Los Secretos: «Nos decían que cómo pretendíamos hacer aquella música que olía a vacas»

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

ÁLVARO URQUIJO EN UN CONCIERTO EN NOIA EN EL AÑO 2016
ÁLVARO URQUIJO EN UN CONCIERTO EN NOIA EN EL AÑO 2016 MARCOS CREO

El grupo madrileño, que está grabando su nuevo disco, adelantará algunos de esos temas en Vigo el próximo mes

22 abr 2019 . Actualizado a las 18:51 h.

Álvaro Urquijo se disculpa con el productor de su nuevo disco para atender esta entrevista. «Estamos terminando voces, coros y falta aún la mezcla -explica-. Teníamos que tenerlo ya listo pero, al contrario que antes cuando las discográficas te metían prisa para tener todo el disco listo, ahora vamos a lanzar primero tres canciones, poco a poco, y el resto del disco en septiembre». Los tiempos cambian, aunque la música de Los Secretos guarde una línea totalmente directa con su ayer. «Somos un poco esclavos de nuestro pasado, que es el que la gente nos pide, pero también nos encanta introducir temas nuevos», explica. Eso es exactamente lo que se podrá ver en Vigo el 25 de mayo (Teatro Afundación, 21.00 horas, entradas desde 26 euros)

-¿La nostalgia es algo contra lo que se lucha o se acepta?

-En mi caso personal, ya no como músico sino como persona y melómano, la nostalgia es parte de mi vida. Por ejemplo, ahora escucho cosas que en su día no pude escuchar porque no tenía dinero. Los hermanos Urquijo en el 77 teníamos capacidad de comprar cierta cantidad de discos, que no era más que uno al mes por barba. Reunimos una cierta cantidad, pero nunca lo que queríamos. Ahora me dedico a completar esa discografía

-Los Secretos entran dentro del paquete de grupos ochenteros, pero en realidad fueron más famosos en los noventa. ¿Por qué?

-Si trazas una gráfica tipo economista de años y cantidad de discos vendidos en España, en el 78, 79 y 80 las ventas de discos de pop-rock eran casi nulas. Solo estaba el rock urbano y Miguel Ríos. El Déjame, que sonó muchísimo, vendió 10.000 copias. El hecho de que la Movida se reflejase en cachés elevados, presencia televisiva y mucho hablar de ello no nos afectó a nosotros. Luego, cuando Mecano estaban llenando estadios y Gabinete Caligari cobraban cinco millones de pesetas, nosotros estábamos volviendo a sacar la cabeza y siendo teloneros de todos. En los noventa, sin embargo, tuvimos cierta estabilidad, hicimos cuatro discos seguidos que pasaron del disco de oro y se nos volvió a reconocer como no se nos había reconocido en los ochenta. Nosotros participamos de aquello, pero no fuimos nunca identitarios con la Movida.

-¿Por qué?

-Aquello tenía una parte plástica y de actitud. Nosotros éramos sencillotes, no nos vestíamos estrafalariamente. De hecho, nos echaron de la discográfica en el 83 porque no estábamos a la moda y no éramos comerciales, según su criterio. Nos decían que cómo pretendíamos hacer aquella música que olía a vacas en los años ochenta. Y tendrían razón, porque en su momento nos costó carísimo y puso todo muy difícil.

-¿Se sentían tan al margen?

-Mira, una vez fuimos al programa Un, dos, tres. Cuando nos iban a grabar a nosotros pararon todo. Escuchamos a Chicho Ibáñez Serrador: «¿Por qué Los Secretos no se han vestido?». Le tuvimos que decir al regidor que ya estábamos vestidos, que no habíamos traído otra ropa. Eso te indicaba por dónde iba la cosa entonces. En programas como La bola de cristal o La edad de oro ya no nos invitaron.

«Hacer las cosas bien, afinados y en el tempo correcto era lo cursi. Hacerlo desafinado, dando berrido y anfetaminado era lo guay»

-¿Eran quizá demasiado normales para aquel momento?

