en Vigo en abril del año pasado dentro de su descomunal gira «Prometo»

13 abr 2020 . Actualizado a las 23:58 h.

Tiene algo de chamán, de sanador. Aunque en ocasiones ejerza a su costa. Hay en Pablo Alborán (Málaga, 1989) un hechizo que trasciende sus propias creaciones. Una suerte de magnetismo telúrico que irradia de algún lugar de su interior para él aún desconocido y que en ocasiones le ha dejado exhausto y vacío. Puede que tenga que ver con su mestiza procedencia (hijo de malagueño y de francesa nacida en Casablanca) o con los perturbadores vientos y corrientes del mar que le cede el apellido. Pero puede también que tenga que ver con cierta turbadora existencia que quizá solo asome cuando se apagan el sonido, las luces y, ya en soledad, también su sonrisa. Algo de eso ha dejado asomar en algunas de las canciones de su último disco, Prometo, el que publicó tras salir de la «cueva», en la que permaneció a resguardo durante casi tres años.

El retorno de Pablo Alborán tras aquel parón no hizo sino elevar el nivel de delirio en el que se desenvuelve todo lo que rodea a este malagueño. «He aprendido a transmutar aquella presión en ilusión. Ahora mismo todo es energía», comenta afable y cordial desde su habitación en un hotel de Santiago de Chile, triunfal escala de su gira americana. «Voy a estar aquí tres días sin actuar y he pedido que me suban un piano porque no puedo dejar de tocar. Eso antes no me pasaba», cuenta.

A un mes de cumplir los 30 años, Pablo Alborán recala en Vigo el 27 de abril. Dos semanas después se convertirá en el primer músico español que hace cuatro palaus Sant Jordi en un año. Y antes de finalizar la gira, en junio, un escenario soñado, el de la mítica L'Olympia de París.

­-No sé... ¿Qué te queda por conseguir?

-¡Ah!, muchas cosas. Uno de mis sueños es hacer un disco sinfónico. También quiero volver a escribir canciones para películas [en el 2016 ganó un Goya por el tema Palmeras en la nieve]. Me fliparía hacer la banda sonora entera de una película. Y me encantaría actuar. Empezar a estudiar interpretación y meterme en el cine... Quizá no debería decirlo aún, pero ya hay alguna que otra propuesta por ahí. Y me quedan un montón de lugares emblemáticos en los que me gustaría actuar, quiero componer con más artistas, cantar en otros idiomas, trabajar con productores de estilos completamente distintos a lo que normalmente hago y a lo que la gente espera... Quiero probar, investigar. Y como no tengo ninguna prisa me estoy dando el regalazo de ir abriendo todas esas puertas.

­-¿Cómo se levanta uno por la mañana sabiendo que, sin haber cumplido aún los 30 años, tiene acceso a todo eso?

-¡Buah! Ese es el gran regalo. Y lo valoro mucho. Todos los días, te lo juro. Tengo tanta gente a mi alrededor que ve cómo pasa el tiempo y a pesar de lo mucho que se esfuerzan no consiguen ver realizados sus sueños... Después, la gente dice: Pablo es una persona romántica y sensible. Pues sí, coño, soy una persona sensible y cuando veo eso me afecta y empatizo. Porque yo podría ser uno de ellos. Yo estudié mi carrera de Filosofía, empecé a trabajar y luego se me disparó lo del mundo de la música. Pero, perfectamente, podría seguir estando en una oficina sin que mi sueño real se cumpliera. Por eso hoy lo valoro tanto.

­-Empezaste tocando en los bares. ¿Qué fue lo más importante que aprendiste allí?

-Allí aprendí el 80 % de lo que sé. Ir solo con tu guitarra, negociar las copas con el dueño del bar, recoger los cables... Es un aprendizaje fundamental. Es donde empiezas a estar en contacto con el negocio. Y a la vez con el oficio. Un equipo que suena de aquella manera, un ampli que no funciona, un micro que da calambre... Con los años te das cuenta de que todo aquello fue clave.

