Latidos para pulsar el tiempo

Yolanda Vázquez

CULTURA

Un momento de «Una oda al tiempo», de María Pagés
Un momento de «Una oda al tiempo», de María Pagés

La compañía de María Pagés cierra con éxito el Festival de Danza de Oviedo con «Una oda al tiempo», una de la piezas más redondas de su carrera y por la cual acaba de recibir el Giraldillo al mejor espectáculo en la Bienal de flamenco de Sevilla

04 jun 2019 . Actualizado a las 20:11 h.

Tras ver Una oda al tiempo (2017), una tiene la sensación de haber visto una sucesión de fotogramas a la busca de un imposible. ¿Cómo se busca el tiempo? ¿Sirve de algo buscar el tiempo? Aunque suene pelín filosófico, y hasta petulante, la obra que se vio en el Campoamor el sábado pasado tiene el grado y la cota de ese porvernir que (parece) nunca acaba de llegar. Y lo hace desde el trato místico con los palos flamencos que siempre ha sido el punto de partida de la bailaora y coreógrafa sevillana María Pagés, mística que esta vez ha querido airear con una ligereza algo más expuesta a la contemporaneidad (un buen acierto); madurez escénica para una mezcla más actual y algo más urbana. A mí, lo reconozco, me mola más.

Cuando se baila flamenco, la regla lírico-dramática, tan propia de este acervo, sale sola, nunca se va; pero con las componendas que a veces se trae la sevillana sobre el escenario pasa algo más: la pauta excede la regla de tal modo que se afina la emulsión narrativa para que fluya la poesía. Eso tan de María: la pureza de la evanescencia que en escena siempre se hace mayor.

Arranca la pieza hablando de la naturaleza humana, del árbol como parte de la memoria viva y quieta; enraizadándose en los pies descalzos del elenco para buscar el camino del ciclo de las estaciones y acotar ese andar como latido, pulso que se va entremezclando con la ética de los conflictos a los que se enfrenta el hombre a lo largo de la vida. Se echa mano entonces de Goya, Picasso o John Cage. Verdadero discurso actual. Así va la idea de la abstracta temporalidad calando en la pieza como idea lineal (literaria) que se confina en una piel ondulada, suave y aterciopelada, que envuelve el sueño del ir y venir dentro de ese ciclo estacional. (La percusión, los pies y la madera reclaman la presencia propia de los cambios climáticos.) Barruntarse para transitar, esa es la clave; armar el volcado del gesto flamenco para significarse dentro de él por dentro. O lo que es lo mismo: contemporáneo flamenco penetrado de danza española. O, si me lo permiten, su viceversa.

Si bien la composición flamenca de la foto coreográfica se cierne sobre el circunloquio de los cuerpos en redondo, siempre en flor, el episteme de la bailaora no es refrenado por el conjunto de bailaores; muy al contrario. Lo coral, el cuerpo del elenco, adquiere un grado de significación constante y propio que oscila entre el buen fraseo de lo puramente coreográfico y el más sutil y empastado de los adornos, pero sin caer en ningún exceso. Un elenco al que hay que ovacionar siempre. Siempre, pues la reciprocidad en el escenario entre ella y ellos es mutua. Bidireccional, como un circuito eléctrico. Eso, mejor que en otras creaciones. Incluso mucho mejor.

Uno de los momentos más hermosos de la pieza es el maravilloso diálogo que Pagés establece con las castañuelas, modo introspectivo de ella que pone locuaz a la madera y funciona como semántica para entregársela al público de forma entera y total. A ese momento único le sigue otro, el del vuelo de los mantones, presidido por la música de Vivaldi, un recurso que ha utilizado otras veces para exagerarse de metrónomo y conferir al manteo una suerte de estado que regla el tiempo, igual que lo hace el sol o la luna, únicos elementos escenográficos de la pieza. Un discurrir que da paso a las matemáticas, a los números que todo lo marcan y al bastón como minutero militar que nos adentra luego en la otra cara de la moneda: el totalitarismo, el odio y la muerte.

Y como suele ocurrir en tantas de sus obras, esta coreografía también se nutre de las poéticas de otros: poetas, pintores, pensadores… En Una oda al tiempo, claro, del poema homónimo de Neruda, cuya presencia se amplifica por el eclecticismo rítmico (amplia variedad de músicas y palos flamencos) de toda la pieza. Compás, tempo y mesura. Suerte de tiempo volátil. Qué, si no, es la danza.

La poética de una mujer madura

El poder figurativo que la obra al completo traslada al imaginario del espectador adquiere un enorme potencial de lectura; y arranca desde ese mismo poder la lectura en línea que debe hacerse, precisamente, sobre el continuo en este hoy y en este ahora. Esa intuición o se tiene o no se tiene; y es en buena parte lo que le sucede al baile en esta pieza: traslada el juicio instintivo para contar lo que quiere contar mientras esa imagen converge con el ensimismamiento en un mar de brazos que humedece casi cualquier cosa, por lejos que esté, elongando, como pocas bailarinas y bailaoras hacen hoy, el sentido de la perpetuidad de un movimiento.

Eso es mágico en ella. Su más hermosa singularidad, porque quien lo experimenta desde la quietud, o sea, sentado, siempre desea verlo más: el calibre de la reflexión en la mano, en la extremidad. Y ya puestos, si lo llevamos más allá, pudiera parecerse a la conjugación en gestos de una cultura, la nuestra peninsular, al igual que el significante de los mudras es, a la danza tradicional india, el Kathak.

Debe decirse también que a Pagés le salen a veces soliloquios literarios, concebidos por El Arbi El Harti, responsable de la dramaturgia y las letras (cuando, como en este caso, las hay) de los espectáculos de su pareja; un muy pensado armazón (pero ligero, nada pesado) que se despliega en el escenario. Así que todo se establece correlativo, decantado para resolver el dilema del tempus fugit y de paso explicar la tensión del tiempo presente echando mano de la historia, de nuestra propia memoria y de los hechos. Entonces, el discurrir temporal se hace orgánico, por eso es importante en la pieza, mucho; tanto, que podría resumirse en la siguiente frase: «late corazón, que somos memoria».

Ficha artística:

Compañía María Pagés

Una oda al tiempo, 2017

Dirección y dramaturgia: María Pagés y El Arbi El Harti

Coreografía y diseño de vestuario: María Pagés

Letras: El Arbi El Harti

Músicas: Rubén Lebaniegos, Pyotr Ilyich Tchaikovsky, Antonio Vivaldi, Georg Friedrich Händel, Sergio Menem, David Moñiz, Isaac Muñoz, María Pagés, Música Popular

Diseño de luces: Dominique You y Pau Fullana

Diseño de sonido: Albert Cortada y Kike Cabañas

Diseño de escenografía: María Pagés y El Arbi El Harti

Realización de escenografía: Eduardo Moreno

Realización de vestuario y teñido de telas: Taller María Calderón

Cuerpo de Baile: María Pagés, Eva Varela, Virginia Muñoz, Marta Gálvez, Julia Gimeno, José Barrios, Rafael Ramírez, Juan Carlos, Avecilla, José Ángel Capel

Músicos: Ana Ramón (voz), Bernardo Miranda (voz) Rubén Lebaniegos (guitarra), Isaac Muñoz (guitarra), Sergio Menem (cello), David Moñiz (violín), Chema Uriarte (percusión)

Iluminación: Pau Fullana

Sonido: Enrique Cabañas

Regiduría: Octavio Romero

Duración del espectáculo: 80 minutos. (Es espectáculo se grabó para televisión fr.tv)

Teatro Campoamor, 1 de junio de 2019. Oviedo.