-Sí. Con el tiempo lo vemos mucho más claro. Veníamos de lo que veníamos y todo se maximizaba. La prensa estaba muy permeable a todas la novedades. Eso era un poco injusto, porque o estabas en esa novedad o no había un terreno para segundas ligas. Nosotros siempre hicimos nuestro tipo de canciones, con la guitarra de 12 cuerdas e influencias de Gram Parsons o The Byrds. Era como ir con un rompehielos, pasándolo mal en unas épocas y estando en dique seco en otras. Pero la gente sabe que nunca nos hemos vendido a ninguna moda y que no hemos tenido que sacrificar estilísticamente nada. De hecho, ha ocurrido todo lo contrario. Lo que la gente llama ahora americana es algo que nosotros llevamos haciendo cuarenta años. Pero nunca tuvimos la etiqueta que nos reconociera y ahora ves que lo que mola es Wilco y Ryan Adams. Están muy bien, pero que todo lo que hacen ellos lo llevo aprendido yo desde hace años y años. Nosotros escuchábamos a Jackson Browne, Crosby, Stills, Nash & Young, los Flying Burrito Brothers, The Byrds y todo eso.

-¿Eran sus referentes directos?

-Yo me compré una guitarra como la de Roger McGuinn, intentábamos hacer juegos de voces y teníamos interés por tener calidad. Queríamos afirmar los instrumentos y las voces, cosa que nos costó que nos tildaran de babosos. Hacer las cosas bien, afinado y en el tempo correcto era lo cursi. Hacerlo desafinado, dando berrido y anfetaminado era lo guay. Luego el tiempo todo lo pone en su sitio y la gente dice: «Oye pues estos chicos no lo hacían tan mal».

-Esa música que cita se consideraba rancia para muchos en los noventa. Sin embargo, con el cambio de siglo, esos sonidos se pusieron de moda en el rock alternativo y Wilco pasaron a ser el gran referente. ¿Cómo vieron eso?

-Un poco viéndolo pasar, como alguien que está en un campito y ve pasar un tren. No dábamos crédito por un lado, pero tampoco nos extrañaba tanto por otro. Este mundo de la música es muy cambiante.

«Mi abuela nos daba de su pensión para el local de ensayo» 

Uno de elementos más característicos del sonido de Los Secretos, el brillo de la guitarra de 12 cuerdas, nació de la casualidad. «La había en una tienda de segunda mano y era la única que me podía comprar. De hecho, el vendedor me decía que si estaba seguro, que era más difícil», dice.

-¿Si Los Secretos hubieran sido ricos sonarían de otra manera?

-Teníamos 9.000 pesetas y las de seis cuerdas valían 11.000 y 15.000 pesetas. La que podía alcanzar era una Höfner de 12 cuerdas. Yo había escuchado a Roger McGuinn tocando Mr Tambourine Man y ese sonido me iba. Si mi padre estuviera a favor de que tocásemos y nos diera dinero, a lo mejor podíamos ir a por algo más, pero era todo lo contrario. Estaba totalmente en contra y no nos facilitó nada. La suerte era que él viajaba mucho y podíamos hacer durante 15 días lo que queríamos con mi madre. Mi abuela nos daba dinero de su pensión para pagar el local de ensayo y el alquiler de equipo.

-Ahora los chicos no tienen que pasar esas penurias. ¿Le dan envidia?

-No, aunque me hubiera gustado tener una grabadora multipistas o un buen amplificador en su momento. Ahora existe una posibilidad mejor de aprender si tienes un instrumento de calidad y un ordenador para grabar. Yo tardé hasta el 2004 para tener un estudio propio. Eso sí que lo envidio. Aunque ahora, con todos los tutoriales que hay en Internet y todas esas facilidades, tampoco veo que esté saliendo gente muy talentosa. Gente que tenga que trabajar desde una guitarra desafinada y que, de ahí, haga canciones maravillosas como las que hacía mi hermano Enrique. Realmente, no sé si la tecnología se ha equiparado con el talento o, por contra, ha restado y esa comodidad ha ido contra él

-¿Los chicos ya no quieren guitarras eléctricas en el 2019?

-Si tú le preguntas a un chaval si quiere una guitarra eléctrica o un ordenador, quiere el ordenador. Y si le ofreces la PSP, entonces deja el ordenador. Y si le preguntas qué quiere ser te dice que no quiere ser músico, sino youtuber o gamer. Esa cuestión tecnológica no ayuda. Tanto ver en las redes sociales a la gente triunfando de ese modo, que es fácil decir que ya no hace falta prepararse ni aprender, porque un amigo se está ganando la vida en YouTube. Esa política del mínimo esfuerzo dudo que genere una nueva oleada que no sea una revisitación de lo antiguo, que es lo único que veo.