­-¿Llegas a añorarlo o a echarlo de menos?

-Echas de menos ese contacto tan cercano con el público. Ellos ven tu sudor y tú ves sus ojos. No voy a decir que el concierto de masas sea menos real, pero yo cuando actúo en una sala o un teatro disfruto como un niño chico.

?Una de tus promesas, dices, es «olvidar mis cicatrices». ¿Te han marcado mucho?

?Aún no tengo 30 años, tampoco he vivido tanto (se ríe). Pero sí, alguna que otra hay. Y no solo del amor o de la vida, sino también de la profesión. Pero no han sido suficientes como para que dejara de dedicarme a lo que me dedico o para que estén siempre presentes. Aprendo de ellas y las olvido.

-¿Tienes algún tatuaje?

-No, ninguno. Cuando hice Terral estuve a punto de tatuarme un triángulo chiquitito en el brazo pero al final me eché para atrás. Es como..., no sé, a ver si luego me arrepiento. Prefiero ser precavido. Además, con la cantidad de lunares que tengo, para qué quiero más tatuajes.

-«La almohada no suele mentir», cantas en «Saturno». ¿Es tu mejor confesora?

-No, mis mejores confesores son mis amigos y mi familia. Hombre, la guitarra y el piano también me ayudan a desahogarme. Pero sería muy triste que un objeto o un instrumento fuesen mis vías de escape.

-De «Prometo» dijiste que era un disco muy especial surgido en un momento muy especial. Y hay en él mucho desamor. ¿Eres un desastre en ese sentido o son solo licencias literarias?

-Prometo llegó en un momento muy bueno. No estaba enamorado, estaba tranquilo y centradísimo en mi trabajo y en mí. Muy centrado en mí. Recuerdo el momento de escribir Prometo como de enorme felicidad, con una sonrisa constante, saliendo con mis amigos, estando con mi familia, viajando por placer... Era un momento de mucha libertad. Supongo que escribí esas canciones porque por fin estaba preparado para contar todas esas historias de amor y algún que otro desastre.

-¿Eres «carne de cañón para la derrota»?

-No, eso sí que es literatura. Eso es solo canción. Yo soy muy honesto y muy práctico. En el amor y en el trabajo. Si te gusto o me quieres, bien. Pero si no, no voy a estar sufriendo toda la vida.

-¿Puede ser que, más allá de valores musicales, parte del éxito de Pablo Alborán se deba precisamente a esa honestidad, a esa enorme verdad que transmites?

-Es bonito pensar que algo de eso hay. Lo que sí te garantizo es que la verdad es el lugar desde el que nace mi música.

-Ya nadie dice «te amo» en las canciones.

-No, tenemos mucho miedo de decirlo y yo lo entiendo. Pero no hay cosa más bonita. Y más en el mundo en el que ahora vivimos, en el que todo se reduce a aparentar en Instagram. Decir «te amo» es volver al mundo real, es un compromiso. Y se echa de menos. No solo el decirlo, demostrarlo también.

-Una persona con un nivel de exposición tan brutal, ¿dónde tiene su refugio?

-A nivel musical, en la guitarra y en el piano. A nivel personal, en mi familia y en mi gente. Tengo la suerte de que amigos, que lo son desde los 15 años, hoy trabajan conmigo. Y con el resto sigo siendo el mismo. Muchas veces me preguntan si la fama me ha cambiado y yo creo que es al revés. He vivido más cómo alguna gente cercana a mí ha cambiado conmigo que yo con ellos. Y me pasa otra cosa muy curiosa. Hay personas que de entrada me tratan mal «por si acaso». Son ellos los que marcan una «prudente distancia» absolutamente innecesaria.

-Cuando saliste de aquellos casi tres años de retiro, dijiste que las pasiones eran peligrosas, ¿por qué?

-Porque la música, que es mi pasión personal, te puede llevar a olvidarte de que esto es un trabajo y de que no estás solo. La pasión te puede volver loco. Puede ser una tormenta. Y conozco muchos artistas que no pueden salir de esa tormenta, que realmente viven atormentados. Yo intento tomármelo todo con equilibrio. Quiero que mi pasión sea algo más íntimo, más personal y más respetuoso conmigo mismo.

