Howard Chaykin: «A los 68 sigo joven y fresco porque no he perdido la capacidad de aprender»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Howard Chaykin, en el «Artist Alley» del Festival Metrópoli de Gijón
Howard Chaykin, en el «Artist Alley» del Festival Metrópoli de Gijón marlén fueyo

El historietista cree que las destrezas adquiridas valen más que el talento innato y reniega de su cómic de «Star Wars» de 1977 para Marvel

28 jul 2019 . Actualizado a las 09:25 h.

Howard Chaykin nació en 1950 en Newark, Nueva Jersey, por azar: hijo ilegítimo, su madre buscó un sitio donde dar a luz de forma anónima antes de regresar a Nueva York para criar al futuro historietista. «Soy un bastardo, en sentido literal y figurado. Pero no es malo: te da personalidad», explicó Chaykin durante su paso por el festival Metrópoli de Gijón.

-Usted hizo el primer cómic de «Star Wars» en 1977. Conseguí un ejemplar a los 12 años y me parece que supo captar pese a las limitaciones del blanco y negro toda la energía y color del filme.

-Es muy amable por tu parte, pero no es cierto.

-Así es cómo lo recuerdo...

-Claro, y es completamente legítimo. Pero tus recuerdos no deben interferir con la realidad. Ten en cuenta que tenías 12 años, la edad de oro para el cómic, cuando quedas inoculado por el amor por la historieta. Tu reacción se debía más bien al material, no tanto a su calidad, que no creo que sea buena. Y si hubiese sabido lo grande que iba a ser, su importancia cultural, quizá habría hecho un trabajo mejor, aunque no sé si habría tenido las habilidades para ello. Es un trabajo que me resulta indiferente, del que apenas guardo recuerdos y que me inspira cierto resentimiento. No es una parte importante de mi experiencia profesional.

-Como Alec Guinness, que...

-No. La diferencia es que Alec Guinness se hizo multimillonario y yo no. Gané muy poco dinero con ese libro, el equivalente a unos ochenta dólares por página, de una obra que se ha reimpreso millones de veces. Así que no, no es lo mismo. Que le den. Totalmente. Muchas gracias.

-Ahora, con los efectos digitales...

-No las he visto. No me interesan lo más mínimo. Vi las primeras de las nuevas con mis nietos y me aburrí tanto que eché de menos un iPod para escuchar un audiolibro mientras ellos la veían. No vi la segunda, pero escribí una reseña sin verla porque sabía exactamente cómo iba a ser. Mucha gente corriendo de un lado para otro, actores que mueven las cejas, y ni una sola idea que no le vaya a pasar inadvertida a un chico de 15 años. Podría equivocarme, pero no lo creo.

-Hablemos de otra cosa entonces. Usted empezó como ayudante de Gil Kane. Aquellos estudios parecían continuar esa tradición antigua de artista y discípulo...

-Es muy halagador, pero le debo toda mi carrera a Gil Kane, Wallace Wood, Neal Adams y Joe Orlando. Y Gil fue el más importante. Vi cómo trabajaba, escuché lo que decía y aprendí el oficio. Me di cuenta de que compartíamos una cualidad: ambos carecíamos de talento innato. En su lugar, él tenía hambre e ira. Lo quería, lo deseaba más que nada, desde la primera palabra, y yo lo mismo. Nunca aprendí a dibujar tan bien como él, pero puedo hacer una página con un buen texto. Ninguno de esos tipos a cuyos hombros me aupé sabía escribir. Soy un buen escritor y un buen dibujante, y la sinergia de ambas facetas hacen que sea importante.

-Por tanto, es mejor aprender destrezas que tener talento.

-Creo que sí. Por ejemplo, hay hombres con más talento que yo que están vacíos, han desperdiciado su vida y están sumidos en la pobreza. Pero a mí no me va mal, porque me di cuenta de mis limitaciones y de los límites de mi valía.

-¿Internet ha acabado con esas experiencias formativas directas?

-Sí, claro. No conozco a otros que tengan ayudantes, que yo sí tengo conmigo. Hay parte del trabajo que puedo delegar y me siento cómodo con ello. Aprendí a hacerlo como ayudante. Pero es una fase de la carrera que ha desaparecido.

-Y en un estudio no solo se dibuja, se entinta, se rotula...

-Sí, pero también creo que hay un corte generacional, con una generación actual cuya actitud hacia el conocimiento es como si fuese algo que hubiesen nacido con él y no algo que hay que adquirir. Esto último es lo que me ha mantenido joven. Tengo 68 años y compito con tipos a los que doblo en edad. Me mantengo joven y fresco porque no he perdido la capacidad de aprender. Solo hay una persona de mi edad cuyo trabajo es relevante y ese es Walter Simonson. Tiene mucho que ver con que ambos aprendimos el oficio y no nacimos creyendo que ya lo sabíamos todo. ¿Tiene sentido?

«Batman es un tipo rico que tuvo un mal día a los 8 años»

Chaykin, que ha trabajado tanto para Marvel como DC, cree que no hay muchas diferencias entre ambos estudios, convertidos en marcas por encima de las aportaciones de los autores: «Se ha generado una situación en la que el talento es intercambiable, porque el público reacciona a Lobezno y no a quién lo hace. No creo que estos personajes tengan alguna importancia. Son vehículos vacíos que llena el talento que los produce. Así es como lo veo. Puedo equivocarme, pero no lo creo».

-¿Lo interesante no es tanto el personaje, sino la lectura del autor, lo que transmite a través de él?

- Es lo único interesante de esos personajes. Hablemos claro: Batman es un tipo rico que tuvo un mal día cuando tenía ocho años. Y no hay nada más. En vez de dedicar su fortuna a luchar contra el crimen desde el sector privado o meterse en política, se gasta el dinero en vestirse como una reina bondage y sacudirle a tipos que no conoce. Sabe que son malos por la pinta que tienen: esa es la idea que un chaval de 15 años tiene de lo que es la vida. Es como Star Wars. Lo que tienes ahora son cincuentones que leen lo mismo que cuando tenían 15 años sin ningún sentido de ironía. Se aferran a su infancia a través de esa mierda, pero no es muy mundo.

-Quizá de niños vemos el súper en el superhéroe y, al crecer, vemos más lo humano...

-No lo veo así. De niño estaba obsesionado con los superhéroes, mi cómic favorito era Green Lantern, por Gil Kane. Pero cuando empecé a trabajar profesionalmente me importaba más bien poco. Buscaba cómics franceses, italianos, españoles, porque Gil Kane me metió en Spirou y Pilot. Trabajar para Gil era recortar páginas de Lucky Luke o Asterix, Valerian, el Teniente Blueberry. Me abrió los ojos a todo el material tan basto con el que había crecido. En mi primer viaje a Europa me gasté cientos de dólares trayendo cosas de vuelta. Y cuando finalmente los leí me di cuenta de que eran igual de malos que los norteamericanos, aunque de una forma distinta. Su apariencia era mejor, pero el argumento era igual de malo. Los cómics tienden a atraer una forma de pensar muy sencilla. Los dos únicos autores que creo que tienen algo de relevancia son Harvey Kurtzman, por su desapego, y Alan Moore. por su obsesión con la naturaleza compulsiva. Los demás no me importan.