Borges, «un hombre con una patria y con varias»

Guillermo Redondo BUENOS AIRES / E. LA VOZ

CULTURA

Foto tomada de la muestra «Atlas de Borges», promovida por la Fundación Jorge Luis Borges, en la que Kodama lee al escritor el libro «Zen in English Literature and Oriental Classics» (The Hokuseido Press, 1942), obra clásica del autor inglés Reginald Horace Blyth, gran divulgador de la cultura japonesa
Foto tomada de la muestra «Atlas de Borges», promovida por la Fundación Jorge Luis Borges, en la que Kodama lee al escritor el libro «Zen in English Literature and Oriental Classics» (The Hokuseido Press, 1942), obra clásica del autor inglés Reginald Horace Blyth, gran divulgador de la cultura japonesa

María Kodama recuerda al genial escritor argentino cuando se cumple el 120.º aniversario del nacimiento del autor de «El Aleph» y «Pierre Menard, autor del Quijote»

25 ago 2019 . Actualizado a las 09:33 h.

Una vida ligada a los libros, a los lenguajes, al conocimiento y con un amor especial hacia la ciudad de Buenos Aires le alcanzaron a la eternidad del mundo de las letras. El gran autor argentino Jorge Luis Borges cumpliría ayer sábado 120 años. Durante su carrera, además de los relatos que escribió, no faltó al encuentro con la verdad, no rehuyó la opinión política y declaró respeto a los lugares que visitaba. También a las mujeres, con mención a su segunda esposa, María Kodama, quien le describe como «un hombre con una patria y con varias».

La Fundación Jorge Luis Borges y María Kodama prepara para esta semana una serie de actos de homenaje al escritor en su urbe predilecta, en la que fue declarado Ciudadano Ilustre. «Él cantó a la ciudad desde el principio hasta el fin y con respecto a ella escribió “aquí la tarde cenicienta espera el fruto que le debe la mañana, aquí mi sombra en la no menos vana sombra final se perderá, ligera. No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”», declama Kodama. Una relación tan cercana y alejada en esencia con Buenos Aires y Argentina que le provocó ciertas confrontaciones políticas.

En su primera etapa de vida, el niño que sería después recordado vivió en el centro, mudándose después a los suburbios de la urbe antigua, al barrio de Palermo, que hoy es uno de los lugares de la capital con más proyección de crecimiento y mejor ambiente nocturno. Allí, en la calle Serrano, en el número 2135, residió con su familia hasta los 15 años.

Escombros

El edificio de la que fue su casa hoy está en construcción, entre escombros y andamios, y no hay rastro del paso del escritor por esa ubicación, excepto por el letrero de la calle, que ha cambiado su nombre de Serrano por el de Borges. Después, en 1914, viajó a Europa, más concretamente a Ginebra, residió en España y regresó a su tierra natal. Pero es de la ciudad suiza de la que quedó prendado hasta el punto de que es allí donde reposan sus memorias, y es el lugar al que en buena medida se refiere Kodama al afirmar que era un hombre de una patria y de varias.

En la vuelta a su país continuó su desempeño literario con algunas barreras en el camino, puesto que se opuso frontalmente a la llegada del peronismo al poder, con evidentes consecuencias. «Aseguraba que lo que le hicieron fue para su beneficio. Lo despidieron de la biblioteca Miguel Cané y lo hicieron inspector de huevos de gallinas. Él denunció, pero, como decía, le hicieron un favor porque fue entonces cuando comenzó a dar conferencias para poder vivir. Tomaba siempre la parte positiva de lo negativo. Él siempre dijo su opinión claramente», incide Kodama para añadir: «Algunos estaban de acuerdo con él, otros no. Esa es la libertad, cada uno es dueño de expresar sus ideas y que los otros las acepten o no las acepten, pero las respeten».

Estatua que recuerda a Borges en los jardines de la Biblioteca Nacional de la República Argentin
Estatua que recuerda a Borges en los jardines de la Biblioteca Nacional de la República Argentin

Su destino estaba marcado en sombras. Desde niño conocía su problema con la vista que fue intensificándose hasta llegar a la ceguera en su vejez. «Cuando yo lo conocí [era 1975, Borges tenía entonces 76 años], él podía todavía manejarse solo, pero ya no podía ver para leer o para escribir. Nunca se quejó, jamás. Lo tomaba con total naturalidad. Cuando comenzamos a viajar, él recordaba los cuadros de la época con una precisión increíble y cuando íbamos a lugares en los que él no había estado, utilizaba los cuadros y le decía ‘‘estos se parecen a tal y cual cuadro’’», recuerda.

Aquella intensidad

La gran obra literaria del ensayista, poeta y escritor de cuentos es extensa y resulta difícil seleccionar su pieza más destacada. «Hace dos años me dieron para prologar un libro que Victoria Ocampo le había hecho a Borges, muy interesante, describiéndole fotografías. Leo atentamente y llego a la foto en la que Ocampo le dijo: “Borges aquí hay una casa que tiene un jardín a la derecha, una escalera a la izquierda…” y él le contesta: “Si es esa, es la casa donde yo escribí Las ruinas circulares. Lo único que quería era volver a ahí, porque nunca pude escribir algo con la intensidad con la que yo escribí ese cuento”», relata la viuda. «Si existiera una ley que dijera que hay que quemar toda la obra de los escritores salvando solo una pieza, esa es la que yo salvaría. Imagino que, con lo que dijo, él también», concluye Kodama.

Barcelona, Palma, Sevilla, Madrid, Granada

Borges residió durante un año en España. Junto a su familia viajó a Barcelona a finales de diciembre de 1918, para después instalarse en Palma de Mallorca. Allí vivió durante diez meses, divididos en dos etapas. Se dedicó a las traducciones de expresionistas alemanes, estudió árabe y perfeccionó su latín. En 1919, tras su paso por la isla, se marchó a Sevilla donde participó en las tertulias del Café Colonial con otros literatos. Más tarde, residió en Madrid, donde conoció a Rafael Cansinos-Assens, y después a Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo. En esta etapa de su vida, escribió dos libros: uno de ensayos literarios y políticos, Los naipes del tahúr, y el otro un compendio de poemas denominado Los salmos rojos, que constituía un elogio de la Revolución rusa y del que después renegó. Entre los lugares conocidos por el poeta, Kodama destaca el Sacromonte (Granada), donde asegura que Borges quedó fascinado por la idiosincrasia de las raíces gitanas.