-¿Volverás a hibernar algún día o ya has aprendido a convivir con todo esto?

-Como ya he visto que si me retiro un tiempo no pasa nada, si tengo que volver a hacerlo, lo haré. Pero ahora mismo no lo necesito. Jamás pensé que iba a pedir un piano en una habitación de hotel y mira, ahí lo tengo. Ese es el mejor síntoma de que quiero seguir conectado a todo esto. Pero de verdad que cuando paré era porque no podía ni quería seguir en nada.

-«Prometo» titulas tu disco y tu gira. ¿Qué promesa no has cumplido aún?

-Pues la de hacer una gira de teatros. ¡Ah! Y prometí ir a ver a la hija de un amigo que nació hace dos meses. Pero en cuanto llegue a España la voy a cumplir.

-Eres muy fan de las series. ¿Cuál te ha enganchado últimamente?

-Me flipó Ozark, es brutal. Y ahora estoy viendo Muñeca rusa, muy psicodélica.

-Las plataformas digitales han revolucionado el mundo del cine. ¿Pueden alterar también la industria musical?

-Abren una vía interesante, que es la de emitir conciertos y documentales. En los últimos meses he visto muchos documentales musicales y no los habría visto de no ser por las plataformas. La industria musical se ha tenido que adaptar y tiene que seguir adaptándose al formato. Las compañías deberían ser inteligentes y dar un paso más allá en ese sentido, no quedarse estancadas, sino buscar nuevas fórmulas para conectar con el público.

-Siempre sales al escenario vestido de un sobrio negro. ¿Por alguna razón?

-Bueno, la camiseta es negra pero lleva unas tiras de purpurina en las mangas. El equilibrio siempre presente [se ríe]. Visto de negro porque, como llevo detrás las pantallas y las luces, cuantas menos estridencias luzca yo, mejor. Creo que es más elegante así.

-Juanes ha manifestado su indignación por la utilización que ha hecho Vox de su canción «A Dios le pido». A ti, que te has mostrado siempre muy prudente en ese sentido, ¿te molestaría que un partido político utilizase una canción tuya?

-Sí, sí, me molestaría bastante. Coño, ¡que hagan una canción ellos! Y si encima te lo hace un partido como Vox, que no tiene nada que ver con lo que uno piensa, mucho peor. Es cierto que de alguna manera la música deja de ser tuya en el momento en que la vendes. Pero se la vendes al público, no a un partido para que la utilice políticamente. En ese caso, el autor tiene que tener siempre la capacidad de consentirlo o no.

-¿Con cuál de las definiciones que te suelen asignar te sientes más identificado?

-Me es igual. No me molesta si me llaman cantante de pop, cantante romántico o cantante de los que les dé la gana. Entiendo que es inevitable. El ser humano necesita encasillar por una cuestión de referencias. En mi caso resulta más difícil porque en mi música hay un poco de todo lo que me gusta. Amo el flamenco, pero también me gusta la música francesa, tengo muchas influencias de la música árabe, me apasiona el jazz, la música brasileña, el fado, he vivido la música electrónica, que, por cierto, quiero ir metiendo poco a poco en mi música… La clave está en hacer lo que te nazca de dentro. Pero que sea lo que sea, te nazca con emoción.

-Y con la música gallega, ¿qué relación tienes?

-Te voy a revelar una curiosidad que solo mis músicos conocen. Uno de los primeros conciertos a los que yo fui en mi vida fue de Carlos Núñez y me quedé enamorado de una canción que se titula Moura. Pues aún hoy esa es la única canción que utilizo en el camerino para calentar la voz en mis conciertos. Hago vocalmente todos los giros que Carlos Núñez hace con la flauta y la gaita para desgracia de mis músicos, que están ya un poco hartitos del tema.

  •  VIGO IFEVI SÁBADO 27, 21.30 38,50 EUROS